Uno no se arrepiente de lo que fue.
Se arrepiente de lo que pudo haber sido…
y no fue por miedo, por duda, o por no saber que había una elección.
Día 33.
Desperté sin voz.
No por enfermedad.
No por sueño agrietado.
Simplemente… la voz no estaba.
Abrí la boca.
Ningún sonido.
Ni siquiera un susurro.
Me senté en la cama y lo primero que pensé fue que quizás era simbólico.
Que algo dentro de mí, que siempre quiso hablar y nunca pudo, había decidido callar por fin.
Me miré al espejo.
Los labios se movían.
El aliento salía.
Pero el aire no vibraba.
Fue entonces cuando lo supe.
No era que no tuviera voz.
Era que nadie estaba escuchando.
Día 32.
Fui a la clínica.
No había daño en las cuerdas vocales.
No había inflamación.
No había síntomas.
—Es psicológico —dijo el otorrino—. O espiritual, si cree en eso.
Me limité a asentir.
No tenía otra opción.
Cuando salí, alguien me tocó el hombro.
Me giré.
Una mujer, joven, pelo oscuro recogido, mirada firme.
—¿Usted es Alejandro Ferrada?
Asentí.
Me entregó un sobre.
—Es para usted. Me dijeron que lo buscara aquí.
—¿Quién?
—No lo sé. Un hombre con chaqueta gris. Me pagó por entregárselo.
El sobre era idéntico al primero.
Blanco.
Sin remitente.
Mi nombre en mayúsculas.
Pero esta vez, había algo más:
una hora: 3:17
Y una palabra escrita a mano:
“Intersección.”
Día 31.
No dormí.
No comí.
No hablé.
Esperé.
La hora llegó.
3:17.
Exacto.
Me encontraba de pie, frente al espejo del pasillo.
Y entonces… ocurrió.
No un sobresalto.
No una visión.
No un sueño.
Fue más simple.
Más devastador.
Me vi a mí mismo… pero no como ahora.
Me vi como otro yo.
Más joven.
Más seguro.
Más feliz.
Con otra ropa.
Otro reloj.
Otra postura.
Y lo más perturbador:
otro entorno.
Detrás de ese yo había una casa que no conocía.
Una mujer rubia que me abrazaba.
Un niño de unos seis años que corría hacia él.
Una vida que nunca había vivido.
El reflejo no me miró.
Vivía su momento.
No sabía que lo observaba.
Y luego… todo se apagó.
Caí al suelo.
El golpe fue seco.
No me rompí nada, pero el aire se fue.
Como si el cuerpo no supiera en qué línea de tiempo debía seguir funcionando.
Quedé ahí, respirando a medias.
Y por primera vez desde que llegó la carta, lloré.
Lloré de forma distinta.
No por miedo.
No por dolor.
Lloré por lo que no fui.
Día 30.
Volví a soñar con ese niño.
No me decía nada.
Solo jugaba.
Saltaba sobre charcos.
Reía.
Y al final del sueño, me miraba a los ojos y preguntaba:
“¿Por qué no viniste?”
Desperté temblando.
Abrí el libro.
Una nueva frase estaba escrita:
“Existen versiones tuyas que aún te esperan.
No para reclamarte.
Sino para que las reconozcas.”
Y una pregunta:
“¿Cuántas veces te negaste a elegir?”
Me quedé con esa frase en la mente todo el día.
Día 29.
Comencé a anotar todo lo que recordaba haber evitado en la vida.
Personas que amé y no llamé.
Lugares que quise visitar y nunca planeé.
Ofertas que rechacé por miedo.
Caminos que preferí no tomar por no decepcionar a otros.
La lista era larga.
Absurda.
Dolorosa.
Y mientras escribía, sentí que no estaba solo.
No físicamente.
Era como si las versiones que sí tomaron esas decisiones me observaran desde alguna parte.
Y entonces lo comprendí:
Hay otras versiones de ti que siguieron adelante.
Y a veces… se cruzan contigo para recordarte que fuiste tú quien eligió quedarse atrás.
Día 28.
Volví al espejo a las 3:17.
Ya no vi nada.
Pero no me frustré.
Me senté frente al espejo.
Y dije en voz alta —porque la voz había regresado—:
—Estoy listo para ver todo. Lo bueno. Lo malo. Lo que no fui. Lo que aún puedo ser.
Y el espejo… vibró.
Solo un poco.
Pero lo hizo.
Día 27.
En la libreta escribí:
“Hoy entendí que no hay vidas correctas.
Solo versiones de ti mismo que supieron moverse en otro momento.
Y todas… tienen derecho a existir.”
Y eso me dio paz.
Por primera vez, verdadera paz.
No me redimía.
No me perdonaba.
Solo me reconocía.
Como un ser que eligió mal muchas veces.
Pero que aún respiraba.
Y mientras respires…
puedes elegir otra vez.
#1249 en Novela contemporánea
#207 en Paranormal
#76 en Mística
superación personal y miedos, reflexiones sobre el sentido de la vida, misterios del alma
Editado: 13.04.2025