POV LIZZI
Diciembre 2020
—¡Hija, por Dios, luces hermosas! —papá se lleva una mano al pecho como si hubiera visto a una aparición divina.
—¿En serio? —pregunto, mordiendo mi labio mientras doy una vuelta lenta para que me vean.
—Realmente luces como una diosa —añade Holly, mi mejor amiga al tiempo que cargaba a su pequeña Sofí
—¡Te ves hermosa tía! — dijo la pequeña con su tierna voz.
—Gracias… —trato de sonreír, aunque mis manos no dejan de temblar alrededor del ramo—. Siento que el corazón se me va a salir, pero… estoy lista para casarme
—Tranquila, princesa. En media hora dejarás de ser mi niña y ese chico te habrá robado de mi lado — papá sonríe, pero la voz le tiembla.
—No digas eso, Sebastián —responde mamá, dándole un codazo suave.
—Perdón, es que no todos los días uno lleva a su única hija al altar. —Traga saliva, y en sus ojos noto el brillo de las lágrimas que se esfuerza por contener.
—Papi… —le aprieto la mano—. Yo siempre seré tu niña, eso nunca cambiará, aunque me case o tenga hijos.
Mamá suspira, negando con una sonrisa leve al ver la expresión de horror de papá.
—Ya, cariño —dice mamá con ternura—, o terminarás dándole un infarto a tu pobre padre. Además, ya es hora de irnos; Andrés debe estar ya en la iglesia.
Subimos a la limusina que enviaron los padres de Andrés. El vestido me aprieta en la cintura, y mis manos no dejan de temblar alrededor del ramo. Los tallos crujen bajo la presión de mis dedos.
—Mami… —mi voz es apenas un hilo—. ¿Qué pasará ahora? No termino de creer que hoy me voy a casar con el amor de mi vida. Todo se siente tan perfecto que temo que algo salga mal.
—Te entiendo mi niña, yo me sentía igual en mi boda —responde acariciándome el cabello—. Nada es perfecto, tendrás discusiones y problemas, pero lo importante es que se amen, se respeten y se acompañen. Eso es lo que mantiene en pie un matrimonio. Y si de algo sirve… mírame: a pesar de que me casé con tu padre y no con Brad Pitt, soy feliz. —Me limpia una lágrima con el pulgar y sonríe.
Papá, que acaba de subir, frunce el ceño fingiendo ofensa.
—Oye, mujer, estoy aquí. Y soy mucho más guapo que ese actorcito.
—Sí, sí, lo sé, amor. Es solo que amo verte celoso —responde mamá, dándole un beso rápido que él convierte en algo más largo.
Aparto la mirada hacia la ventanilla. El paisaje pasa rápido, y el corazón me late tan fuerte que parece que va a salirse por el pecho. Mis padres siempre han sido así: intensos, inseparables. A veces me incomoda, pero en el fondo siempre he deseado eso para mí.
Al llegar a la iglesia, siento un nudo en la garganta. Todo luce como lo soñé: flores blancas en la entrada, la música suave de fondo, y los invitados entrando apresurados.
Papá me ofrece su mano. La tomo y suspiro hondo.
—¿Lista, princesa? —me pregunta con voz emocionada.
—Sí, papi —respondo.
La marcha nupcial comienza y el eco resuena en cada rincón. Mis pasos avanzan firmes, aunque siento que floto. Mi velo enturbia la visión, pero sigo hacia el altar con la certeza de que este será el día más feliz de mi vida.
Cuando Andrés levanta el velo, su mano está fría, helada. Me sonríe apenas, una mueca que no se parece en nada al hombre que conozco. Intento convencerme de que son nervios.
La ceremonia avanza. Quiero tomarle la mano, pero la aparta con un movimiento sutil. Lo miro de reojo: mandíbula apretada, hombros tensos. La tensión me invade recorriéndome la espalda.
Aun así, el sacerdote me hace la pregunta y respondo sin titubear, con el corazón lleno de ilusión.
—Sí, padre, acepto.
El sacerdote se vuelve hacia él.
—Andrés, ¿aceptas a Lizzi como tu legítima esposa…?
Él tartamudea.
—Yo… yo… Lizzi… —susurra, rozando mi frente con la suya, y me quedo sin aliento—. Espero que algún día puedas perdonarme. —
Alzo la vista, aturdida, y escucho su voz clara, fuerte:
—Lo siento, padre. Yo… no puedo. Perdón por hacerte esto, Lizzi.
Su mano se suelta de la mía como si quemara. Solo alcancé a ver su espalda alejándose junto a la de su hermano Peter. El eco de sus pasos rompiendo el silencio sagrado de la iglesia
El silencio me golpea. Después, todo llega de golpe: los susurros, el murmullo de los invitados, las voces desesperadas de mis padres, los gritos de los suyos rogándole que vuelva. Mis ojos se inundan y el ramo resbala de mis manos, chocando contra el suelo con un golpe seco.
Holly me envuelve en un abrazo, me empuja hacia afuera. Apenas me doy cuenta de que estoy de nuevo en la limusina.
—Liz… —su voz tiembla, y mi nombre en sus labios es un puñal.
Entonces me quiebro. El llanto me sacude el cuerpo. Grito, me abrazo a mí misma, incapaz de entender qué acaba de pasar.
Lo único que sé es que ese día, Andrés Thomson destrozó mi corazón.