flashback
—¿Se enteraron de que el viejo Drew estaba enfermo? —preguntó Sam, después de una agotadora carrera para conseguir asientos en la parte trasera del autobús escolar.
—¿Quién? —Zoey recobró el aliento con pereza. De los tres, ella había ganado la carrera y conseguido el asiento de la ventana. Luke sintió la necesidad de decirle que había visto cómo hizo trampa al empezar a correr cinco segundos antes que los otros, pero, francamente, ya bastante tenía con soportar su cambio de actitud repentino después de la fiesta de Cassie Payne.
—El viejo Drew, el anciano que le vendió la casa a tus padres —le explicó en vez.
—Mi madre lo atendía en el médico. Quería hacer un viaje por carretera con su esposa, pero ella murió antes—añadió Sam, ocultando el escalofrío que le daba hablar de la muerte. Últimamente presentía que no solo los adultos eran llamados por la parca.
—Es como la trama de "Up", —comentó Zoey, tenía la mala costumbre de buscar semejanzas a todo y eso le molestaba a Luke.
—Eres tonta —se quejó este. La muerte para él no tenía comparación.
—¡Debe ser muy triste perder al amor de tu vida!
—Tenían como setenta años. Raro que no pasara antes.
—Me gustaría conocer el Gran Cañón algún día —interrumpió Sam, con una sonrisa renovada—. Mi madre dice que ese era el objetivo del viaje.
—Probablemente allí haya serpientes cascabel, de esas enormes —advirtió el oji-azul.
—¡O un tesoro con aretes, diamantes y pulseras! —se entusiasmó Zoey, ignorando la advertencia.
No era la primera vez que Zoey se inmiscuía en planes que en realidad eran de ellos, pero ella no lo veía. . En ocasiones como esa, era como tener una garrapata de la que Luke jamás lograba desprenderse.
—Cuando seamos mayores, deberíamos hacer un viaje por carretera como los viejos Drew. Conoceríamos el Gran Cañón, Luke se meterá en los lugares más peligrosos y tú, Zoey, encontrarás al amor de tu vida en una vieja gasolinera y resultará ser un millonario de la realeza.
—Ay, qué romántico. —suspiró con ilusión. Desde que empezó a leer novelas románticas que la señorita Albernati le regalaba, no podía soñar con nada más.
—¿De cuentos y lugares peligrosos hablas?— se interesó Luke.
—Todos los que puedas imaginar—contestó Sam y luego los miró a los dos— ¿Vedad que suena bien?
Ambos se miraron y casi que contestaron a la par:
—Yo me apunto.
L U K E
Organizar un viaje con tan poco tiempo no es una tarea sencilla: requiere una planificación exhaustiva, pasar muchas horas delante de páginas de ofertas hoteleras y mucha, pero mucha, paciencia. Sin embargo, una semana y media después:
Un chirrido.
El ruido estrepitoso del motor.
Y, por fin, la autocaravana se pone en marcha.
O eso es lo que da a entender, porque ni siquiera los coches de Radiator Springs estaban tan oxidados. Por el rabillo del ojo, observo que Samuel me está mirando.
—Cambia esa cara, que, como te dé un aire, te vas a quedar así para siempre.
Tuerzo el gesto como un niño al que no le gusta el brócoli y gesticulo en su dirección:
—Una cara acorde con mi personalidad. A mí me parece grandioso.
No le hace ni un poco de gracia mi sarcasmo.
—Nos vamos un mes entero a recorrer el país ¿No es eso genial? —Sacude mis hombros mientras recorre la furgoneta.
—Vamos a necesitar muchas paradas técnicas, que te quede claro.
—¿Y qué más da? Lo resolveremos sobre la marcha. Ya hemos cruzado la primera calle. ¿Hace cuánto que no veo a la vecina de esa esquina? Parece mucho más joven de lo que recordaba.
Me trago las palabras y le digo que la anciana de la que habla murió hace ya unos meses y esa es solo su sobrina.
Por suerte, deja de prestarle atención para seguir fisgoneando dentro de la furgoneta. Hay un frigobar pequeño que simula ser una cocina, un baño de 3 x 3 y un sofá cama que ocupa todo el espacio de las ventanas. Esta semana, mi hermano y yo terminamos de colocar los últimos detalles: una mesa desarmable y una madera vieja de escritorio que servirá de encimera en un rincón junto al pequeño frigorífico. Sam busca la dirección de Sophie en su teléfono y, mientras tanto, vamos a la primera parada a comprar tentempiés y bocadillos.
—Oye, oye, ¿no te estás olvidando de alguien? —deja de prestar atención al móvil cuando ve que la furgoneta se pone en marcha rumbo al siguiente vecindario en busca de Sophie.
—Enseguida volveremos.
Y si no, puede correr detrás de las cuatro ruedas.
Terminamos de cargar la comida y vamos a por Sophie, que a diferencia de Sam, Zoey y yo, vive en un vecindario distinto. Nos estacionamos frente a un edificio de ladrillos desgastados y la vemos bajar con un montón de cosas.
—No podemos viajar con tanto peso —me opongo apenas asoma la puerta.
—¿La autocaravana no tiene cajuela? —cuestiona. Cuento: uno, dos, tres. Tres bolsos enormes.
—¿Qué tanto llevas ahí dentro? —indago.
—Ropa, suministros, algunos juegos de mesa y empanadillas.
—¿De qué son las empanadillas? —pregunta Sam.
—De jamón y queso.
Me cruje el estómago. Los dos lo notan con facilidad.
—Bueno, las empanadillas viajan —acepto, apagando el coche porque es hora de subirlos—. Pero esta autocaravana perfectamente podría haber pertenecido a una pareja de hippies que vivía de la caza y la pesca. Yo no abriré ese maletero.
—Yo asumiré el peligro —se ofrece Sam.
Mientras ellos juegan a piedra, papel o tijera para decidir quién se arriesga a encontrar un mapache rabioso dentro, yo vuelvo a subir para calentar el motor y mirar la hora. 10:25. Se supone que deberíamos evitar salir a media mañana.
—¡No tenemos todo el día! —les advierto.