El edificio de la residencia estaba rodeado de árboles viejos y bancos de madera donde algunos ancianos tomaban el sol de la tarde. Ellie caminaba delante de mí con pasos ligeros, como si nos dirigiera hacia un destino mucho más emocionante que un lugar donde el tiempo parecía haberse detenido.
Una enfermera nos guio por un pasillo largo hasta una habitación en la esquina. La puerta estaba entreabierta, y dentro, sentada en un sillón junto a la ventana, estaba la abuela de la profesora Makinen. Tenía el cabello completamente blanco, recogido en un moño suelto, y una manta sobre las piernas.
Cuando nos vio, sus ojos se iluminaron.
—¡Visitas! Qué raro y qué hermoso.
Ellie se adelantó, inclinándose un poco para saludarla.
—Buenas tardes. Somos estudiantes de su nieta la señorita Makinen. Ella nos dijo que podíamos venir.
En cuanto escuchó el nombre de su nieta, los ojos de la anciana brillaron, y parecía que todo su pecho se llenaba de orgullo y calidez
—Ah, mi pequeña Yumi… —susurró la anciana, con una sonrisa—. Siempre soñadora, como yo lo fui alguna vez.
Nos hizo señas para que nos sentáramos. Yo me quedé algo rígido en la silla, pero Ellie parecía completamente en casa, como si conociera a la mujer de toda la vida.
—Supongo que vienen por las historias, ¿no? —preguntó la abuela, con un destello pícaro en los ojos.
Ellie asintió enseguida.
—Queremos saber sobre ese lugar secreto… el que está en el bosque, donde las luciérnagas nunca dejan de brillar.
Con las manos entrelazadas sobre la manta, la anciana respiró profundamente. Su rostro se suavizó mientras buscaba en su memoria aquellas historias que guardaba como un tesoro de su juventud.
—En ese lugar, cada luciérnaga es un alma prestada a la noche. Espíritus que regresan por un instante, no para asustarnos, sino para recordarnos que seguimos unidos. Allí… —bajó la voz, como si confiara un secreto— allí puedes volver a ver a tus seres queridos. Aunque sea solo un breve momento.
Sentí un escalofrío recorrerme. Mi respiración se hizo pesada.
Ellie se inclinó hacia adelante, con los ojos brillando.
—¿Y ese lugar… existe de verdad?
La anciana asintió lentamente.
—Sí. Existe. Yo estuve ahí de niña. No recuerdo cómo llegue, pero jamás olvidaré lo que vi. El bosque entero respiraba luz. Y entre todas esas luciérnagas… vi a mi madre, que había muerto poco antes. No me habló, no me tocó… pero la reconocí en la sonrisa que me regaló.
Mi garganta se cerró. Imaginé a Lina entre esas luces, esperándome.
Ellie apretó las manos contra su regazo, temblando de emoción.
—Entonces… es real.
La anciana sonrió, con ternura y un dejo de nostalgia.
—El lugar secreto no está en un mapa; se encuentra en la esperanza de quien se atreve a buscarlo. Pero recuerden: las luciérnagas viven poco. Su luz es fugaz. Si encuentran ese lugar… no lo desaprovechen.
Un silencio reverente nos envolvió. Afuera, los árboles se mecían con el viento, y por un momento tuve la sensación de que el bosque nos escuchaba. Miré a Ellie; su rostro no podía ocultar la emoción. Para ella, era realmente importante creer en aquel lugar, en su existencia.
Compartimos una taza de té con galletas con aquella abuela llena de historias. La escuchamos, quizás durante horas, aunque en realidad no nos dimos cuenta del tiempo. Finalmente, la abuela nos despidió con un gesto suave, como si nos entregara una antorcha invisible.
—Vayan, chicos. Quizás las luciérnagas todavía guardan un alma para ustedes.
Ellie salió de la habitación casi saltando de alegría, como si acabara de recibir las instrucciones hacia un tesoro. Yo, en cambio, sentía un peso nuevo en el pecho: una mezcla extraña de esperanza y miedo.
Porque si ese lugar existía de verdad… ¿estaba listo para ver a Lina otra vez?
—¿Estás bien? —me sorprendió la voz de Ellie. Sus ojos me observaban con curiosidad.
Asentí despacio.
—Sí, solo estaba pensando.
—¿En tu hermana? —preguntó, como si fuera lo más natural del mundo.
—Sí. —Bajé la mirada—. ¿De verdad crees que es posible? Ya sabes… ¿volver a verlos?
Ellie sonrió y giró sobre sí misma, ligera como un pétalo atrapado en una corriente de aire.
—¡Claro que sí!
Me quedé observándola detenidamente. No terminaba de entender por qué era tan importante para ella la existencia de ese lugar.
—¿Por qué es tan importante para ti? —pregunté de golpe.
Ella se detuvo. Sus ojos, antes llenos de juego, se tornaron serios, con un brillo que combinaba tristeza y resignación.
—Porque si ese lugar existe —dijo con voz suave, pero firme— quiere decir que tú también podrás verme… aunque sea por un momento fugaz cuando ya no esté aquí.
Sus palabras me dejaron helado. Sentí un vacío extraño abrirse en el pecho, como si hubiera escuchado algo que no debía.
—Ellie… —quise decir algo más, pero la voz se me quebró en la garganta.
Ella, en cambio, sonrió con esa dulzura suya que siempre parecía esconder su fragilidad. Se acercó un poco, hasta quedar a apenas unos pasos de mí.