Dos veces hasta pronto

Una mala amiga

flashback.

—¿Por qué tenemos que hacerle caso a tu madre? Acaba de arruinarnos todos los planes de verano —murmuró Luke. A los nueve años, ya había desarrollado un talento especial para convertir el mal humor en un arte.

Sam lo miró sin rebuznar.

—Porque es mi mamá.

—Y tiene otras dos hijas que seguro querrán jugar a las princesas y a esas cosas del té que solo las niñas pequeñas creen que son divertidas.

—Darcy y Daisy tienen tres añitos, ni siquiera saben lo que es un té.

Sam llevó las manos a la cadera y en vez de iniciar una pelea para defender a sus hermanas, empezó a andar hacia la vereda del frente. A Luke no le quedó otra que seguirlo.

—Es muy injusto que tengamos que invitar a esa niña nueva a nuestra competencia de patinetas. Nos va a atrasar.

Se pararon frente a una casa de ladrillos blancos con el patio lleno de cajas y algunas de ellas, ya desparramadas, repletas de muñecas, vestidos de princesas y un juego de tazas de plástico.

—Es solo hasta que empiecen las clases. —Le recordó Sam mientras cruzaban el campo minado —Ya verás que cuando empecemos séptimo grado, se conseguirá amigas y ya no será la niña nueva de la cuadra.

Luke torció la boca y sintió como Sam le palmeaba la espalda.

—Confío en tu palabra. —le dijo después. —Porque sabes muy bien que jamás en la vida Luke Dyer jugaré a las tardecitas de té.

Z O E Y

Soy una cobarde. El corazón latiendo a mil por hora me delata. Creí que había aprendido a controlarlo, pero últimamente se ha vuelto rebelde. No me hace caso cuando le suplico que no exhiba mis nervios.

O mejor dicho, mi culpa.

Porque esta vez, me siento como un perro con la cola entre las patas detrás de una puerta. No es una imagen alentadora, pero ¿cómo más se enfrenta a los amigos que abandonaste y, cuando uno enfermó gravemente, ni siquiera fuiste capaz de enviar flores?

Ahora bien, ¿cómo se actúa con viejos amigos después de varios años sin verse? ¿Y qué es lo primero que se dice cuando uno de ellos te odia?

He leído suficientes reencuentros en novelas para saber que suelen ser intensos. Pero en la vida real, lejos de correr a sus brazos, de disculparme y de que me perdonara, cuando vuelves a la vida de alguien con quien has estropeado todo, el corazón se encoge, la vergüenza te consume y lo último que puedes hacer es soltar el discurso que un vuelo de avión te dio tiempo suficiente para preparar.

Porque sabes y eres consciente de que la única culpable de todo ese resentimiento, eres tú.

—¿Qué haces tú aquí? —me espeta Luke.

Luke Dyer, mi némesis de la infancia que con la misma mirada reticente que recuerdo, logra encresparme por completo.

No es el niño que solía recordar. Ahora debe medir al menos un metro ochenta y la pubertad ha hecho efecto. Sus ojos, que antes eran de un azul brillante, han tomado un tono más oscuro, casi opaco, mientras que su melena negra enmarca un rostro que, aunque me resulta familiar, también me resulta extraño.

—Vine a Duquesne, me dieron una beca universitaria.

—¿Y por qué viniste al hospital? —cuestiona con una voz ronca que suena a humo y a grava, una voz que ha cambiado tanto como su físico.

—La señora O'Connell me invitó.

—Y dado que en seis años nunca has vuelto, ¿qué quieres conocer primero, la morgue o el quirófano?

Una vez más, tengo la sensación de que todo lo que diga será una respuesta incorrecta. Debí haber imaginado que él sería el que me recibiría peor. Ahora me atraviesa con la mirada como si estuviera jugando a un juego de memoria y ganara puntos por recordar cada detalle de mi aspecto.

—Luke —interviene Sam, alzando la mano para calmarlo. —Yo también la invité.

—¿Tú? —Luke se gira, visiblemente molesto— ¿Y por qué soy el último en enterarme que tenías su número?

Me estremezco. Evelyn O'Connell insistió cuando se enteró por mi padre que regresaría. Me dio el teléfono de Sam, intenté evitarlo porque aún no sabía cómo disculparme, pero mi padre también presionó. No supe decir que no.

Para mi sorpresa, Sam no solo respondió. Me dio la bienvenida.

—Aproveché que ella volvía para reunirnos. No sé qué pasará después, pero quiero a mis dos amigos juntos de nuevo.

Mi mirada recorre el rostro de Sam: más delgado, más pálido, el iris verde de sus ojos está amarillentado por la ictericia. Es la imagen de alguien que ha pasado demasiado tiempo en un hospital, de alguien enfermo.

—Te quedan muchos planes por cumplir, no pienses lo contrario —le digo, evitando la mirada de Luke.

Estoy aquí por Sam. Todo lo demás (él) es solo una sombra molesta.

—La enfermedad de injerto como huésped ha avanzado más en diagnósticos los últimos años —ante mi desconcierto, Samuel continúa: —. La explicación que suelen dar los médicos cuando los pacientes consultamos es que el cáncer es diagnosticado y se necesita un trasplante de células madre compatible con la sangre. En mi caso, era compatible con la de mi padre, pero él murió hace años, lo sabes. Entonces, los doctores han estado moviendo cielo y tierra para encontrar un donador. Consiguieron uno hace cinco años, pero desde entonces, mis células luchan contra las suyas. Y es una batalla difícil, las mías no se rinden nunca. Hemos probado tratamientos, pero pocos han dado resultado, siempre volvemos por donde empezamos; a los corticoides y al sistema inmune débil.

—Lo que se traduce como una fiesta de pase libre para cualquier contagio o infección. Un bucle que no deja de repetirse—Culmina Luke.

Trago saliva con fuerza. Es malo, muy malo. Más de lo que imaginé después de haber averiguando por internet tanto.

Samuel me mira, busca sonreírme para quitarme un peso.

—La EICH me ha estropeado algunos sueños, como el de ser una estrella del béisbol, pero me conformo con ver la televisión y tirarle palomitas cuando pierdan un home run. — bromea conmigo, doy por hecho que lo hace porque nota lo pálida que me pongo en un segundo —Estos años han sido como una montaña rusa. Pude volver a clase un año después del primer diagnóstico, pero a mitad del último año las cosas volvieron a complicarse un poco.




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