flashback.
—No puedo creer que hayamos perdido —exclamó con tristeza un Sam recién entrado a séptimo grado.
—Si no fuera porque eres un niño de mamá y le haces caso en todo, habríamos tenido más tiempo para entrenar y no habríamos perdido contra esa niña —le respondió Luke, con tono de reproche.
—Al menos Tayson aceptó la revancha en las vacaciones de invierno. Solo será medio año sin salir al patio de la escuela —añadió el primero, tratando de mantener el ánimo.
—Tenemos que empezar a prepararnos desde ahora. Vamos a necesitar agua y mucho lodo; es lo más parecido a deslizarse con nieve.
—¿En qué salón te tocó a ti? —preguntó después Sam, cambiando de tema.
—A mí también en el 9B.
Se dirigieron hacia el aula
—¿Sabes lo bueno de que el verano se haya terminado? Ahora volvemos a ser dos. Ya no más pelo trenzado, calcomanías rosas en la patineta, ni esa voz parlanchina que no deja hablar de Indiana Jones —se alegró Luke mientras de lejos divisaban su salón.
Sin embargo, no les dio ni tiempo a entrar cuando alguien saltó sobre sus hombros.
—¡No me lo puedo creer!—era Zoey Williams —¿Están en el salón 9B? ¡Yo también!
Ese año iba a ser muy largo.
Z O E Y
El viernes por la tarde ni siquiera me doy cuenta de que se oculta el sol hasta que mi padre llama a la puerta de mi habitación y me dice que ya son las siete y media.
Esto ocurre porque, cuando una historia me atrapa y empiezo a leer, pierdo la noción del tiempo. Me olvido de todo lo que sucede a mi alrededor y solo me percato de leer entre líneas; las palabras se apoderan de mis sentidos y de mi mente. No puedo despegarme de un buen libro; si empiezo a leer, debo llegar hasta el final, aunque eso implique pasar horas y horas leyendo.
Y si no fuera porque mi padre padece la misma obsesión por la lectura, ya me habría perdido la primera fiesta a la que me invitan después de tanto tiempo.
Bajo las escaleras, ya duchada y vestida, buscando a mi padre para despedirme. Al llegar a la puerta, lo encuentro hablando en voz baja con alguien.
—No, todavía no lo sabe. Se lo voy a decir pronto —dice mi padre, con un tono que me hace fruncir el ceño. —No sé si está preparada, temo que no lo entienda.
—No le ocultes la verdad, no estamos haciendo nada malo—responde la otra voz, suave y casi seductora.
—Lo sé, cariño. Solo dale tiempo.
"¿Cariño?"
Siento cómo se me revuelven las tripas. ¿Cómo puede mi padre referirse a otra mujer de esa manera? Y me ofende que piense que, a los dieciocho años, aún no estoy preparada para lo que sea. Después de seis años sin vivir juntos, no tiene ese derecho y no tiene ni idea de mi vida. Sin embargo, sé que aún se habla con mi madre, pero ella no podría haberme traicionado así, no con mi padre. No podría haber sido capaz de contarle lo que ha pasado. No, ella no. Eso es otra cosa más que ha contribuido a distanciarnos, no.
Quiero seguir escuchando, pero los murmullos se desvanecen hasta que ya no distingo. Oigo la puerta cerrarse y veo finalmente a mi padre regresar, la sonrisa se le desdibuja al notar mi presencia en la escalera.
—Zoey —me saluda, intentando parecer despreocupado—. No sabía que estabas aquí.
—¿Quién era esa? —señalo. Y luego, porque espero no haber sonado demasiado desdeñosa, añado—¿Estás saliendo con alguien?
—Iba a decírtelo en cuanto organizáramos una cena de bienvenida, pero con todo lo que pasa con Samuel, supuse que no querrías ninguna fiesta. Margaret me dijo que podría esperar hasta que estuvieras lista, aunque a ella tampoco le hace mucha gracia ocultarlo. No da una buena impresión.
Tampoco lo hace que uno de tus padres se acueste con su compañera de trabajo. Pero no me atrevo a echárselo en cara, odio las discusiones, odio enfrentarme a la gente.
—No hace falta que esté lista. Supongo que eso es una de las ventajas de no haber madurado mentalmente todavía.
Ignora el tono acusador de mi voz y me da una mirada que no estoy segura de haberle visto antes. ¿Me está pidiendo disculpas? No estoy enfadada por saber que ha pasado página y ha encontrado el amor. Lo que me molesta es que piense que no he madurado lo suficiente.
—¿Escuchaste todo eso?
¿Todavía hay más?
Por hoy al menos no. Ya fue suficiente.
—Tengo que irme a ver a Sam. —le aviso—No sé a qué hora voy a volver.
—¿Necesitas que te lleve?
—Prefiero caminar—rechazo la oferta.
—Zoey, sobre lo demás...
—Y dile a la tal Margaret que me gustaría conocerla. No necesito explicaciones. No me corresponde lo que mi padre haga con su vida.
**
Una hora después, llamo a la puerta de la casa de Sam, esperando a que me abra. No pasan ni diez segundos cuando la puerta se abre y él me saluda sonriendo.
—¡Ahí está mi rubia favorita! —me dice mientras me invita a entrar, rodeándome con los brazos y estrechándome con fuerza.
No está todo exactamente cómo lo recuerdo, aunque sí que me acuerdo de una imagen: el sótano donde veíamos películas. No me sorprende que me lleve a ese sitio.
Al bajar, advierto que todos están presentes: la señora O'Connell, las mellizas, Sophie, la amiga de Sam, y finalmente, el rival de la infancia que en la actualidad no puede verme ni en pintura.
No me toma por sorpresa que, cuando paso por su lado, ni siquiera se inmute. Permanece concentrado con su celular mientras los demás se levantan para obsequiarme un saludo.
—¡Zoey! —me saluda. La distingo rápidamente porque todavía lleva el pelo trenzado, a diferencia de su hermana, que siempre lo ha llevado suelto.
—¡Darcy! —digo, extendiendo mis brazos para recibir su abrazo —. ¡Has crecido un montón!
Cuando conocí a Sam, sus hermanas apenas tenían cuatro años. Todas las prendas que me quedaban pequeñas se las regalaba, junto con mis muñecas y algunos peluches que ya no usaba.