Donde termina el adiós

CAPITULO 6

POV LIZZI

La casa estaba en silencio, como si el tiempo se hubiera detenido después de la cena.

Afuera, el viento empujaba las ramas del pino contra la ventana, y el reloj del pasillo marcaba las once y media. Mis padres se habían marchado hacía poco, dejando tras de sí el olor a café y las tazas sin lavar.

Yo seguía frente al escritorio, revisando correos, fingiendo concentración.

Trabajar de noche se había vuelto mi forma de no pensar demasiado.

El timbre del teléfono me sobresaltó.

A esa hora nadie llama con buenas noticias.

—¿Sí? —contesté, aún sin apartar la vista del monitor.

—¿Señorita Elizabeth Waller? —Una voz femenina, firme pero cargada de una calma ensayada—. Le hablamos del Hospital General, su número figura como contacto de emergencia de la señores Thomson.

Mi cuerpo se tensó.

—Sí… soy yo. ¿Pasa algo? —pregunté, intentando que la voz no me temblara.

Hubo una pausa breve, casi imperceptible, y después:

—Ha habido un accidente. Necesitamos que venga de inmediato, por favor.

—¿Un accidente? —repetí—. ¿Pero están bien? ¿Holly, Peter…?

—Solo venga, señorita. La pondremos al corriente en cuanto llegue.

El tono era tan contenido que supe, sin querer saberlo, que algo realmente malo había pasado.

Colgué antes de escuchar más.

El trayecto hasta el hospital fue un borrón.

No recuerdo haber tomado las llaves ni cerrado la puerta. Solo el viento frío colándose por la rendija de la ventana del coche y las luces de los semáforos reflejándose en el parabrisas mojado.

Cada tanto murmuraba sus nombres como si eso bastara para mantenerlos con vida: Holly… Peter… Holly…

Al llegar, el hospital estaba casi vacío.

El árbol de Navidad del vestíbulo parpadeaba con luces de colores gastadas, fuera de lugar entre las paredes blancas. Me acerqué al mostrador, jadeante.

—Me llamaron hace unos minutos. Por… por los Thomson. Soy Elizabeth Waller.

La enfermera alzó la mirada. Su expresión cambió apenas un instante antes de volver a ese gesto neutro que solo tienen quienes deben decir lo imposible muchas veces.

—Acompáñeme, por favor.

Las luces eran demasiado brillantes, el suelo demasiado limpio.

Nos detuvimos frente a una puerta cerrada.

Ella respiró hondo, como si necesitara fuerza para hablar.

—Señorita Waller… —su voz bajó—. Lamento darle está noticia, pero … El señor Thomson no sobrevivió al impacto. Enserio lo sentimos mucho.

La frase cayó como una piedra en el agua.

—¿Qué? … ¿Pit? —murmure sin creerlo aún — No… eso no puede ser... —mi garganta ardía. Aun así, parecía que las noticias no habían terminado

— La señora Thomson está en cirugía… hubo complicaciones. Los médicos están intentando salvar al bebé.

No entendí de inmediato.

Mi mente buscó otra interpretación, otra posibilidad.

—No… —susurré—, eso no puede ser, ellos… ellos estaban bien. Cenamos juntos hace dos días, Holly estaba bien, los niños…

—Lo sé —dijo ella con una tristeza contenida—. Pero el accidente fue grave. Haremos todo lo posible por la señora Thomson y el bebé.

No lloré. No todavía.

Me ofreció una silla, pero el suelo me pareció más firme que mis piernas.

No podía más, sentía que me ahogaba. Todo mi espacio se reducía y mi cabeza daba vueltas, no asimilaba la noticia, esto no podía ser real.

Me quede sentada en el pasillo, apenas y note que la enfermera me había dejado sola, la tristeza no me dejaba pensar, solo sentía como las lagrimas caían, no sabía que hacer o a quien llamar.

Los minutos pasaban y con la poca fuerza que me quedaba me puse de pie, este no era momento para quebrarme, Holly aún seguía luchando junto a su bebé, no podía permitirme la debilidad, ella y mis sobrinos me necesitaban.

Fue entonces cuando se acercó un hombre con abrigo oscuro, una carpeta bajo el brazo.

—¿Señorita Waller? Soy el oficial Méndez, de la división de tránsito. Estuve en el lugar del accidente.

Asentí, apenas.

—Claro, ya me informaron sobre lo sucedido … Ellos… sus hijos … los pequeños ¿estaban con ellos en el accidente?

—No, los menores no estaban en el vehículo —explicó, haciendo que suspirara —En los registros encontramos la ubicación de su hogar, al acudir ahí descubrimos que se encontraban en casa con la niñera. Sin embargo, se notificó a servicios sociales para garantizar su seguridad.

Lo miré sin entender.

—¿Servicios… sociales?

—Sí, señorita. Es parte del protocolo. Fueron llevados a un centro de acogida temporal hasta que se defina su situación familiar.

Mi garganta se cerró.

Quise decir que eran solo niños, que tenían familia, que tenían a mí, pero las palabras no salieron.

El oficial me ofreció un número para contactar en la mañana, y se fue con ese paso medido de quien sabe que acaba de destruir algo, aunque no haya sido su culpa.

Me quedé sola.

El hospital era demasiado grande, el aire demasiado frío.

En la sala de espera, el reloj marcaba las dos y media, pero para mí ya no existía el tiempo.

Las luces parpadeaban en la distancia.

Y yo seguía allí, inmóvil, con los dedos entrelazados y la mirada fija en la puerta por donde habían desaparecido los médicos.

Esperando que alguien regresara y dijera que todo había sido un error.

Esperando, aunque dentro de mí ya sabía que nada volvería a ser igual.

Y cuando el teléfono del hospital volvió a sonar, sentí que el mundo se detenía otra vez.

Porque entendí, antes de oír las palabras, que esa llamada traería el final de lo poco que aún quedaba en pie.




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