POV LIZZI
El pasillo del hospital estaba helado, y cada paso que daba parecía resonar en mis huesos. Mis manos temblaban, mis pulmones se apretaban, y la noche ya no tenía sonido más que el de mi propia respiración acelerada. El blanco impoluto de las paredes me cegaba y, a la vez, me enfrentaba a la realidad: estaba sola… o al menos eso creía
Allí, a unos metros, estaba Andrés. Parado, rígido, los ojos fijos en el suelo, y, sin embargo, de alguna manera, imponente. Más guapo de lo que recordaba, aunque sus líneas duras, sus hombros tensos, delataban años de soledad y decisiones que nos habían alejado a todos. Por un instante sentí culpa por notar eso; no importaba, no ahora.
Después de susurrar nuestros nombres nos quedamos en silencio, y en medio de este comenzaron los recuerdos: la risa de Peter cuando nos escondía dulces en la cocina; Holly y sus bromas tontas, riéndose hasta que la panza le dolía; los niños corriendo entre los regalos de Navidad, gritando y cayéndose sin miedo. Todo eso se mezclaba con la inquietud presente, creando un contraste casi doloroso, como si la felicidad hubiera decidido torturarnos justo antes de arrancarnos todo.
Unos pasos firmes interrumpieron la memoria. Una doctora apareció con su bata blanca, mirada profesional pero compasiva.
—Familiares de la paciente Holly Thomson
—Somos nosotros — respondió Andrés con la voz ronca
—Lamento informarles… que la señora Thomson no resistió… perdió demasiada sangre en el accidente, hicimos todo cuanto pudimos. Lo siento mucho —dijo con voz firme pero suave.
El mundo se volvió pesado y denso, y cada palabra era un golpe directo al pecho. Mis lágrimas brotaron sin control, arrastrando recuerdos y esperanzas con ellas. Mi cuerpo temblaba y me apoyé en la pared para no caer. Andrés permaneció rígido, los ojos fijos en el suelo, como si quisiera absorber el dolor.
Yo por el contrario quería aferrarme a la última esperanza que tenía.
—¿Y el bebé? —mi voz se quebró, apenas un susurro.
El médico respiró hondo.
—El pequeño resistió, pero está en estado crítico —
—¿Pequeño? — Pregunte — ¿Es niño?
—Así es señorita, el pequeño….
—Max —susurré— ellos… querían que así se llamara. —el medico asintió con comprensión —
—Max se aferró a la vida, está en cuidado neonatal. Es niño fuerte, pero va a necesitarlos mucho.
Un hilo de aire fresco en medio del incendio que ardía dentro de mí. Me aferré a esa esperanza con fuerza. Andrés finalmente se movió, rodeándome con sus brazos. Sin importarme nada me hundí contra él, colapsando por fin, dejándome llevar por el llanto que había contenido demasiado tiempo. Su brazo sostenía mi espalda, mi cabeza descansaba sobre su pecho, y a través de mi llanto, pude sentir que él también se quebraba, aunque tratara de mantenerlo en silencio.
Recordé entonces a Holly y a Peter discutiendo por nombres para él bebé ella celosa de los nombres que escogía, pensando que eran mejores que los que ella proponía. Mientras yo jugaba con los niños… Carlo, Sofí y ahora Max que sería de ellos sin El eco de esos momentos me hizo sollozar aún más fuerte. Andrés sostuvo mis hombros con cuidado, como si pudiera absorber mi dolor, compartiendo sin palabras el peso de la pérdida.
Nos quedamos allí, abrazados a pesar de todo, mientras los flashes de recuerdos felices seguían apareciendo: las noches de juegos interminables en la sala, cuando me anunciaron por primera vez que tendrían un bebé, la felicidad de Holly cuando le regale el libro que tanto había buscado, todas las veces que Peter me llamaba Elizabeth para molestarme. Cada memoria era un golpe que dolía.
Nos quedamos así, inmóviles, mientras mi mirada buscaba la incubadora donde el pequeño Max luchaba por cada respiro. Su vida era frágil, minúscula, pero era un motivo para sostenernos. En ese momento entendí que el mundo seguía girando, cruel y despiadado, pero que todavía nos quedaba algo por lo que vivir.
Entre el dolor y los recuerdos lloramos juntos. Lloramos en memoria de Peter y Holly.