Donde muere la marea

Capítulo 5

Marea cambiante

Merliah

Hadley estaba rara.

Más callada de lo normal, si eso era posible. Su expresión era tensa, como si su mente estuviera en otro lugar.

En el camino hacia la casa de la playa de Ciro, Merliah llevaba su tabla bajo el brazo mientras las chicas parloteaban entre ellas, emocionadas por la idea de surfear bajo la lluvia. Las nubes oscuras avanzaban sobre el cielo, pero a Hadley no parecía entusiasmarle. No participaba en la conversación, solo miraba hacia arriba de vez en cuando, abrazándose a sí misma como si tratara de protegerse del aire húmedo que anunciaba la tormenta.

Merliah dejó la tabla con la que reconoció que eran de sus amigos. Cuando llegaron al negocio del padre de Ciro para saludarlo, lo encontraron detrás de la caja registradora, terminando de cobrarle a un turista. La tienda tenía de todo: alquiler de tablas, trajes de baño, comida, alcohol, recuerdos, incluso gestionaban el alquiler de casas en la playa. El negocio estaba justo debajo de su casa, lo que lo convertía en el punto de encuentro perfecto para los chicos.

—¡Chicas! Qué alegría verlas —dijo el señor Martínez con una sonrisa amplia, guardando el cambio en la caja—. Los chicos siguen dormidos.

—Hola, señor Martínez —saludó Ivanna, haciendo tintinear sus pulseras mientras apoyaba las manos en el mostrador. Sus ojos brillaron al ver algo detrás del vidrio—. ¡Oh, pulseras nuevas! —Se inclinó sobre el mostrador para observarlas mejor, mientras el hombre reía.

—Elige la que quieras… —luego miró a Hadley con curiosidad—. Tú debes ser la hermana de Henry.

Hadley dio un respingo y estiró la mano.

—Su melliza. Hadley.

—Algo de eso dijo Ciro ayer, pero estaba tan borracho que apenas le entendía —soltó una carcajada.

Ivanna escogió dos pulseras: una de conchas marinas y otra tejida con los colores de un atardecer. Se las mostró al señor Martínez con una sonrisa satisfecha.

—Excelente elección. La casa invita.

—¡Gracias! —exclamó Ivanna, deslizándoselas en la muñeca con entusiasmo.

—Tiene que dejar de regalarle cosas —dijo Delia, cruzándose de brazos mientras Ivanna le sacaba la lengua en respuesta.

El señor Martínez le restó importancia con un gesto de la mano, como si estuviera acostumbrado a que los chicos y sus amigos se llevaran algo de la tienda de vez en cuando. Y si estaba acostumbrado.

Merliah sonrió ante la escena, pero luego desvió la mirada hacia Hadley. Seguía callada, bajando las mangas de la camiseta del traje de baño para ocultar sus palmas.

Algo no estaba bien.

Antes de que pudieran decir algo más, la campanilla de la puerta volvió a sonar, anunciando la llegada de otro cliente.

—Vayan a despertar a los chicos —dijo sin apartar la vista de la entrada—. Su desayuno está en la cocina. ¡Bienvenidas!

Las chicas no necesitaron que se lo repitieran dos veces. Se dirigieron al fondo de la tienda, donde una puerta de madera llevaba a las escaleras que conectaban con la casa de Ciro.

Helena subió de las primeras, seguida de Ivanna y Delia, quienes ya estaban ideando la manera más caótica de despertar a los dormilones. Hadley y Merliah iban detrás, con un paso más pausado.

Cuando llegaron arriba, el pasillo olía a sal marina y a café recién hecho.

—¿Lista para la operación “levantar a los idiotas”? —preguntó Ivanna con una sonrisa traviesa, apoyando una mano en la puerta del cuarto de Ciro.

—Siempre —respondió Delia, conteniendo una risa.

Helena se volvió un segundo para ver a Hadley.

—¿Tú cómo quieres despertarlos? — tratando de incluirla en la dinámica.

Hadley tardó un momento en responder. Luego, con un destello de diversión en su mirada cansada, murmuró:

—Con un balde de agua.

Helena, Ivanna y Delia soltaron una carcajada, y Merliah sonrió.

Ivanna aplaudió, emocionada con la idea.

—¡Me encanta cómo piensas!

—No hay baldes aquí arriba, pero la cocina está abajo… —murmuró Helena, fingiendo estar pensativa.

—No tenemos tiempo para un plan tan elaborado —intervino Delia, empujando la puerta sin más preámbulos—. Tendrá que ser a la vieja.

La habitación estaba en penumbras, con las cortinas corridas y el ventilador de techo girando lentamente, emitiendo un zumbido monótono. El aire tenía ese aroma a sal y humedad característico de Puerto Viejo, mezclado con el leve rastro de brisa diurna.

Ciro e Iker estaban esparcidos sobre la cama. Ciro yacía boca abajo, con un brazo colgando del borde de la cama En el colchón del suelo, Henry y Kilian dormían profundamente. Kilian roncaba con la boca entreabierta.

Las chicas se cubrieron la boca para contener la risa. Helena señaló el colchón con una ceja arqueada, y Hadley se cruzó de brazos con una sonrisa divertida.

—Los que se odian están compartiendo cama —susurró Helena con tono burlón.




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