flashback
—Mira que eres cerda.—Luke le reclamó.
—¡Y tú no has pensado en nada mejor!—las ,mejillas de Zoey se habían puesto rojas después de su declaración —Sam no ha besado a nadie y dijo que este año intentaría hacerlo.
—¿Qué pasa si tienes mal aliento y le arruinas la experiencia? ¿O si te chocas con sus dientes y, además de quedarse calvo, termina siendo un chimuelo?
Las manos de Zoey volaron a su boca, cubriéndose con horror ante esa idea.
—A ver, huéleme.—le exigió.
A Luke todo eso le parecía una tontería, pero sabía que cuando Zoey se tomaba algo en serio, no había quien se lo quitara de la cabeza. Su cara estaba tan cerca de la de ella que podía contarle los lunares. Como había supuesto, Zoey olía a frambuesas, el mismo perfume de su madre, con un toque dulce a caramelos que solo en ella lograba reconocer.
—No lo matarás con un simple aliento.
Odiaba con toda mi alma que algo tan estúpido me afectara y me acelerara el pulso.
—¿Ves? Te lo dije.—dijo Zoey con una sonrisa triunfante.
—Pero todavía puedes romperle un diente.
—No quiero lastimar a Sam, eso sería horrible.
—Mejor regálale una tarjeta.
—¡Nadie puede morir sin haber dado un beso!—exclamó ella, elevando la voz sin querer.
—¡Sam no va a morir, Zoey! —exclamé, elevando la voz sin querer.
Zoey retrocedió unos pasos, sorprendida.
—No, es verdad, Sam no lo hará —murmuró después, dándose cuenta de lo que había dicho. —Samuel nunca moriría. O bueno, quizá solo cuando sea muy viejo. Como Drew.
—Eres una experta en reflexiones de la vida.
L U K E
Despierto empapado en calor, con la luz del sol filtrándose por la ventana porque nadie se ha molestado en cerrar las cortinas. Al mirar por el cristal, veo que estamos estacionados en una gasolinera con autoservicio. Todos han bajado; seguramente me dejaron dormir, compasivos con las horas de carretera.
Sin embargo, al entrar al baño, no espero encontrar un par de hojas fatalmente escondidas detrás del cubículo.
«Escapando de sus besos»
Leo algunos párrafos y no puedo evitar poner los ojos en blanco ante lo cursi y cliché. No obstante, paso de página y, aunque me cuesta admitirlo, la historia se vuelve adictiva. Los diálogos entre los protagonistas son intensos. Busco lo que sigue, pero no hay más capítulos. Con un presentimiento, salgo del baño y cojo mi teléfono. Escribo el título en Google y me caigo de espaldas al descubrirlo.
El mismo título aparece bajo el seudónimo de una escritora llamada Z. W-Potter. Mis ojos se abren de par en par al ver que tiene más de medio millón de lecturas y casi setenta mil suscriptores. No hay otra historia que no sea «Escapando de tus besos», y esta cuenta con veinte capítulos. Estoy a punto de hacer clic por curiosidad cuando una voz detrás de mí lo impide.
—¿Qué estás haciendo? —me pregunta de manera abrupta.
Al girarme, sus ojos se desvían hacia las hojas que aún tengo en la mano antes de volver a encontrarse con los míos, cargados de pánico que intenta ocultar rápidamente. Sus labios se tensan en una línea curva.
—¿Son tuyas? —pregunto.
—Devuélvemelas.
Extiende la mano para quitármelas, pero las elevo sobre mi cabeza para evitar que las alcance.
—¿Por qué las ocultabas?
Logra llegar a ellas y me las arrebata.
—Es algo privado. —las aprieta contra su abdomen como si su vida dependiera de ello.
Está enfadada conmigo y no sé exactamente por qué. Hasta esta mañana, era yo quien estaba molesto. ¿Qué fue aquello de ayer? Ella no tiene derecho a decidir quién soy. Cassie menos. Las dos tienen algo en común: desean ver cosas que no existen en mí. Pero eso ahora parece importar menos, porque tiene los ojos como dos chispas y poco le debe importar que la haya estado evitando desde el amanecer.
—Dijiste que no escribías. —le recuerdo.
Me sorprende. Más de medio millón de lecturas es muchísimo. La Zoey de doce años habría destrozado toda mi habitación con ese número solo para refregármelo un millón de veces.
Esta, por otro lado, solo desea refregarme la cara contra la pared.
—No es tu asunto. —me empuja para retroceder —Y no sé cuánto has leído, pero solo son tonterías.
—No le parece una tontería a todas esas personas que te siguen.
Su mirada se clava en la mía.
—¿Lo has buscado en internet? —inquiere.
—Encontré tu perfil.
—¡No debiste haber hurgado allí! —exclama, claramente molesta.
—No «hurgué». No es mi culpa que no las hayas escondido bien.
Sus ojos se inundan de rabia, y no sé si por enfado o frustración, pero lo cierto es que nunca la había visto tan descontrolada. Arruga las hojas entre sus dedos con tanta fuerza que puedo escuchar el crujido del papel.
—¿Qué estás haciendo? ¡No es necesario romperlo! —intento evitarlo.
—¡Porque no quiero que las vuelvas a leer! —grita —Son mías, son personales. No quiero que te burles de mí. Es solo un pasatiempo ridículo.
—¿Quién metió esa idea en tu cabeza? —pregunto, con la voz áspera.
Su rostro está marcado por la vergüenza y, al mismo tiempo, parece querer desaparecer. Fija la vista en la ventana y, tras un largo suspiro, se resigna.
—Eleonor Mcgomery leyó un párrafo de mi manuscrito y lo odió por completo. Pensó que era una enorme tontería, ni siquiera pude pedirle consejo.
Tiene la desfachatez de enfadarse, con los brazos cruzados y el entrecejo fruncido, que da a entender que quién está diciendo barbaridades soy yo. ¿Como puede ser tan tonta de validar tanto la opinión ajena?
—Es una estupidez —aseguro—. La opinión de una desconocida no debería hacerte dudar de tu trabajo. Por eso, mejor dicho, la estúpida eres tú
—Eres un completo idiota. —me empuja.