Los siguientes días fueron distintos. Ellie recuperó el color en las mejillas y hasta volvió a molestarme con su energía exagerada. La tormenta parecía un recuerdo lejano, y aunque el bosque aún mostraba sus cicatrices, verla reír otra vez era como si el sol se hubiera colado entre las ramas partidas.
Esa mañana, estaba en la cocina preparando mi mochila: linterna, cantimplora, cuaderno, y algo de comida que mi madre había dejado sobre la mesa. No podía evitar sonreír al pensar que, en unos minutos, Ellie me estaría arrastrando a otro rincón del bosque.
—Te ves distinto —dijo una voz suave detrás de mí.
Me giré y encontré a mi madre, apoyada en el marco de la puerta, con una sonrisa tranquila. Me observaba como si de pronto me viera por primera vez en mucho tiempo.
—¿Distinto? —pregunté, fingiendo distraerme con la cremallera de la mochila.
—Más vivo. —Se acercó despacio, colocándome una mano en el hombro—. Estoy muy orgullosa de ti, Ash.
La observe en silencio. Ella me rodeó con los brazos y me abrazó fuerte, como cuando era niño.
—Te amo —susurró contra mi cabello—. Perdóname por todo el tiempo que no estuve contigo.
Mi pecho se apretó. Antes de que pudiera responder, escuché pasos en el pasillo. Mi padre apareció, con su chaqueta en la mano y la mirada cansada, pero cálida.
—Tu madre tiene razón —dijo, acercándose—. También estoy orgulloso de ti, hijo.
Se inclinó y me abrazó torpemente, como si no recordara cómo hacerlo, pero con una sinceridad que me desarmó.
—Te queremos, Ash.
Me quedé ahí, entre ambos, sintiendo que algo en mí finalmente se rompía. El invierno helado que llevaba dentro se derritió en silencio, dejando que el calor ocupara su lugar.
Cuando se separaron, subí a mi cuarto. Saqué un papel y una pluma, y me senté junto al escritorio lleno de cartas nunca enviadas. Comencé a escribir otra para Lina:
"Hoy… sentí que no estoy solo. Quiero que lo sepas. Quizás no estés aquí para verlo, pero sigo caminando, y alguien me acompaña. Alguien que me recuerda lo que significa brillar."
Doblé la hoja con cuidado y la guardé junto a las demás. Me quedé mirando el cajón lleno de cartas: cientos de conversaciones que nunca tuve con mi hermana, mensajes escritos desde un lugar donde solo habitaba el dolor.
Durante un instante, entendí que no podía seguir escribiendo para alguien que ya no estaba. Sentí la necesidad de detener ese invierno, de dejar atrás la pena y comenzar a vivir desde el ahora.
Tomé una hoja nueva. La coloqué frente a mí y, después de mucho tiempo, escribí una carta con un remitente distinto. Una carta para alguien que aún podía leerla.
Una carta para Ellie.
Ellie:
No sé cuándo podrás leer esto.
Antes, solía escribirle cartas a Lina. Todas eran intentos fallidos por hablar con alguien que ya no podía responderme. Hoy te escribo a ti, y aunque tampoco sé cuándo la leerás, siento que al menos estas palabras respiran contigo.
No entiendo en qué momento empezaste a llenar los espacios vacíos. Supongo que fue el día en que te reíste empapada en barro, o tal vez cuando soltaste aquellas luciérnagas en mi jardín y dijiste que yo también tenía luz. Desde entonces, cada vez que las veo encenderse, pienso… en ti.
Me asusta pensar en el silencio que vendrá cuando te vayas, ese silencio que conozco demasiado bien. Pero esta vez no quiero quedarme atrapado en él. Si la noche te alcanza antes que, a mí, prometo mantener tu luz encendida. No con recuerdos, sino con vida.
Gracias, Ellie.
Por no rendirte conmigo, por sacarme del pasado, por recordarme que incluso el dolor puede brillar si lo sostienes con cuidado.
No sé adónde nos lleve este camino, ni si encontraré ese lugar secreto que tanto anhelas encontrar, pero te juro que seguiré buscándolo.
Porque ahora sé que no es un lugar, sino un momento… ese instante en el que todo se ilumina, aunque sea solo por un segundo.
Y ese instante fuiste tú.
Con cariño, Ash.
Sostuve la carta entre mis dedos y la deslicé dentro de un cajón vacío del escritorio: un nuevo espacio para un nuevo comienzo.
Después tomé la mochila y salí de casa. Afuera, Ellie me esperaba en la esquina, agitando la mano con su sonrisa de siempre.
Y por primera vez, salí a su encuentro con el corazón ligero.
***
Caminábamos sin prisa por el bosque, dejando que las ramas crujieran bajo nuestros pasos. Ellie hablaba sin parar, inventando teorías absurdas sobre cómo las luciérnagas se escondían de nosotros a propósito, y yo me limitaba a reír, lanzándole comentarios sarcásticos cada tanto.
La verdad es que no estábamos prestando atención al camino. Nos reíamos demasiado, hablábamos demasiado. Y por un momento, era suficiente.
Hasta que sucedió.