Primera remada
Hadley
El camino hacia la escuela era más largo de lo que Henry y Hadley habían imaginado. La brisa matutina arrastraba el olor a mar y tierra mojada, recordándole a Hadley lo lejos que estaban del norte. Mientras caminaban juntos, no podía evitar la sensación de que todos los ojos estaban sobre ellos.
Cada vez que pasaban cerca de un grupo de estudiantes, las conversaciones bajaban de volumen y algunas risas quedaban suspendidas en el aire. Hadley sintió cómo esas miradas se clavaban en su espalda, evaluándolos, catalogándolos. Ajustó la correa de su mochila y miró de reojo a su gemelo con un suspiro.
—Nos están mirando como si fuéramos un par de bichos raros —murmuró, la incomodidad ya se aferraba a su pecho.
Su gemelo, Henry, se encogió de hombros con indiferencia.
—Déjalos mirar. Seguro están aburridos y somos lo más interesante que han visto en semanas.
Hadley frunció los labios. Henry siempre encontraba la forma de hacer que todo pareciera más simple de lo que realmente era. Él se adaptaba rápido, mientras ella todavía se debatía si había sido buena idea venir hasta Puerto Viejo. Ojalá pudiera ser como él, caminar con esa despreocupación natural, sin que cada nuevo lugar le pesara como una sombra en la espalda.
Cuando cruzaron las puertas de la escuela, la primera impresión fue la misma que en la playa: todo era diferente. El edificio tenía un aire rústico, con paredes blancas desgastadas por la brisa salada y decoradas con carteles de eventos pasados y grafitis de generaciones anteriores.
Pero lo que realmente hizo que Hadley se detuviera fue la presencia de un grupo de chicos que habían visto el día anterior en la playa. Estaban reunidos en una esquina, medio recargados contra la pared, y sin disimulo alguno, sus miradas se posaron en ellos.
El estómago de Hadley se encogió. No era una mirada hostil ni especialmente amable, pero había algo en ella que la hizo sentirse como si estuviera siendo escaneada, evaluada en cada detalle.
—¿Son los mismos de ayer? —susurró Henry, notando lo mismo que Hadley.
Ella asintió sutilmente mientras intentaba no hacer demasiado obvio que los observaba. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, el grupo pareció perder el interés y continuó con lo suyo. Hadley soltó un suspiro, sin darse cuenta de que había estado conteniendo el aire.
El pasillo de la escuela era largo, flanqueado por filas de casilleros metálicos. El sol entraba por las ventanas altas, filtrándose entre los troncos de los árboles tropicales del patio exterior. Había bancos de concreto dispersos entre la vegetación, algunos con marcas de pintura desvaída.
A simple vista, todo parecía encajar dentro de un desorden controlado. Pero cuanto más lo observaba, más notaba las pequeñas diferencias de su escuela en el norte: los casilleros decorados con pegatinas de surf, tablas de horarios escritos a mano con marcadores de colores y hasta un par de estudiantes que se pasaban un balón de voleibol como si estuvieran en la playa en lugar de un pasillo escolar. Nada que ver con el orden rígido al que estaba acostumbrada. Aquí, el caos parecía tener su propia armonía, como si todos entendieran y siguieran un ritmo que aún les era desconocido a ella y a Henry.
Encontraron sus casilleros en una de las esquinas del pasillo. La combinación era sencilla, y en cuestión de segundos, Hadley y Henry ya estaban guardando sus mochilas.
El ambiente a su alrededor se dividía entre dos tipos de estudiantes: los que se movían con rapidez, sin perder tiempo en saludos, y los que se tomaban su tiempo, apoyados despreocupadamente contra los casilleros mientras intercambiaban bromas y risas. Hadley sintió que el grupo de la playa pertenecía a este último tipo.
Henry cerró su casillero con un golpe seco y le lanzó una mirada divertida.
—¿Lista para enfrentarte al primer día?
Hadley exhaló con una sonrisa apenas visible.
—Supongo que vamos a ver qué tal es todo esto.
Y aunque intentara convencerse de que no era la gran cosa, una parte de ella sabía que este lugar, y las personas en él, tendrían un impacto mayor del que estaba dispuesta a admitir.
Después de dar dos vueltas por el pasillo, casi desorientados entre las puertas y las señales desgastadas, Henry y Hadley finalmente encontraron su clase de literatura. La sala era amplia, con escritorios de madera envejecida.
Al cruzar la puerta, los recibió una profesora de cabello corto y liso, con gafas grandes que resbalaban ligeramente por el puente de su nariz.
—¡Bienvenidos a todos! —exclamó con entusiasmo, deteniendo la conversación dispersa de los estudiantes. Henry y Hadley se quedaron en la entrada, inseguros de qué hacer—. Vamos a comenzar con una pequeña presentación. Quiero que digan su nombre y de dónde vienen. Tenemos nuevos compañeros que llegaron en un momento… interesante del año.
Las miradas comenzaron a dirigirse hacia ellos, algunas llenas de simple curiosidad, otras con un destello más analítico. Hadley sintió que su garganta se cerraba por un instante. Nunca había disfrutado ser el centro de atención, y menos cuando todavía intentaba descifrar cómo encajar en este nuevo lugar.