Donde los relojes se rinden

Epílogo: Donde los relojes se rinden

Cuando el tiempo ya no pesa,
cuando los días ya no se cuentan,
cuando los reflejos dejan de perseguirnos…
solo queda lo que somos.
Sin nombre.
Sin historia.
Solo ser.

No sé cuánto tiempo ha pasado desde el Día Cero.

Porque ya no cuento.

No por olvido.

Por decisión.

Ahora los días no son cajas que se suman o restan.
Son respiraciones.

Hoy escribo esto no como un testamento, ni como una despedida.
Lo escribo porque siento que, en algún lugar, alguien podría estar contando sus propios días.

Y quizás le sirva saber que yo también lo hice.
Y que sobreviví a mi propia cuenta regresiva.

Pero no sobreviviendo como quien aguanta.

Sobreviviendo como quien, por fin, habita.

He vuelto a hacer cosas que solía evitar.

Caminar sin rumbo.
Hablar con desconocidos.
Mirar el cielo sin esperar respuestas.
Llorar sin motivo.
Reír sin defensa.

Me levanto cada día sin exigirme ser alguien.
Solo estar.

Y eso ha sido mi forma más real de existir.

A veces me visita el reflejo.

Sí.

Aún aparece.
No en espejos.
En sombras.
En sonidos.
En gestos de otros.

Ya no me da miedo.

Nos reconocemos.

Nos saludamos con una leve inclinación de cabeza.

Y seguimos.

Él en su dimensión.
Yo en la mía.

Ambos… completos.

El libro sigue en la mesa.

No se mueve.

Ya no cambia de página.

No lo necesito para saber en qué día estoy.

Porque ahora todos los días llevan el mismo nombre:

“Presente.”

Una vez soñé que estaba dentro del primer sobre.

Yo era la carta.

Y alguien más me abría con cuidado.

Leía mi historia.
Mis errores.
Mis pérdidas.
Mis ausencias.

Y al final, sonreía.

Porque entendía que no fui perfecto.

Solo humano.

Y eso… era más que suficiente.

Si alguna vez encuentras una carta sin remitente…
no la temas.

Tal vez no sea una advertencia.
Tal vez sea una puerta.

Y tal vez —solo tal vez— al abrirla no estés recibiendo una fecha de término…

Sino una oportunidad de comienzo.

A quienes aún cuentan sus días:
están vivos.
Y eso…
ya es un milagro.

No esperen al último día para habitar el primero.

Porque incluso cuando el reloj se rinde…

la vida sigue latiendo.

En cada paso.
En cada gesto.
En cada silencio bien vivido.

Yo no morí.

Solo nací… más tarde que otros.

Y desde entonces…
estoy aquí.

En todo lo que soy.
En todo lo que fui.
En todo lo que nunca llegué a ser…
pero ahora entiendo.

FIN
de “Donde los relojes se rinden”
por SB Infinite




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