Donde mueren las luciernagas

Capitulo 5: Fragmentos de luz

El sol caía a plomo cuando Ellie me arrastró fuera de la ciudad. Llevaba su mochila cargada como si fuera una expedición real, mientras yo apenas había traído una botella de agua y algo de pan envuelto en papel.

—¿Seguro que esto es una excursión y no un secuestro? —gruñí, siguiendo sus pasos por un sendero cubierto de hierba.

—Exagerado. —Se volvió con esa sonrisa suya, caminando hacia atrás sin tropezar—. Estamos en busca de historia, Ash. ¿No te emociona?

—No.

—Mientes. —Rió, adelantándose otra vez.

El camino ascendía poco a poco. Los árboles nos envolvían, filtrando la luz del mediodía en retazos dorados. En el aire se percibía ese aroma a tierra húmeda y hojas seca. Yo avanzaba con el ceño fruncido, pero en secreto me sorprendía lo fácil que se volvía caminar a su lado, como si su energía empujara mis pies.

Después de un rato, el sendero se abrió y lo vi: un viejo templo de madera, semienterrado entre raíces y musgo. El techo estaba inclinado, las tejas quebradas; algunas estatuas caídas se apoyaban unas contra otras como si también hubieran olvidado su propósito.

Ellie se quedó quieta, con los ojos muy abiertos.

—Lo encontramos…

—¿Encontramos qué? —pregunté, escéptico.

—Las ruinas del Santuario de Kagari —murmuró Ellie, acercándose despacio, como si temiera despertar a un gigante dormido—. ¿Lo sientes? Es como si respirara.

Arqué una ceja. No había escuchado nunca sobre ningún santuario en ruinas en este pueblo.

—Nunca oí hablar de este lugar.

Ellie inclinó la cabeza, sorprendida, como si no pudiera creer que lo ignorara.

—Mi madre solía contarme historias sobre él —dijo, y su voz se volvió más suave—. Decía que Kagari era la diosa de la luz que ilumina el camino de las personas. Que cuando alguien se perdía —en el bosque, o en su propia vida—, seguía su fuego para encontrar el camino de vuelta.

Crucé los brazos, intentando sonar indiferente.

—¿Y el templo terminó así? No parece que esa diosa haya sido muy buena en su trabajo.

Ellie rió, una risa breve, pero su voz cargaba cierta melancolía.

—Dicen que una tormenta lo destruyó. Pero la gente cree que Kagari se sacrificó para proteger el pueblo… y que su fuego todavía vive en las luciérnagas del río.

No creía en esas viejas historias, pero al verla ahí —mirando las ruinas con tanta calma, como si realmente pudiera escuchar un corazón latiendo bajo las piedras— supe que ella sí lo hacía.

—Eso suena como algo que se le contaría a un niño antes de dormir —murmuré.

Ellie me miró entonces, seria, con esa intensidad que siempre parecía desarmarme.

—Tal vez —respondió—. Pero también creo que algunas historias existen para recordarnos que no debemos dejar de tener fe.

Ellie comenzó a caminar hacia las ruinas. Yo la seguí, en silencio. Había algo inquietante en el aire. El templo parecía observarnos, cada grieta en la madera un ojo muy viejo que había visto demasiado, y ahora nos observaba a nosotros.

Entramos por un arco desvencijado. El interior estaba en penumbra, pero aún quedaban restos de pintura en las paredes: figuras desdibujadas, linternas pintadas en rojo, fragmentos de estrellas. El suelo crujía bajo nuestro peso.

Ellie se agachó frente a una de las columnas y pasó los dedos por los grabados cubiertos de polvo.

—Mira esto. —Me señaló una serie de símbolos que parecían luciérnagas dibujadas como pequeñas chispas.

Me incliné para observar.

—Pueden ser cualquier cosa.

—No. —Sacudió la cabeza con firmeza—. Son luces. ¿Ves? Están rodeando a esa figura en el centro.

Tuve que admitir que, con algo de imaginación, parecía una persona envuelta en un halo de puntos brillantes.

—¿Y qué significa? —pregunté, aunque no esperaba una respuesta lógica.

Ellie sonrió, sus ojos reflejando la penumbra como si hubieran encendido velas dentro de ellos.

—Que alguien intentó atrapar la luz. Igual que yo.

Se sentó en el suelo de madera, sacó su cámara y la levantó hacia los rayos de sol que se colaban por las grietas del techo. Las partículas de polvo parecían bailar en el aire, iluminadas como luciérnagas detenidas en pleno vuelo.

La observé sin decir nada. Una parte de mí quería decirle que estaba perdiendo el tiempo, que nada de esto tenía sentido. Pero otra parte… otra parte se quedó mirando, atrapada, como si esa escena fuera más real que todo lo que me esperaba en casa.

Ellie tomó una foto y luego bajó la cámara, suspirando.

—¿Sabes, Ash? Creo que este lugar nos estaba esperando.

—Un montón de madera podrida y polvo no espera a nadie.

Ella rio, como siempre, ignorando mi tono.

—Pues a mí sí. Y ahora también a ti.

Me crucé de brazos, pero no pude evitar mirar otra vez las figuras grabadas en la columna.




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