Ellie
Cinco años después
Han pasado cinco años desde aquella noche. Cinco años desde que aprendí que cada latido es un milagro, un regalo que no dura para siempre.
Hoy mis pasos me han traído aquí, al bosque donde todo comenzó. El sendero sigue siendo el mismo, cubierto de raíces que parecen manos tratando de aferrarse al suelo. El aire huele a tierra mojada y a hojas, como si nada hubiera cambiado. Y, sin embargo, yo ya no soy la misma.
Avanzo despacio, apartando las ramas, siguiendo el rumor del agua hasta que, por fin, el paisaje se abre ante mí.
El lago.
El mismo que guardó mis lágrimas y mis risas, que me enseñó a despedirme y a volver a creer.
La superficie brilla como un espejo oscuro. Y sobre él… miles de luciérnagas danzan, encendiendo la noche con su luz breve, efímera, perfecta.
Me quedo de pie en la orilla, sin atreverme a dar un paso más. Porque entonces lo veo.
Del otro lado, en la orilla, hay alguien. Una silueta conocida, imposible de confundir.
Ash…
Mi corazón, late con fuerza, como si quisiera abrirse en mil fragmentos.
Él me está mirando. Sonríe.
Siento cómo mi rostro se ilumina en respuesta, como si una fuerza que no controlo me arrancara la sonrisa más sincera en mucho tiempo.
No sé si es un recuerdo, un sueño o un milagro. No sé si la laguna es realmente un lugar donde los mundos se tocan, como decía la abuela de mi profesora, o si simplemente mi corazón quiso traerlo de vuelta.
Pero ahora no me importa.
No nos movemos.
No necesitamos hacerlo.
Las luciérnagas nos envuelven, flotando entre nosotros como si quisieran tender un puente de luz sobre el agua.
Lo único que necesito es este instante: él al otro lado, yo aquí, y la distancia entre nosotros iluminada por miles de luciérnagas.
Y mientras lo miro, lo sé.
La belleza nunca fue eterna.
Siempre fue un préstamo breve, como estas luces.