Donde termina el adiós

CAPITULO 4

POV Lizzi

La casa Thomson olía a canela, pino y galletas recién horneadas. Desde la entrada se oían las risas de Carlo correteando entre los regalos, mientras Holly, con su vientre ya notoriamente redondo, intentaba mantener el equilibrio con una bandeja de ponche caliente.

—¡Carlo! —gritó—. ¡Si rompes otro adorno, juro que Santa te llevará a vivir con los elfos!

Peter soltó una carcajada desde el sofá, observándola con ternura mientras ella intentaba recuperar la compostura. El fuego crepitaba en la chimenea, y por un instante, el mundo parecía detenido en esa pequeña burbuja de luz y afecto.

Me detuve en el marco de la puerta junto a mis padres, que cargaban demasiados regalos para mis sobrinos. Como cada año, había pasado el día debatiendo si debía venir. Sabía que Peter siempre invitaba a su hermano a las fiestas, aunque Andrés nunca aparecía. Y, en el fondo, temía tener que encontrarme con él.

Pero esa idea se desvaneció cuando mis padres llegaron a mi departamento con los brazos llenos de regalos, insistiendo en que era hora de ver a los niños.

—Llegan justo a tiempo —anunció Peter, acercándose para ayudarnos—. Holly estaba a punto de enviar a Carlo con el trineo a buscarte.

—No me hubiera sorprendido —bromeé, sacudiéndome la nieve del cabello.

—Ya sabes que la puntualidad nunca ha sido nuestra virtud —agregó mamá, entregándole los regalos a Peter.

Holly me sonrió, cansada pero radiante. Tenía ese brillo en los ojos que solo las mujeres embarazadas conservan cuando todo parece promesa.

—Espero que entre todos esos regalos haya algo para mí —dijo con fingida seriedad.

—Por supuesto que sí, no pienso soportar tus reclamos todo un año —repliqué.

—Una sola vez te lo recordé —dijo riendo—, solo porque olvidaste traerme regalo hace tres navidades.

—Solo una vez —ironizé—, pero lo repetirás toda la vida.

—Niñas, ya basta —intervino mi padre, con una sonrisa—. No frente a los niños.

—Ella empezó, tío Sebastián —protestó Holly divertida—. Ya sabes que yo soy muy tranquila.

—Sí, la más tranquila de todas —respondí con sarcasmo, y todos reímos.

Después de nuestra pequeña pelea, ayudé a Peter a organizar la mesa. Holly quiso ayudar también, pero Peter no se lo permitió. Tuvo que convencerla con besos y promesas de dejarla probar el postre antes que nadie para que aceptara sentarse junto a mis padres en la sala.

Mientras doblaba las servilletas, Peter rompió el silencio con voz baja:

—Lizzi, necesito tu consejo.

—¿Qué pasa, Pit?

—Hace un par de días llamaron los padres de Holly. Quieren verla. Dicen que están arrepentidos, que quieren conocer a los niños…

Me quedé quieta, sosteniendo un plato entre las manos.

—¿Y se lo dijiste?

—No. No quiero preocuparla, el tema de sus padres siempre la altera. Pero si se entera que lo oculté… no me lo perdonará.

Sabía que James y Sire Duncan eran una herida abierta. Lo que Holly vivió en esa casa era algo que pocas veces se atrevía a mencionar. Yo fui la primera en saberlo. Lo descubrí cuando tenía catorce años, el día que vi los moretones en su mano y comprendí que sus silencios escondían más de lo que podía soportar.

—No puedes cargar con eso solo, Peter —le dije suavemente—. Holly merece saberlo, aunque duela.

Él suspiró, apoyando las manos en la mesa.

—Lo sé. Pero no ahora… no quiero arruinarle la paz antes de que nazca el bebé.

—Haz lo que creas correcto —respondí—, pero no dejes que el miedo te haga ocultarle la verdad.

Me miró con gratitud.

—Gracias por estar aquí, Lizzi. Por no alejarte después de… lo de Andrés. Nunca te lo dije, pero lo aprecio más de lo que imaginas.

Sentí un nudo en la garganta.

—Ustedes son mi familia, Pit. Siempre lo han sido. Y eso no va a cambiar.

La cena fue un caos encantador. Peter insistía en cortar el pavo, pero terminó bañando el mantel nuevo en salsa; Carlo cantaba villancicos con una pandereta mientras Sofi lo imitaba; y mis padres reían al verlos.

Yo los observaba, intentando grabar cada detalle, sin saber por qué sentía que debía recordarlo todo.

..

POV Peter

Más tarde, cuando los niños ya dormían y la casa estaba en penumbra, me quedé con Holly junto al árbol, envueltos en una manta.

—¿Sabes? —murmuró ella, acariciando su vientre—. Este será nuestro último año de cuatro.

—Nuestro mejor año —le respondí, besándole la frente.

Holly sonrió, con esa ternura que me hacía olvidar el cansancio.

—He intentado llamar a Andrés —dije, con tono apagado—. Hace meses que no responde. Me preocupa.

—Sabes cómo es él —respondió, bajando la mirada—. Cuando se encierra, no hay manera de hacerlo salir.

—Sí, pero esta vez es distinto. No sé por qué… tengo un mal presentimiento.

Ella no dijo nada, solo apoyó la cabeza en mi pecho.

—Ojalá pudiera traerlo de vuelta —susurré—. No solo a casa… a nosotros.

—Lo harás —dijo ella con dulzura—. Pero tal vez, cuando vuelva, las cosas sean distintas.

—Lo sé. Y aun así, lo esperaremos.

—Siempre —respondió ella, cerrando los ojos.

El fuego crepitó una última vez, y el reflejo de las luces del árbol se dibujó en su rostro. En ese instante, sentí una extraña paz… y un miedo que no supe nombrar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.