Dos veces hasta pronto

Los resultados

flashback.

—¿Esa cosa es tu compañera? Miren a Luke, ha traído a su muñeca para que compita con él —comentó el hermano mayor de Tayson, Bruce, con tono burlón.

—No es una muñeca —replicó Luke, incapaz de contenerse—. Es demasiado fea para ser una.

A su lado, Zoey le dio un golpe en el hombro y le lanzó una mirada molesta. Luego, miró a Tayson, le sacó la lengua y, después, hizo con Bruce.

—Ya verás cómo tú y esa albóndiga con patas de tu hermano tragarán tierra —les aseguró, con una sonrisa desafiante.

Zoey tenía el cabello rubio y los ojos marrones, pero muy raros, porque cambiaban de color según les daba el sol, mostrando motas cafés o verdes. Eran similares a los de los zombis pensaba Luke, pero ella odiaba que se lo recordara.

De repente, alguien gritó: —¡En sus marcas, listos, fuera! —y todos se prepararos para la carrera.

El corazón de ambos dio un salto en sus pechos con tanta fuerza que casi era posible escuchar los latidos cuando empezaron a deslizarme colina abajo.

—Vamos, vamos, vamos. Inclínate hacia la izquierda. —le pidió Luke.

—¡Hay que esquivar los pozos!

—Ahora a la derecha. —indicó y aceleraron.

—¡Se han llevado puesto uno, van a perder! —gritó Zoey , con una sonrisa burlona.

—¡Zoey, al frente!

—Tengo todo controlado, nada va a....¡Camión de la basura!

El vehículo apareció de la nada, con su bocina a todo volumen.

Una sola palabra salió de la boca de Luke: Joder.

L U K E

A la mañana siguiente, no me sorprende encontrarme otra vez bajándome frente al hospital. Puede que a veces sea un cabezota, pero no soy el tipo de persona que abandona a las demás. Estar encerrado es sinónimo de sentirse solo, y Samuel odia sentirse solo, así que abandono toda molestia que hay en mi cuerpo y subo las escaleras e la entrada. Hay además, algo que desea contarme y eso me pica la curiosidad.

Ya dentro, saludo a la recepcionista como todas las veces y me dirijo al ascensor; el de la izquierda se cierra rápidamente sin darme tiempo a detenerlo, así que espero pacientemente a que se vacíe el otro y llegue hasta la planta baja. Lo hace y presiono el botón de la planta cinco antes de dejar que mi espalda se apoye en la pared.

—¡Espera! —Escucho que alguien chilla desde el pasillo.

Oh. No. Ciérrate, ciérrate, ciérrate.

Pero la suerte no está de mi parte. Una mano con las uñas pintadas de amarillo se interpone justo a tiempo, enforzando al ascensor a detenerse. Cuando Zoey levanta la vista y se da cuenta de que soy yo, se queda inmóvil.

Piérdete, largarte, desaparece.

Pero no lo hace.

Abre la boca para decir algo, pero al final la vuelve a cerrar en un instante. Ninguno de los dos dice nada durante el segundo siguiente; nos quedamos en silencio mientras el ascensor hace su trabajo y fingimos que a los dos nos ha comido la lengua el gato.

—No sabía que Sam también te había llamado —murmura, levantando una bandera blanca. —¿Cómo has estado?

—Bien

La musiquita ambiental que nos acompaña hasta el noveno piso no ayuda a que el silencio que hay entre nosotros sea menos incómodo.

—¿Y tu familia?

—Bien.

Trato de mantener la conversación al mínimo.

—¿Siempre eres así de grosero con todo el mundo o solo es conmigo? —pregunta, y no puedo evitar hacer una mueca por lo absurda que es la cuestión. Se merece mi sinceridad, al menos.

—Soy grosero cuando me apetece. Y con quien me dé la gana.

Dado que no hay mucho que hacer en este ascensor y mi celular se ha quedado sin batería porque olvidé cargarlo esta mañana, prefiero contar los pisos que nos faltan antes que intentar volver a entablar una conversación con ella.

—Estás siendo inmaduro.

—Tampoco es que seas diferente.

Su cabeza gira tan rápido que casi me sorprende no tener que llevarla a un médico para que le ajusten el cuello.

—No has cambiado nada, ¿verdad?

—¿Y eso te incumbe? —empiezo a sentir que el enfado me gana.

Siento su mirada alejarse, y comprendo que ya no puede soportar la tensión. El silencio vuelve a instalarse. Uno que dura lo suficiente para que alguien pueda pensar en la palabra «aberrante».

—Cuando alguien te ofrece disculpas, deberías considerar aceptarlas —argumenta, me encanta el silencio, pero, a juzgar por su insistencia, a ella no.

—Ahórrate la explicación. Ya no me importan, no servirá de nada.

—Te estás equivocando, sí que tiene su valor —insiste, dejando entrever un destello de frustración —. Entiendo que estés enfadado con la situación, pero...

—Estoy enfadado contigo —respondo, manteniendo la vista fija en las puertas metálicas que tengo frente a mí y que no se han abierto. —. Yo era su amigo antes de que tú llegaras; lo conozco mucho mejor de lo que te imaginas. Lo dañaste. Cuando se enfermó, lo abandonaste. Nos dejaste tirados. Desapareciste.

Mi lealtad hacia Sam es inquebrantable. Es quien eligió estar a mi lado cuando nadie más lo hizo. Sam me rescató de una infancia llena de soledad y vacío. Y ella lo hirió de una manera que no puedo perdonar fácilmente. Sé que, aunque nunca lo dirá, Zoey fue su primer amor. No puedo encontrar otra explicación que justifique su insistencia en mantenerla cerca.

—Sé que he cometido muchos errores, y el que me costó la amistad de Sam es el que más me pesa. La tuya también. Por eso he vuelto; quiero demostrarles que no soy la cobarde que fui la primera vez. Quiero reparar las cosas, de verdad.

—Estábamos mejor antes de que volvieras a aparecer y lo arruinaras todo —le respondo, sin rodeos. —Y la verdad es que nunca fuimos amigos, Zoey.

Afortunadamente, justo en ese momento se abren las puertas del ascensor y ambos salimos rápidamente hacia el pasillo. Caminamos en silencio hasta llegar a la puerta de la habitación de Sam.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.