Dos veces hasta pronto

Mudanza mezcla de nostalgia

flashback

—¿Alguna vez han besado a una chica? —preguntó una vez Zoey, en octavo grado cuando por segundo año consecutivo habían coincido en los salones y ya ni Luke ni Sam pudieron deshacerse de ella.

Sam giró la cabeza y se distrajo de esperar a la maestra Albernati.

—¿Por qué lo preguntas? —consultó.

—Besar es asqueroso —refunfuñó Luke.

—Quiero saber cómo se siente. —Zoey respondió con ganas— En la fiesta de Cassie Payne jugarán a la botella y quiero probar. ¿Iremos, verdad?

De los tres era la mas entusiasmada. Zoey no se parecía mucho a las otras niñas de la escuela; le gustan los disfraces, las muñecas y el rosado. Pero también le encanta tirarse con la patineta, llenarse de barro y dar patadas de karate que fueran directas a la cara de Luke.

—Iremos. —le confirmó el oji-azul. Secretamente también estaba entusiasmado —Por una vez que me invitan a algo.

—Eso porque eres el Grinch de los cumpleaños —bromeó Sam, pero la risa le provocó una tos fuerte.

—O porque ahora con esta tos ahuyentas a todos —le rebatió Luke. Samuel llevaba un mes entero con tos persistente.

Zoey suspiró soñadora.

—Besar debe ser increíble.

Luke se encogió de hombros.

—Besar es solo juntar babas; es pegajoso y lleno de gérmenes.

—¡Eso lo dices porque nadie te ha besado!

El ceño de Luke se frunció y se sintió acorralado. Había aprendido que con Zoey era mejor no entrar en batallas absurdas, porque, de alguna manera, siempre lograba ganar y darle la razón lo frustraba aún más.

—Eso no es verdad.

Era evidente cuándo Zoey no soportaba las dudas, porque sus labios, del color de los melocotones, se apretaban tanto que parecía que se iban a quedar blancos.

—Este año voy a dar mi primer beso —anunció ella con determinación. No era que no la hubieran besado antes, sino que en clase muchas chicas ya lo habían hecho y no soportaba quedarse atrás. Eso la llevaba a hacer cosas impulsivas, incluso un poco tontas.

—¿Y ya sabes con quién? —preguntó Sam.

—Tengo varios candidatos en mente.

L U K E

Tres días después es lunes. Meto la mano dentro de la pecera transparente y acaricio las escamas verdes de mi mascota, es un dragón barbudo. Lo tengo desde los doce, y hasta el día de hoy, puedo decir que no existe otro animal más aburrido e inútil que este.

Al principio ni siquiera me dejaba tocarlo y cada vez que mis manos acariciaban alguna parte de su cuerpo, su lengua se enroscaba en alguno de mis dedos y me obligaba a soltarlo. Pero desde que se dio cuenta de que eran esas mismas manos la que lo alimentaban cada mañana, dejó de hacerlo. Es un lagarto inteligente. Todos los días, a primera hora golpea con su cola el vidrio de la pecera y me obliga a despertarme, es su sutil forma de decirme: «Despierta idiota, que es mi hora de comer»

Es un cretino malhumorado; igual que yo, y por eso nos entendemos.

Miro el reloj en mi mesa de noche y veo que son pasadas las nueve de la mañana. Mis padres y mi hermana ya se han ido al trabajo, y mi hermana me dejó a cargo de Oliver hasta que la nueva niñera venga a recogerlo. Es un poco aprovechada, pero no puedo quejarme; un niño pequeño que duerme toda la mañana durante sus vacaciones no es el peor de mis males.

Escucho ruidos del piso de abajo y me pregunto si ya está despierto. Debería levantarme a prepararle el desayuno antes de encontrarlo con la cabeza dentro del microondas. Así que me visto con lo primero que encuentro y bajo a la cocina, allí mis ojos se entrecierran porque no me encuentro con un niño, sino con una mujer rubia de estatura media.

—¡Gruñoncito! —dice, mientras intenta equilibrar el cartón de leche para que no se le resbale.

Veo que tiene gofres, cereales y fruta picada sobre la encimera.

—¿Quién ha cometido la atrocidad de darte las llaves?

—A mí también me alegra verte después de tanto tiempo —le resta importancia a mi sorpresa. Saca una pajita de plástico de uno de los cajones y lo coloca todo sobre la mesita transportadora de Oliver.

—¿Dónde está mi hermano? ¿Como es que un par de días pasó tan rápido?

Se aleja de la encimera y, antes de que pueda reaccionar, me funde en un abrazo. Aunque quizá esa no sea la mejor forma de describirlo. He crecido varios centímetros desde la última vez que la vi y ella sigue igual de alta que un tapón de baño.

—En la cochera, bajando maletas. No esperaba la hora de volver, ha sido un viaje largo.

—¿No han venido en avión al final?

—¿Cómo podríamos traer en avión lo que le has pedido a tu hermano? —esboza una sonrisa, a la cual no correspondo porque no tengo ni idea de lo que me habla.

Supongo que mi hermano se las ha arreglado para no pasar un anillo de compromiso por un escáner, pero al menos debería haber tenido la decencia de avisarme si iba a formar parte de sus planes. Aunque quizá sí lo hizo en esa cantidad infinita de mensajes que mandó durante el fin de semana y todavía permanecen sin leer.

—¿Y esto que me ha traído es muy grande? Me gana la curiosidad.

Ashley me mira como si me hubiera golpeado la cabeza con algo.

—No sé si me tomas por tonta o si de verdad esos videojuegos te han atrofiado el cerebro —rezonga. —Levanta el mentón y me inclino hasta que mis codos están sobre la mesa, frunciendo el ceño. —¿Por qué no vas a verlo? Nos trajo hasta aquí sin problemas y un pajarito me contó que te será útil.

La dejo en la cocina y antes de que pueda llegar a la cochera, me encuentro a mi hermano, que hace nada estaba en Nueva York, con un par de cajas en mano, en el patio.

—¡Esperaba un pastel de bienvenida, al menos! —me abraza dejando las cajas en el suelo y revuelve mi pelo como lo ha hecho desde siempre para molestarme. Lleva un nuevo tatuaje en el brazo y la misma apariencia relajada de siempre. Estoy bastante atontado, todavía no entiendo como rayos se han teletransportado hasta acá.




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