Un estruendo.
El sonido de los vidrios explotando retumba en mis oídos, como si fueran luciérnagas muertas estrellándose contra el suelo. El aire se me escapó de golpe, y de pronto todo fue oscuridad.
Mi corazón… lo siento tambalear. Golpes irregulares, torpes, como un tambor roto. Intento abrir los ojos, pero no hay nada. Solo oscuridad. Un zumbido constante me perfora la cabeza. Y, entre ese ruido, aparecen voces.
—¡Aquí! ¡Dos heridos! —alguien grita.
—Presión baja… el pulso… —otra voz, más cerca, más urgente.
—No se detengan, ¡rápido, al hospital!
Quiero preguntar, quiero moverme, pero mi cuerpo no responde. Siento manos frías sobre mí. Algo metálico corta mi ropa. Una presión en el pecho. Una máscara contra mi rostro.
—Está inconsciente… —murmura alguien.
¿Yo? ¿Ellie?
Intento llamarla. Ellie. Pero mis labios no se mueven. Mi voz se ahoga en la oscuridad. El latido en mi pecho tropieza otra vez, más débil. Por un instante, pienso que ya no soy yo quien respira. Que el corazón que suena dentro de mí ya no me pertenece.
Y entonces… imágenes. No de ahora. De antes.
El ruido de un claxon. El asfalto bajo mis pies. Lina, corriendo a mi lado. Su mano aferrada a la mía.
—¡Ash, cuidado!
Un destello de luces. Recuerdo que quise gritar, pero no me dio tiempo. Ella me empujó con todas sus fuerzas, lanzándome a la acera. Yo caí de bruces, el aire escapándose de mis pulmones. Y cuando levanté la cabeza…El auto ya estaba encima de ella.
Mi hermana… que me sonreía siempre, incluso cuando se enojaba conmigo, quedó tendida allí, sin moverse.
—¡Lina! —quise correr hacia ella, pero alguien me sostuvo. Gritos. Sirenas. Y yo llorando hasta quedarme sin voz.
Ese día lo entendí: su vida terminó para que la mía siguiera.
Y ahora, en medio de la oscuridad, en medio de este nuevo accidente, siento que todo se repite. Mi pecho duele, como si el corazón buscara escapar. Como si Lina hubiera estado esperando este momento desde entonces.
Lina… su rostro sigue allí, grabado en la oscuridad de mi mente. Pero de pronto se confunde, se mezcla, se transforma. El cabello de Lina se vuelve el de Ellie, mojado por la tormenta. Su sonrisa cansada, sus ojos llenos de vida aun cuando dolía.
Ellie…
No. Ella no puede apagarse.
El mundo necesita su luz.
Yo la necesito.
Ella es la que corre delante de mí en el bosque, la que se ríe hasta quedarse sin aire, la que convierte cualquier instante en un destello inolvidable.
El mundo sería demasiado frío sin alguien como Ellie para alumbrarlo.
El invierno regresaría.
—No… —mi voz no sale, apenas es un pensamiento, un grito ahogado dentro de mí.
Las voces a mi alrededor se vuelven más claras.
—¡El pulso está bajando!
—Rápido, presión aquí, no lo pierdan.
—Necesitamos moverlos ya, ¡ya!
Un pitido intermitente invade mis oídos. Un ritmo mecánico que intenta reemplazar el latido torpe de mi propio corazón. Pero mi mente no escucha eso. Solo repite su nombre, como una súplica desesperada: Ellie, no te apagues.
El pitido constante de las máquinas se pierde de pronto. El murmullo de los paramédicos se disuelve como si alguien bajara el volumen del mundo.
Entonces estoy ahí otra vez. En ese espejo nítido. El agua en calma refleja un cielo lleno de luciérnagas. Y, en la orilla, me espera ella. Lina. Su silueta brilla como si estuviera hecha de la misma luz que danza sobre el agua. Me sonríe con esa ternura que siempre llevaba escondida en los ojos. Extiende su mano hacia mí.
La reconozco de inmediato: es la misma que me soltó aquel día, la misma que me empujó fuera del camino para salvarme. Y ahora vuelve a ofrecerse, tranquila, paciente.
Mis piernas tiemblan, mi pecho arde, pero algo dentro de mí se aquieta.
Por fin lo entiendo.
Extiendo la mano.
Una fuerte luz nos envuelve y mientras ese resplandor me envuelve, dejo que las palabras se formen solas en mi mente, claras, inevitables: Ahora lo comprendo todo… Quizás sobreviví aquella noche, para llegar a este momento.