Al principio el tiempo parece avanzar.
Luego parece girar.
Después se parte en fragmentos.
Y finalmente… te atraviesa.
Día 61.
Desperté a las 3:17 AM sin razón aparente.
El cuerpo sudado.
Las sábanas torcidas.
La boca seca.
No fue una pesadilla. No recordaba haber soñado. Pero algo estaba… fuera de lugar. Me levanté. Caminé hacia la cocina sin encender luces. Me serví un vaso de agua. Y mientras bebía, escuché un sonido que no me visitaba hacía tiempo.
Mi propio corazón.
No sus latidos en el pecho.
Su eco en mis oídos.
Golpeando como si quisiera salir.
Como si ya no quisiera estar dentro de mí.
Miré por la ventana. La ciudad estaba dormida, pero había una sensación extraña: como si algo estuviera por empezar y yo fuese el único que no había sido advertido.
Volví a la habitación.
El reloj del velador marcaba 3:17.
Me acosté.
Cerré los ojos.
Y entonces sentí algo que me heló:
una respiración que no era mía.
Día 60.
No hablé de lo que ocurrió en la madrugada anterior.
Porque no sabía si había ocurrido.
No había nadie en el departamento. Revisé todo. Ninguna señal de intrusión. Ningún objeto fuera de lugar. Y sin embargo, sentía que alguien había estado ahí. No como un ladrón. No como un visitante.
Como un… reflejo.
Sí.
Esa fue la palabra que anoté en mi libreta:
“reflejo.”
Empecé a prestar más atención a los espejos.
No por paranoia.
Por curiosidad.
Y noté algo que me incomodó profundamente:
a veces, mi reflejo se movía un poco después que yo.
No era algo constante. Ni evidente. Pero estaba ahí. Un retraso mínimo. Una vacilación. Como si lo que me devolvía el espejo no fuera exactamente yo, sino una idea atrasada de mí.
¿Imaginación?
¿Cansancio?
¿Síntoma?
No lo sabía.
Pero anoté otra palabra:
“desfase.”
Día 59.
No salí.
El día completo encerrado.
Hablé en voz alta.
Leí fragmentos de libros abandonados.
Me grabé con el celular leyendo un poema de Lihn.
Luego vi el video.
La voz no coincidía exactamente con el movimiento de mis labios.
Minutos después, al volver a reproducirlo… todo estaba normal.
Volví a grabar.
Esta vez la imagen se detuvo un segundo.
Solo uno.
Y en ese segundo, mi cara… no tenía expresión alguna.
Como si la piel se hubiera rendido.
Cerré el celular.
Me senté en el suelo.
Y me pregunté:
¿Estoy viviendo en mi cuerpo o solo lo estoy habitando por un tiempo limitado?
Día 58.
Fui a ver a una psiquiatra.
Reservé hora con nombre falso.
Solo quería que alguien me dijera algo que pudiera contradecir lo que empezaba a parecer inevitable.
Me escuchó.
No me interrumpió.
Anotaba en una libreta pequeña, con trazos delicados, como si las palabras pudieran romperse al escribirlas.
Cuando terminé de contarle todo —la carta, los días, el desfase, los espejos— me miró con una mezcla de interés profesional y compasión genuina.
Dijo:
—¿Y si la carta no fuera una amenaza? ¿Y si fuera una liberación?
Me desconcertó.
Le pregunté a qué se refería.
—Tal vez no viniste a buscar una cura. Tal vez viniste a que te validen el permiso de vivir distinto.
Le respondí que no me sentía distinto.
—¿Y entonces por qué estás aquí?
No supe qué responder.
Me recetó algo para dormir.
No lo compré.
No porque creyera que no servía.
Sino porque sentía que el insomnio me estaba enseñando algo que los sueños nunca me habían dicho.
Día 57.
Vi una sombra en la ducha mientras me afeitaba.
Solo por un segundo.
Me giré. No había nadie.
Pero lo anoté.
“Hay alguien en el borde de lo real que me está siguiendo.”
No era paranoia.
Era más como… una sincronía invertida.
Como si una parte de mí caminara un segundo más tarde. O más temprano. O en otra línea del mismo tiempo. No una alucinación. No una presencia. Sino una... versión.
Una noche antes de dormir, dejé una hoja de papel sobre la mesa. En blanco. Con un lápiz al lado.
Al amanecer, no estaba escrita.
Pero sí movida.
Levemente.
A dos centímetros de su lugar original.
Y ahí supe que algo estaba ocurriendo.
No sobrenatural.
No espiritual.
Sino profundamente humano.
Como si el yo que fui, el que podría haber sido, y el que estoy siendo, hubieran decidido empezar a cruzarse en algún punto.
Y yo estuviera justo ahí, en la intersección.
Día 56.
Fui al archivo civil.
Pedí mi acta de nacimiento.
La mujer me miró raro.
—¿Algún problema con su carnet?
—No. Solo necesito confirmar algo.
Cuando me entregó la hoja, lo confirmé:
nací a las 3:17 AM.
Justo la hora en que desperté días atrás.
Justo la hora en que comenzó el desfase.
Sentí un vértigo extraño.
Como si el tiempo, en lugar de ser una línea, fuera una espiral que de pronto me envolvía desde dentro.
Anoté en mayúsculas:
“TODO COMENZÓ CUANDO VOLVÍ A NACER.”
Día 55.
Soñé con mi reflejo.
Pero no en un espejo.
Soñé que yo estaba caminando por la calle… y desde el otro lado del andén, me miraba.
Igual.
Exacto.
Solo que más firme.
Más presente.
Más… ajeno.
Nos cruzamos.
No dijimos nada.
Pero al pasar a mi lado, me susurró:
“Tú no eres el que debería morir.”
Me desperté empapado.
No de miedo.
De certeza.
Había otro “yo” que sabía más que yo.
Y quizás… él era el que debía quedarse.
Día 54.
Desconecté todos los relojes digitales del departamento.
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superación personal y miedos, reflexiones sobre el sentido de la vida, misterios del alma
Editado: 13.04.2025