Donde muere la marea

Capítulo 15

Cuando la marea sube…

Merliah

Hadley se negó otra vez, por enésima vez, con los brazos cruzados como una estatua testaruda.

—No quiero ir.

—¡Vamos, será increíble! —dijo Ciro, sentado a su izquierda—. ¡Habrá comida, alcohol y música!

—No.

—¡Pero...!

—Que no.

—¿Pero por qué no? —insistió, inclinándose hacia ella como si eso fuera a hacerla cambiar de opinión.

—Porque no.

—Esa no es una respuesta válida —gruñó Ciro, ya frustrado.

Estaban sentados alrededor de la fogata como cada fin de semana, abrazados al calor mientras el frío de la playa les mordía los tobillos. Había pasado una semana desde el altercado con el padre de Hadley y, aunque ella fingía que no le afectaba, todos sabían que algo dentro de ella estaba roto.

Además, todos esperaban ansiosos la llegada de Eleonor, que por fin había prometido visitar. Así que, mientras aguardaban, acurrucados en la arena, Merliah no dejaba de mirar de reojo a Hadley, cuidándola en silencio.

—Ciro, déjala tranquila —intervino Kilian, soltando una bocanada de humo. Iker asintió y dijo:

—Le vas a fundir el cerebro si sigues insistiendo.

—Pero sigo sin entender... ¿por qué no quiere venir? —se quejó Ciro.

—Porque no todo el mundo quiere ir a la fiesta de un desconocido —saltó Delia, sin levantar la vista de su libreta donde garabateaba dibujos rápidos.

—¿Fiesta? ¿Quién habló de fiesta? —dijo de repente una voz familiar.

Antes de que pudieran reaccionar, Helena soltó un chillido agudo y se levantó de un salto, corriendo hacia Eleonor, que había aparecido entre las sombras, cargando su mochila.

Merliah observó cómo Helena prácticamente se lanzó encima de Eleonor, enredando las piernas a su alrededor como si fueran imanes imposibles de separar. La risa de ambas llenó el aire.

—Creo que jamás en mi vida pensé que iba a ver a Helena chillando—comentó Ivanna, parpadeando sorprendida.

Merliah se recostó aún más sobre el hombro de Hadley, abrazándola con suavidad. Sentía el calor de su cuerpo, su respiración tranquila, y sonrió para sí.

—Y yo jamás pensé que alguien lograría amarrar a Eleonor —añadió Hadley, medio riendo, para luego susurrarle a Merliah al oído—: Si según tú yo era una puta... no sé qué vas a decir de Eleonor.

—¡Yo nunca dije que fueras una puta! —susurró Merliah, indignada, dándole un codazo suave en las costillas.

—Me dijiste promiscua.

—¡Eso suena más elegante! —bufó.

—¡Terroncito de azúcar! ¡Caramelito de café! —gritó Eleonor mientras soltaba a Helena y avanzaba hacia el grupo con los brazos abiertos.--Vengan a darme un abrazo.

—¿Es obligatorio? —murmuró Hadley, pero finalmente se puso de pie, sacudiéndose la arena del culo.

—Ves a tu mejor amiga una vez al año y ¿preguntas si es obligatorio abrazarme? —se quejó Eleonor, haciéndose la ofendida mientras arrastraba a Hadley hacia un abrazo. —Quién me manda a tener una mejor amiga tan fría... —añadió con dramatismo, mientras la apretaba fuerte contra sí, moviéndola de un lado a otro.

Las risas no tardaron en llenar el aire. Todos, menos Hadley, que se dejó hacer como una tabla de surf atrapada en una ola.

—Ya, ya, mucho amor —rezongó Hadley, dándole un par de palmadas en la espalda para que la soltara.

—Si no le dices eso a tu caramelito de café... —canturreó Eleonor, lanzando una mirada traviesa hacia Merliah.

—Ella es mi novia, es diferente —se defendió Hadley.

—¡Y yo soy como tu hermana! —gritó Eleonor, cruzándose de brazos en falsa indignación.

—Perra.

—Zorra.

—Vaya, empezamos fuerte —rió Merliah, acercándose para saludar a Eleonor.

—¡Caramelito de café! —gritó Eleonor de felicidad, atrapándola en un abrazo apretado—. ¿Sigue siendo igual de amargada?

—Solo contigo —respondió Merliah.

—Qué desgracia... —suspiró Eleonor, soltándola para dirigirse hacia los demás—. ¡Hippie! ¡Osito de peluche! —gritó mientras abrazaba a Ivanna y a Iker al mismo tiempo—. Y claro... —miró a Delia y Kilian—, algodón de azúcar y chimenea.

—No me gusta mi apodo —se quejó Kilian mientras le daba un abrazo rápido.

—Deja de fumar —le soltó Eleonor sin más.

—Cuando tú dejes de hacerlo.

—Yo no fumo.

—Pensé que siempre estabas drogada.

—Esa fue graciosa —dijo Eleonor con total seriedad, arrancando otra carcajada general.

Se giró entonces hacia Ciro y soltó con una sonrisa cómplice:

—Y el puto.

—¡Esa es buena! —rio Ciro, chocando los cinco con ella. —Ahora que estás aquí, dile a Hadley que nos acompañe a la fiesta.




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