Hadley necesitaba ir a casa a buscar ropa. Aunque la sola idea de enfrentarse a Henry o a su madre le revolvía el estómago, sabía que tarde o temprano tendría que hacerlo. Merliah, como era de esperarse, no estaba precisamente feliz con la decisión.
—Podríamos ir al centro comercial a comprar ropa —propuso Merliah desde la cama, estirándose de forma descarada mientras movía las piernas desnudas de arriba a abajo, claramente intentando tentarla.
Hadley sonrió, acercándose para sentarse en el borde de la cama.
—No puedo permitir que sigas gastando dinero en mí —dijo con suavidad—. Por eso tengo mis cosas en casa. Será rápido, lo prometo.
—Pero...
Hadley se inclinó hasta que sus narices se rozaron
—Liah —susurró—, ya haces mucho por mí. Déjame ir a buscar mis cosas, ¿sí?
Merliah frunció los labios, como una niña a punto de hacer un berrinche.
—Está bien... pero solo si me das besos.
Hadley rió, dejando un beso rápido en sus labios.
—Te puedo dar todos los besos que quieras cuando regrese.
—¡Oye! —se quejó, rodando dramáticamente por el colchón como si fuera el fin del mundo—. ¿Y si tardo mucho en verte? ¿Y si muero de soledad? Después cargarás con la culpa de no haberme besado una última vez.
Hadley la miró, divertida.
—¿Alguna vez te dijeron que eres increíblemente dramática?
—Siempre —respondió, inflando las mejillas como si fuera un mérito—. Mami Isla llegó a pensar que podía ser actriz de teatro cuando era niña.
Hadley enarcó una ceja, intrigada.
—¿Y qué pasó?
—Me escapaba para ir a surfear —confesó entre risas, sin un gramo de arrepentimiento.
Hadley negó con la cabeza, riendo también.
Era tan Merliah...
—Eso suena exactamente como algo que harías —dijo antes de inclinarse de nuevo para rozar sus labios en un beso corto, dulce—. Ahora sí tengo que irme antes de que sea demasiado tarde —añadió justo cuando un trueno resonó a lo lejos, advirtiendo de la tormenta que se avecinaba.
Merliah se enderezó un poco en la cama, preocupada.
—¿Estás segura de que no quieres que te acompañe?
Hadley acarició su mejilla con ternura.
—Tú sólo quédate aquí, esperándome, bonita —susurró, acomodando sus trenzas.
Pero justo cuando iba a levantarse, Merliah la tomó por la nuca con una mano firme, acercándola peligrosamente hasta su oído.
—Puedo quedarme aquí... acostada... esperándote —susurró —. Tal vez me quite la camisa... y sabes que no traigo nada debajo.
Hadley tragó saliva, sintiendo cómo sus mejillas se encendían violentamente. Todo su cuerpo pareció estremecerse con esa imagen repentina.
—Eso... —murmuró, luchando por mantener la compostura— eso es chantaje.
—¿Funcionó? —preguntó, dejando un beso apenas rozando la comisura de sus labios.
Hadley sonrió de medio lado, sacudiendo la cabeza con un suspiro derrotado.
—Un poquito... casi me convences de quedarme.
—Vete antes de que empiece a llover.
Estiró una mano para darle un pellizco juguetón en el trasero cuando Hadley se levantó. Hadley se giró, indignada pero riendo.
—¿Era necesario?
—Es que ya te extraño.
—Eres increíble.
—Lo sé.
Hadley soltó una carcajada antes de cerrar la puerta tras de sí. Se movió rápido por la casa, tratando de no llamar la atención de Isla y Jane, que conversaban animadamente en la cocina. Lo último que necesitaba era quedar atrapada en uno de sus interrogatorios amables pero intensos.
Justo cuando llegó a la puerta de salida, escuchó una voz a su espalda.
—¿Hadley? ¿Pasa algo, cariño? —Jane había salido de la cocina, limpiándose las manos en un trapo.
Hadley se giró, intentando parecer tranquila.
—Solo voy a casa a traer algunas cosas.
Jane frunció el ceño, mirando el cielo oscuro a través de la ventana.
—¿Con este clima? ¿Estás segura?
—Será rápido, de verdad —prometió Hadley, ajustándose la chaqueta que había tomado de Merliah.
—¿No quieres que te acompañemos? ¿O que vaya Merliah contigo?
—No tienen que preocuparse, estaré bien.
Jane suspiró, resignada, y se acercó para revolverle el cabello con una sonrisa cariñosa.
—Está bien, pero si pasa algo... si tu hermano o tu madre hacen algo, vuelves enseguida, ¿sí?
Hadley asintió, y salió antes de que Isla también se asomara.
El cielo nocturno estaba cargado de nubes pesadas y oscuras, la brisa era húmeda y prometía tormenta en cualquier momento. Hadley apresuró el paso por las calles casi vacías, sintiendo el zumbido eléctrico en el aire.