Dos veces hasta pronto

Dos karatekas

flashback

—¿Cómo... cómo se llama eso que tiene? —preguntó Zoey, en la sala de espera donde sus padres la habían llevado para que con Luke fueran a visitar a Sam.

—Leucemia. —respondió Luke, era la primera vez que escuchaba esa palabra, pero desde hacía dos semanas, cuando se lo detectaron a Sam, se la habían pronunciado tanto que ahora la tenía grabada.

—¿Eso fue por la carrera? No debimos insistir tanto. No vamos a volver a...

Luke tragó saliva y no la miró. Tenía los ojos rojos porque había pasado los últimos días navegando en internet y el pronóstico del diagnóstico de Sam era muy malo. No quería compartir eso con Zoey, ni tampoco que ella que viera cuánto le dolía todo aquello.

Pero Zoey no era tonta, sabía que las cosas iban mal. Tenía la sensación de no entender el mundo que ahora le rodeaba, de estar a años luz de lo que los demás sabían. Y eso no lo soportaba.

—Va más allá de una carrera estúpida. —Luke fue sincero con ella. —Perdió peso, está más blanco que de costumbre y tose mucho...quedará internado un tiempo.

—¿Eso significa que ya no volverá al colegio?

A Zoey le costaba encajar las piezas y odiaba esa sensación.

—Deberíamos envidiarle porque no tendrá que hacer deberes —Luke quiso pensar en el lado positivo. Pero ya no había marcha atrás de todo lo que había leído por internet.

—Oí que la mamá de Tayson fue a visitarlo y le llevó un pie —murmuró Zoey después, se sentaron en la sala de espera a que fuera hora de visitar a Sam—. Nadie lleva pie a menos que se quede mucho tiempo.

—La mamá de Tayson es tonta, tan tonta como su hijo —le rebatió Luke.

—No puedes decir eso de una madre.

—No puedo decir que la tuya es incubadora de brujas y aun así lo digo.

—¡Luke! —lo regañó Zoey, ofendida. Pero lo que en verdad le incomodaba de ese comentario era que ahora, el tema de su madre le venía a la cabeza y últimamente en casa de los Williams ella notaba algo que iba mal.

—¿Cómo te llevas con la respiratoria? —la distrajo Luke, sin inmutarse ni un poco por su molestia.

—¿Y eso por qué?

Luke se lo pensó un momento, pero no demasiado. Cuando ponía esa expresión, rara vez se resistía a decir lo que pensaba.

—Porque si Sam debe quedarse mucho tiempo, al menos no debería comer pie, sino algo que en verdad le guste mucho.

L U K E

Llegamos al camping a media tarde y ya tenemos otro problema.

—Los vehículos deben quedarse en el aparcamiento, la reserva natural solo se puede recorrer a pie —advierte el chico de recepción tras mostrarnos un código QR con información sobre los servicios del campamento.

Sam y Sophie, los encargados de las reservas, seleccionaron este camping por su atractiva apariencia y las excelentes críticas que había recibido. El lugar contaba con baños comunes, una tienda donde se podían alquilar carpas y equipos de senderismo, además de un extenso valle lleno de colinas, cascadas y árboles frondosos.

Personalmente, me duele el culo de estar sentado tantas horas y ya no siento las extremidades. No me desagradaría caminar un par de kilómetros por un sendero. Hicimos paradas para que el pobre Filmore sobreviviera a la carretera sin morir, así que dejar que el motor descanse un par de horas tampoco es mala idea.

—Entonces, iremos a la tienda de alquiler de carpas y luego comenzaremos el sendero —decide Sam, buscando la aprobación de los demás.

—El primer campamento está a tres kilómetros hacia el oeste —señala un mapa que cuelga en la pared—. Pueden acampar ahí con otros campistas o montar su propia tienda en cualquier parte de la reserva. Los puntos marcados en rojo son las zonas centrales, donde encontrarán baños, tiendas de comida y duchas. Si es su primera vez acampando, les aconsejo que se queden en esa zona con los demás turistas.

—Pues yo quiero vivir la experiencia completa de acampar —expresa Sam, tras salir de la recepción y hacerse con el mapa—. Miren, tenemos un lago, un mirador en el monte y la Cascada de los enamorados.

A continuación, pagamos el alquiler de la carpa familiar y compramos algunas provisiones, como botellas de agua y comida, antes de embarcarnos en nuestro primer trayecto. La reserva cuenta con un total de veintiocho senderos que, de alguna manera, se interconectan para formar un verdadero laberinto. Se supone que lo divertido es perderse un poco y, en el proceso, toparse con una cascada o alcanzar la cima de alguna colina.

Treinta y cinco minutos después de cargar con una carpa enorme y de no llegar a ningún lugar, perdemos el interés de recorrer el laberinto. Bear Grylls se sentiría decepcionado.

—¿A cuánto estamos del siguiente campamento? —pregunto, mientras Sam arrastra los pies y exhalo un suspiro que habla por sí solo.

—Si bordeamos el anterior, el siguiente debe de estar bastante lejos —responde Sophie, y su tono sugiere que ella también lo lamenta.

—Yo lo advertí: no deberíamos haber bordeado nada, ahora estamos más lejos —me quejo, disfrutando del desquite.

—Pero fuiste quien insistió en ir al mirador —interviene Zoey. Se ha quitado el suéter y solo lleva puesta una camiseta que le queda un poco ajustada. El cuello de su prenda está ligeramente húmedo, lo que deja al descubierto parte de su piel y hace que me distraiga momentáneamente del reproche que iba a soltarle.

—Ahora mismo lo que quiero es encontrar civilización, no perderme en este bosque.

—En serio, Luke, eres la alegría de la huerta.

Abro la boca para replicar, pero me quita el mapa. Se coloca bajo el primer árbol para ver los planos. Sam y Sophie descansan, pero yo me acerco. No porque me guste, sino porque no quiero perder el doble de tiempo.

Su hombro roza mi pecho mientras nos inclinamos sobre el mapa. No tiene ni idea de dónde está; lo noto porque se muerde el labio y me mira de reojo, tratando de verificar si me he dado cuenta. Por supuesto que sí, pero yo tampoco tengo idea de dónde estamos.




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