A pesar de mi esfuerzo por mantenerme distante, no podía evitar sentir una curiosidad incómoda por Ellie. Algo en su manera de moverse, de hablar, de vivir cada momento como si nada pudiera detenerla, me hacía preguntarme qué más podría traer a mi mundo gris.
Esa tarde, mientras rebuscaba entre mis cosas viejas en el desván, encontré algo que no había visto en años: una cámara antigua de mi padre. Tenía marcas de uso, la correa estaba gastada y el cuero olía a polvo, pero en algún lugar profundo supe que Ellie la apreciaría más de lo que yo podría hacerlo.
Al día siguiente, entré al aula con la cámara escondida en mi mochila. Mi corazón latía con un ritmo extraño, aunque trataba de disimularlo con mi habitual expresión de indiferencia. Cuando vi a Ellie sentada, removiendo apuntes con su acostumbrada energía, me detuve frente a su mesa. Con cuidado, coloqué la cámara sobre ella.
—Ahí… —dije, encogiendo los hombros—. Es vieja.
Ellie levantó la cámara entre sus manos como si se tratara de algo frágil. Sus ojos se abrieron más de lo normal, brillando rebosantes de alegría.
—¡Ash! —exclamó, saltando sobre su silla y dándome un abrazo improvisado—. ¡Gracias, gracias, gracias!
Intenté no darle importancia, apartando la mirada, aunque un pequeño calor se instaló en mi pecho que no esperaba.
—De nada… —murmuré, con un tono más bajo de lo que quería admitir—. Solo es una cámara vieja.
Ella me miró con esa chispa traviesa que parecía capaz de atravesar cualquier muralla que levantara.
—Vieja, sí… pero aún puede capturar la luz, ¿no crees? —dijo con ingenio, girando la cámara entre sus dedos—. Y tú, Ash… tú me la has obsequiado. La cuidare mucho.
Rodé los ojos. No sabía si estaba molesto, incómodo o simplemente sorprendido por lo directa que podía ser.
—Ugh… eres insoportable. —dije, aunque no con fuerza.
Ellie no perdió tiempo. Se inclinó hacia mí, puso una mano en mi barbilla y con su otra mano me obligó a abrir la boca. Antes de que pudiera reaccionar, sacó un caramelo ácido y me lo lanzó directo a la lengua.
—¡Esto es por rodar los ojos otra vez! —gritó, riéndose mientras se retiraba un paso y chocaba sus manos con entusiasmo—. ¡Considera esto tu castigo, Ash!
Mi lengua se retorció y mi cara se frunció en una mueca de horror.
—¡Ugh! ¡Otra vez! —logré quejarme, tosco y desconcertado.
Ella se echó a reír, ligera y feliz, y saltó de nuevo sobre su silla, levantando la cámara con una alegría desbordante:
—¡Tú no cambias, pero yo tampoco voy a dejar de molestarte!
Mientras el ácido quemaba mi lengua y Ellie reía con esa energía que parecía no agotarse nunca, me descubrí pensando en algo que no quería admitir: esa chica, tan absurdamente luminosa, estaba empezando a filtrarse en los bordes grises de mi vida.
—Eres insoportable —murmuré, apartando la mirada mientras regresaba a mi asiento.
Me dejé caer en la silla, aún con el sonido de su risa vibrando en mis oídos. Y entonces, poco a poco, el ruido disperso del aula se fue apagando.
El murmullo habitual se desvaneció del todo cuando la profesora de literatura se plantó frente al pizarrón. Entre sus manos descansaba un papel arrugado que temblaba ligeramente con cada respiración. Su voz, al comenzar, no fue más que un soplo tenue, un susurro suspendido en el aire, como si en lugar de ser pronunciadas, las palabras simplemente hubieran despertado.
—“En el bosque oculto donde los susurros duermen…”
Me quedé quieto. Cada palabra se suspendía en el aula como si no fuera solo sonido, sino algo que respiraba, algo que quería alcanzarme. Un calor extraño me apretó el pecho. No era común sentir nada parecido en este lugar.
—“Allí, los deseos flotan entre ramas y sombras, y los pasos olvidados se vuelven camino de estrellas…”
De reojo, vi a Ellie inclinada sobre el pupitre. Contenía la respiración, los ojos brillando de manera imposible de ignorar. Estaba absorta, como si lo que escuchaba se dirigiera solo a ella. Y de alguna forma… también a mí.
—“Las luciérnagas despiertan con la noche, pequeños faros que nacen de lo que se fue, del canto de los soñadores, del llanto de los ausentes, convertidos en luz, en fuego que no se extingue…”
Un pensamiento me atravesó de pronto. Ella. Mi hermana. Todo lo que se había ido y, sin embargo, seguía brillando en alguna parte. Bajé la mirada, pero al volver a levantarla me encontré con los ojos de Ellie. Había en ellos una pregunta silenciosa, como si quisiera comprobar si dentro de mí algo se había movido.
—“Cada chispa es un recuerdo que danza, un instante robado al tiempo, un alma que respira. Los muertos caminan entre nosotros, pero ya no en silencio, sino brillando en el aire tibio…”
La voz de la profesora descendió, se apagó con un suspiro. El silencio quedó suspendido, más pesado que antes. Nadie se atrevió a hablar. Parecía que todo el aire había cambiado de textura.
Sentí la mirada de Ellie sobre mí, insistente. Yo permanecí inmóvil, la vista perdida en un punto frente a mí, sin saber cómo disimular lo que acababa de sentir. Había una chispa, un destello que no podía nombrar. Y ella lo notó. Estoy seguro de que lo notó.