Donde muere la marea

Capítulo 10

Bajo el agua

Hadley

Hadley y Merliah se escabulleron antes de la última clase del día, matemáticas, evitando así la tortura. Salieron sin ser detectadas y fueron directamente a la tienda del papá de Ciro, el único local donde nadie les preguntaría por su edad.

Apenas entraron, el hombre las miró con fingida sospecha al verlas con una botella de vodka y un refresco en las manos.

—¿Cual es la ocasión especial? —bromeó, apoyándose en el mostrador con una ceja arqueada.

—Es el cumpleaños de Hadley —anunció Merliah con una gran sonrisa.

El papá de Ciro chasqueó la lengua, fingiendo indignación.

—Y yo aquí sin un pastel. Qué vergüenza, voy a perder mi licencia de tendero de la costa.

Hadley rió por lo bajo.

—Bueno, cumpleañera, puedes llevarte cualquier pulsera de aquí como regalo de la casa. Pero solo una, no me vayas a dejar en bancarrota.

Merliah fue quien se emocionó más con la oferta y empezó a revisar las pulseras con detenimiento hasta que encontró una trenzada en tonos morados en degradado.

—Esta es perfecta —dijo, tomándola y deslizándola en la muñeca de Hadley antes de guiñarle un ojo—. Ahora oficialmente es tu cumpleaños.

El papá de Ciro sonrió divertido. Hadley rodó los ojos, pero no pudo evitar reír.

Después de salir de la tienda, emprendieron camino hacia su casa. Sabían que Merliah no podía entrar por la puerta principal sin levantar sospechas, así que Hadley la dejó esperando en el patio trasero mientras buscaba una forma de meterla dentro sin que su madre se diera cuenta.

Apenas Hadley cruzó la puerta, la voz de su madre resonó desde el pasillo.

—¿Henry? ¿Eres tú?

Por supuesto. ¿Porque quién más iba a ser?

—Solo yo —respondió Hadley, quitándose los zapatos junto a la entrada.

Su madre bufó con fastidio, como si la respuesta le hubiera decepcionado. Pero Hadley apenas le prestó atención; estaba más interesada en el hecho de que su madre llevaba ropa elegante y sostenía las llaves del auto en la mano.

Perfecto. Esto iba a ser fácil.

—Recuerda que estás castigada —le recordó su madre con una mirada severa—. Nadie entra ni sale.

Hadley asintió con fingida obediencia.

—Tranquila, todos están celebrando con Henry.

Su madre pareció relajarse con esa respuesta y se arregló el cabello frente al espejo de la entrada.

—Bien. Tienes que dejar solo a tu hermano de vez en cuando con sus amigos. Sé que no eres muy buena socializando, pero deberías intentarlo más.

Hadley reprimió el impulso de poner los ojos en blanco.

—Seguro. ¿A dónde vas?

—Al norte, a hacerme las uñas y una limpieza de cutis. No tardaré, volveré por la noche.

Dicho eso, su madre retocó su labial rojo y lo guardó en su bolso.

—Lo que veo ahí… ¿es una cana? —preguntó con fingida inocencia, entrecerrando los ojos hacia el cabello teñido de rubio de su madre.

El efecto fue inmediato. Su madre jadeó, girándose de golpe hacia el espejo de la entrada, inclinándose para examinarse mejor.

—¡No digas tonterías! —exclamó, pasando los dedos con desesperación por su melena—. Tiene que ser la luz reflejando…

Se encogió de hombros con una expresión despreocupada.

—Oh, entonces tal vez vi mal… Pero ya sabes lo que dicen.

Su madre frunció el ceño.

—¿Qué cosa?

—Que cuando el pelo rubio empieza a perder su color, se pone más blanco.

La mujer se tocó las puntas con el ceño fruncido, su expresión de fastidio dando paso a una de incertidumbre.

—Creo… creo que mejor vendré mañana por la mañana. Me haré un tratamiento completo.

Reprimió una sonrisa triunfal.

—Buena idea.

—Pero no creas que no sabré lo que haces —añadió su madre, volviendo a su tono autoritario—. La vecina del frente me dirá todo.

Hadley asintió con fingida sumisión.

—Está bien. Diviértete.

Su madre la fulminó con la mirada ante su tono despreocupado, pero no dijo nada más. Se giró con aire digno, salió de la casa y, cuando finalmente encendió el auto y se alejó, Hadley dejó escapar una risa baja antes de dirigirse a la cocina.

Abrió la puerta trasera y, para su poca sorpresa, encontró a Merliah intentando esconderse entre los arbustos de forma completamente inútil.

—¿En serio? —Hadley cruzó los brazos, mirándola con incredulidad.

Merliah se puso de pie de inmediato y sacudió su ropa.

—¡No tenía ideas! ¿Ya se fue?

Hadley apoyó un hombro contra el marco de la puerta y sonrió con diversión.

—Solo hizo falta que le dijera que vi una cana en su cabello para que decidiera quedarse en el norte hasta mañana.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.