Flashback
—¡Sam, apúrate, nos van a ganar! —exclamó Zoey, alentándolo mientras corrían en la cancha.
Décimo año había empezado de la peor manera; con clase de gimnasia muy temprano a la mañana.
—Estoy... estoy yendo —respondió Sam, esforzándose por alcanzarlos.
—¡Un poco más, O'Connell! —gritó el profesor, animándolo desde la banca.
—Incluso Luke nos acaba de adelantar. Y nunca es bueno en nada.
—¡Oye! —se quejó el susodicho que recién los alcanzaba de mala gana —. La semana pasada te gané a ti.
—Adelántense, ustedes pueden contra él —les sugirió Sam. Necesitaba respirar un poco más.
—¿Estás seguro? —preguntó Zoey, mirándolo de reojo. Él asintió con confianza.
Zoey y Luke volvieron a correr en la competencia improvisaba. Todo lo que fuera un desafío se lo tomaban literal. Corrieron con tanta fuerza que, al cruzar la meta, el corazón les latía tan fuerte que podían escucharlo en sus oídos.
—¡Fue un empate! —exclamó Luke, apenas unos milisegundos después de que Zoey le adelantara.
—Eso dice porque has perdido —le contestó ella, con una sonrisa desafiante.
—Por supuesto que no —replicó—. Estoy seguro de que el profesor Emerson...
Las palabras quedaron en el aire cuando escucharon unos gritos. Al darse la vuelta, vieron que todos sus compañeros estaban formando un círculo en el centro de la cancha.
—¿Por qué Samuel está en el suelo? —Le preguntó Zoey a Luke, sin entender nada.
Z O E Y
—No tenemos gato —da la mala noticia Sam, desde la cajuela.
—¿No te ibas a encargar de traer uno antes de la salida? —le farfulla el oji-azul.
—Y lo busqué, pero al final terminé encontrado una radio a mitad de precio y lo olvidé.
—Pues ahí tienes tu radio rota. —le reclama, molesto. Está tirando en el suelo, observando la rueda —A ver si te entretienes con ella hasta que lleguen los del servicio técnico.
—Llamo, pero salta la contestadora. Ya se terminó su horario de trabajo —advierto, lo veo levantarse—. Seguramente tendremos que esperar hasta primera hora de la mañana para llamarlos de nuevo.
—Miren el lado bueno, tenemos empanaditas, sillas y un par de latas frías en el frigobar. ¿Qué más podríamos pedir? No es que tengamos prisa —intenta Sophie optimizar la situación.
Lo que dice es una verdad a medias. La idea de que no tenemos prisa es relativa. Ignoramos cuánto tiempo nos llevará instalarnos en nuestra parcela del camping para tener acceso a luz y agua. Pero para pensar en eso, primero necesitamos llegar. El GPS indica que estamos a mitad de camino en la carretera Ohio Turnpike y que nos quedan más de siete horas de viaje. Sin embargo, aquí estamos, varados en una carretera desierta, sin wifi, sin linternas, sin un lugar para descansar, salvo un sofá cama viejo que quien sabe de qué habrá sido testigo y cómplice.
Las manchas blancas en los cojines perturban a cualquiera.
—Propongo que dormimos aquí afuera —sugiere Sophie con mayor entusiasmo—. Mañana, esperamos a que llegue el servicio técnico y luego paramos en una gasolinera para comprar un gato y herramientas.
—El que logre amanecer sin convertirse en la cena de algún coyote se lleva el trofeo —exclama Luke. No se equivoca, como de costumbre. Qué rabia me da.
—Lo haces ver muy mal. ¿Qué hay mejor que pasar una noche bajo las estrellas? —cuestiona Sam.
—Una noche en un buen hotel, por supuesto. —responde.
—Con servicio de habitaciones —añade Sophie, sonriendo.
—Y aire acondicionado —adiciono yo.
Sam suelta un suspiro, claramente desilusionado. Se me ocurren al menos otras diez opciones que resulten mejor.
**
—¿Y cómo está? —pregunto, inflando el pecho como un pavo real.
—Es la mejor malteada que he probado en mi vida —me elogia Sam, y mi pecho se infla un poco más.
No tenemos una frutería completa en la autocaravana, pero al menos podemos sentirnos orgullosos de tener una cena saludable.
—Es mi receta secreta de arándanos, canela y plátano. Yo la inventé —aseguro, avanzando de con dos vasos, uno de los cuales se lo ofrezco a Luke por cortesía.
—¿Receta secreta? —replica Luke, sonando más escéptico que intrigado—: ¿Y cuál es el ingrediente mágico? ¿Los arándanos, la canela o el plátano?
Piso su pie cuando paso a su lado.
—El escupitajo.
—¡Que asco!
No sé por qué me molesta tanto. Quizá porque defiende a mi padre, pese a que engañó a mi madre. O tal vez porque comparte con él la opinión de que soy inmadura. No lo soy, pero a la gente le cuesta ver más allá. Quizá porque elegí una carrera infantil, quizá porque escribo cosas que solo agradarían a niñas de trece años, quizá porque tengo sueños fantasiosos... o quizá porque no soy capaz de enfrentarme a los prejuicios que pesan sobre mí.
—No le hagas caso, está enfadado porque no ha podido cambiar la rueda sin el gato —me consuela Sam, por lo bajo justo cuando ocupo la silla desplegable a su lado.
Miro al suelo, lleno de herramientas desparramadas. Seguramente han estado revisando el maletero en busca de algo que sirva para la rueda.
—Podría haberlo hecho si tuviéramos linternas para ver. Pero no, alguien se las olvidó —responde Luke, dejando su vaso de lado. Sin dale un trago.
—¿Y si conseguimos un soporte que suplante el gato? —pregunto —Quizá puedas cambiar la rueda con una palanca de refracción. —Apunto hacia lo que parece ser una, no es que tenga conocimiento profundo en el tema, pero supongo que sabiendo conducir, sabrá lo que es.
—¿Tengo cara de mecánico?
—Tienes cara de idiota, de estúpido y de imbécil. —acuso, molesta con su malhumor —Pero de mecánico no.
Me devuelve una mirada con la peor de sus caras. Sam me mencionó que esto pasaría. Me dijo que Luke haría de mi vida a cuadritos como un crío que desea acercarse a una niña y no sabe qué hacer. Pero Sam se equivoca, la forma en que me trata se queda corta en comparación. Primero porque a su mejor amigo lo atraigo (Lo dejó muy marcado) y segundo, porque cuando le examino el rostro; la expresión de firmeza de la boca y la seguridad de la mirada, lo tengo claro: nunca va a verme de otra forma, porque es lo que quiere ver.