Dos veces hasta pronto

Conversaciones nocturnas

flashback

—Quisimos hacer un pastel, pero se nos quemó.

Zoey y Luke miraron su obra culinaria y luego a Sam, desde su camilla podía notar el olor a quemado.

—No sé por qué esperábamos que el resultado de las magdalenas fuera diferente —murmuró Luke.

—Van a dejarme una cicatriz fea en la espalda si me operan. ¿Y si mis ultimas magdalenas son estas quemadas? —Se preocupó Samuel, nervioso. De verdad tenía ganas de probar lo qu Luke y Zoey habían hecho para él. pero si esa era su ultima cena antes de ser operado, sentía que podía permitirse ciertas preferencias, como que el chocolate no estuviera quemado o que el relleno no se chorreara por los lados.

—El miedo es para las nenas —Le recordó Luke.

—¡El miedo es para todos! —le reclamó Zoey, ciertamente llena de dudas.

—Eso lo dices porque eres una niña.

—Es normal que sientas miedo porque a nadie le gustan las agujas. —ella lo ignoró, se dirigió a su amigo —¡A mí me aterran! Pero vas a ver que después de la cirugía tendrás una super fiesta y Luke te regalará uno de sus videojuegos, Sam.

—¿Cómo? —preguntó el oji-azul. Nadie le había puesto al tanto de esa recompensa.

—Yo te prometo que lo hará, sino, llamaré a Cassie para que lo obligue —Le aseguró Zoey con determinación.

—Como si hiciera caso a lo que dice Cassie Payne —le reclamó Luke.

—Pues eso díselo a tu alter ego —empezaron a discutir entre los dos. Samuel los detuvo y nuevamente, se centraron en el tema.

—Escúchame, Sam, —Luke volvió a llamarle la atención —el miedo es de nenas. Repítelo.

Zoey blanqueó los ojos.

—No vas a cambiar nunca

—Pues díselo a tu alter ego.

Z O E Y

—Al final, no lo hacemos tan mal —intento ver el lado positivo.

—Te sobró una estaca —me advierte Luke, frunciendo el ceño.

—¿Y eso qué importa?

—Deberían sobrar cero, no una —insiste con tono serio.

—Está de más.

—Si sobran, es que algo hicimos mal.

—Siempre hay una de suplencia.

—No es un partido de soccer, Zoey.

—¿Y qué más da? —pregunto, alternando la mirada entre la carpa y su cara de pocos amigos.

—¡Se va a desplomar!

Lo observo mientras se acerca a la estaca sobrante, intentando encontrar la forma en que todas las piezas encajen. Es como si cada pieza tuviera su lugar, y aun así, no lográramos que todo encaje. Armarla juntos resulta un reto mayor que soñar con un cielo pintado de verde. Decido rendirme, agotada.

—Pues muy bien, entonces duerme afuera —sentencio, me meto en la carpa y abro uno de los sacos de dormir.

Un momento de autorreproche me acompaña al darme cuenta de que debería haber traído un cargador portátil para el teléfono, o al menos más comida de la tienda de recepción. Me pregunto si la situación puede empeorar. Y, en ese instante, la respuesta llega rápida y concisa.

Gotas de lluvia empiezan a rebotar contra la carpa y deslizarse por la tela.

De repente, comienza a llover con más fuerza. De repente, se abre el cierre de la carpa y Luke entra, empapado.

—¿Qué pasó? —consulto, deseosa de echarle en cara que al final, el ego no le ganó —Pensé que la tienda estaba tan mal montada que no merecía la pena dormir en ella.

— Te guste o no, me voy a pegar a ti como una lapa

—Dale cinco minutos y verás cómo se viene abajo. —reprocha.

Me sostiene la mirada y, por alguna razón, yo tampoco soy capaz de apartarla. Ya claro, hace frío, está mojado y las temperaturas bajan en la noche. La supervivencia le gana a la necedad. Debería alegrarme de eso, pero el premio me sabe amargo. (Amargo y como si de repente, me hubiera tomado una caja llena de metanfetaminas) pero lo veo sentarse en el espacio que he dejado libre e ignorarme por completo.

Se gira dándome la espalda y yo también sigo su ejemplo, apoyo la cabeza en el suelo y me envuelvo con el saco de dormir. Las gotas, que antes eran pequeñas y suaves, pronto se convierten en una lluvia estruendosa. En los siguientes cinco minutos, permanezco quieta, mis únicas vistas son su espalda y mis ojos recorren lo que la camiseta húmeda deja entrever. No puedo creer que me haya ganado en taekwondo; siempre había logrado anticipar sus movimientos, era lento y, sobre todo, muy predecible. Quizá porque los conocía tan bien, ahora ni siquiera reconozco la musculosa espalda que tengo frente a mí.

Si no fuera Luke, podría pensar que...

Pero lo es. Y jamás habría imaginado que algo sucedería entre nosotros dos. Él también lo ha dejado muy claro.

Aparto la vista y me concentro en el ruido exterior. La carpa se mueve tanto que, de reojo, veo cómo se agarra a los costados del saco. Empiezo a pensar que un rayo puede caer sobre nosotros en cualquier momento y eso me inquieta. En recepción nos dijeron que las probabilidades de que le suceda a una persona son extremadamente bajas, pero ellos no están bajo un montón de árboles en medio de un descampado en una tormenta eléctrica.

El techo de la carpa se zarandea de un lado a otro con cada vez más fuerza y el viento sopla con tal intensidad que dos de las cuerdas exteriores que la sujetan se rompen. Un gritillo escapa de mis labios cuando la tienda queda completamente iluminada por un relámpago. La estructura cruje, como si intentara resistir, y el pánico verdadero empieza a apoderarse de mí.

—Vale, vale, está bien —digo, mientras cierro los ojos con fuerza y me muevo hasta quedar pegada a su espalda. —He perdido el mapa y la capa es una mierda. ¿Te he dicho ya que odio los relámpagos? Vamos a morir.

Contra todo pronóstico, no presume de su razón ni se ríe de mi pánico. Respira hondo y continúa:

—La culpa es del recepcionista por habernos engañado con la descripción de las tiendas. Hicimos lo que pudimos con el armado, no te fustigues así.




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