Rompiendo las olas
Hadley
Hadley apretó el teléfono entre sus manos, mirando la pantalla con frustración.
Había escrito ya varios mensajes, uno tras otro, todos sin respuesta.
Papá, ¿podemos hablar?
Esperó. Nada.
Por favor.
Volvió a esperar. Vio que el mensaje se entregó, pero no había señal de que lo leyera.
¿Puedes no ignorarme? escribió, luchando contra el ardor que empezaba a picarle en los ojos.
¿Puedes no hacer lo que hace mamá y ser mi papá? ¿Puedes?
¿Puedes contestarme, aunque sea para decirme que estás ocupado?
Otra vez nada. Hadley soltó un suspiro tembloroso, sintiendo cómo algo dentro de ella se rompía un poco más.
Levantó la mirada cuando escuchó pasos acercándose, pero no tuvo tiempo de reaccionar.
—¡Aquí estás! —La voz de Jane la sobresaltó, haciendo que su teléfono cayera sobre la hierba húmeda. —Ups, lo siento, pequeña, no quería asustarte.
—No es nada —murmuró Hadley, recogiendo su teléfono con dedos torpes y bloqueándolo de inmediato.
Estaba sentada en las escaleras traseras de la casa, buscando algo de silencio, lejos del bullicio de los demás. Hoy no habían ido a la playa: la lluvia había caído sin tregua desde la mañana. Hadley había planeado quedarse en cama, abrazando a Merliah cada vez que un trueno rompía el cielo y los recuerdos oscuros la alcanzaban. Pero a media tarde, cuando la tormenta se calmó, todos se reunieron en la casa, hablando y riendo sin parar, sin necesidad de alcohol.
Jane se sentó a su lado.
—¿Qué haces aquí sola? —preguntó finalmente, con voz suave.
Hadley alzó los hombros, incómoda.
—Todo adentro está siendo muy... —se detuvo, buscando las palabras correctas.
—¿Abrumador?
Hadley asintió débilmente.
—¿Quieres hablar de eso, pequeña?
Hadley dudó unos segundos, pero el brillo de preocupación genuina en los ojos verdes de Jane la hizo ceder.
—Me convencieron de inscribirme en Entre las Olas... pero no estoy segura.
—¿No estás segura de querer competir o de poder hacerlo?
Hadley abrazó sus rodillas, escondiendo un poco el rostro.
—No estoy segura de estar preparada —susurró—. ¿Y si me paralizo? ¿Y si empieza a llover otra vez? ¿Y si pierdo? Decepcionaría a todos... —tragó saliva, el corazón latiéndole demasiado rápido—. A ustedes también...
Jane no dudó en abrazarla, rodeándola con un brazo y acercándola a su costado. Hadley dejó caer su cabeza contra su hombro, encontrando ahí un refugio inesperado.
—Pequeña —dijo Jane en voz baja, acariciándole el cabello—, estamos orgullosas de ti simplemente por intentarlo. No importa si ganas o pierdes ese campeonato. No estás sola. Y nunca nos decepcionarías.
Hadley cerró los ojos, respirando hondo para ahogar el temblor en su pecho.
—¿De verdad no les importaría?
—Lo único que queremos es verte feliz, Hadley. Eso es todo lo que importa.
Después de un momento de silencio, solo roto por las carcajadas apagadas que venían de la sala, Jane volvió a hablar.
—¿Te preocupa algo más, pequeña?
Hadley dudó unos segundos, mordiéndose el labio, pero al final asintió.
—Es papá —murmuró, sintiendo cómo se le cerraba la garganta—. Aún no me habla. A pesar de que le escribo y le llamo todos los días, no responde... No quiero que me ignore también. No quiero que mi relación con él termine como terminó con mamá.
Jane no dijo nada, dándole espacio.
—¿Cómo era con tu mamá? —preguntó después, en voz baja.
Hadley cerró los ojos un instante antes de responder, sintiendo que las palabras le dolían en la boca.
—Podíamos pasar días sin hablarnos. Semanas. —Su voz tembló—. Me ignoraba... era como si no existiera para ella. Como si fuera un mueble más de la casa. No quiero eso con papá. Él era el único que me incluía cuando estaba en casa. El único que me hacía sentir... parte de algo. Y ahora... ahora todo está roto. Y es por mi culpa.
Jane se apartó solo lo justo para poder mirarla a los ojos.
—¿Es tu culpa ser bisexual? —preguntó con firmeza. Hadley alzó la vista, sorprendida—. ¿Es tu culpa que tu papá no lo entienda? ¿Es tu culpa que él no entienda que amas a Merliah y no a un hombre?
Hadley abrió la boca, pero no pudo emitir sonido. Al final negó suavemente con la cabeza, mientras una lágrima solitaria rodaba por su mejilla. Jane sonrió con ternura y volvió a abrazarla, sosteniéndola como si pudiera evitar que el mundo la dañara.
—Entonces no cargues con eso, pequeña —le susurró al oído—. No pongas un peso más en tus hombros. No te corresponde. Tú solo amas. Y eso nunca debería ser algo de lo que tengas que disculparte.