Dos veces hasta pronto

Camarones para cenar

—Es domingo—murmuró, y se dio la vuelta para seguir durmiendo a cuestas de su padre.

Sin embargo, este le quitó la frazada y dejó salir las palabras que hicieron saltar de la cama a su hijo.

—Samuel ha entrado en cirugía.

L U K E

Al llegar a la cima, lo primero que vemos es a una chica de veintitantos años, con el pelo castaño hasta los hombros y la tez pálida, que suelta un grito capaz de provocar una avalancha al ver a su hermana.

Las hermanas Morel, idénticas a pesar de la diferencia de edad, se abrazan y hablan muy animadas mientras nos adentramos en la tienda de esquí. Agradezco la calidez del interior al entrar y, aún más, que suene mi teléfono, lo que me da una excusa para alejarme de los gritos y la excesiva felicidad.

Cuando estoy lo suficientemente lejos, junto a los ventanales con vistas a la pista de esquí, contesto la llamada:

—¿Te volviste huérfano o has olvidado que tienes familia en Pensilvania?

Es la voz de mi hermano.

—No he tenido mucha señal.

—No es excusa ¡casi matas a tu madre! —esta vez escucho la escucho a ella protestar.

—¿Estoy en altavoz?

—Si no fuera por Sam, que mantiene a Evelyn al tanto, ya estaría en un avión buscando dónde estás.

Mi madre, una mujer que nos heredó su terquedad y obstinación. Ella dice que no, pero a su edad ya debería haberse jubilado y descansar. Sin embargo, es incapaz de decirle que no a un nuevo paciente en su consultorio

—Lo siento, mamá. Prometo no rechazar más llamadas.

—¡Yo les he asegurado que estas en buenas manos! —escucho la voz de la prometida de mi hermano.

—¿En serio estoy en altavoz?

—No has contestado a otros mensajes, ¿qué más podemos hacer? —responde mi madre, otra vez dueña del teléfono—. Necesitamos saber de ti.

Por un momento, mi atención se desvía hacia la recepción, donde un chico coquetea con una chica. Se despiden cuando ella le pasa su número y él rápidamente, pasa a otra.

—¡Te extraño, tío Luke! —la voz de Oliver me saca de mis pensamientos. Hasta el momento, he olvidado que tengo un sobrino de siete años a quien prometí conseguirle un obsequio enorme—. ¿Has conseguido ya mi regalo?

—Todavía no. Nada es lo suficientemente grande, pequeño pesado.

—Mamá, me llamó pesado.

—Dile que él es el adoptado —se asoma mi hermana.

La segunda presa se niega a darle su número. Sin embargo, el chico del mostrador no parece querer ceder y, al final, ella se vence.

—¿Cuánto falta para que vuelvas? —pregunta mi madre de nuevo.

—Todavía tenemos un par de paradas antes de llegar a Colorado.

—¿Llegarás para tu cumpleaños?

—No estoy seguro.

—¡Quería hacerte un pastel! —se queja la novia de mi hermano. Lo grita en un tono tan agudo que es posible que me haya roto los tímpanos.

Me muerdo la lengua al recordar que la última vez que cocinó, terminaron en un hotel porque llenaron el lugar de humo.

—¿Qué haces ahora, Luke? —pregunta Hayden.

—Estoy a punto de bajar esquiando.

—¿Te llevaste calzoncillos dobles? —la voz de mi madre se oye a lo lejos; —¡El frío puede ser brutal!

—¡Mamá! Quita el altavoz.

—¿Te los llevaste o no?

—Que sí, pesada.

—Vale, vale. Y cuídate mucho, demasiado.

—¡Mamá!

—¡Hablo del tránsito!

—La señal se está cortando, pero te llamamos después. Te extrañamos mucho. —se despide mi hermano.

—Yo también —respondo, con una mueca.

—¿Y a mí? —pregunta Oliver.

—A ti también.

—¿Y a mí? —es mi madre.

—A todos. ¿De acuerdo? —quiero colgar ya.

—¿Incluso yo? —inquiere Ashley.

—A ti no.

Mi hermano me rezonga por lo bajo.

—Está bien, a ti también, pero tengo que colgar. Adiós.

Cuelgo justo cuando me doy la vuelta y veo a Sam, Zoey y las hermanas Morel enfilándose en la cola para los alquileres de esquí.

Los sigo y me coloco al final de la fila. Sam es el primero en hablar y pide unas botas y guantes especiales. Sophie, con un poco más de conocimiento, también pide para ella unos lentes protectores contra la nieve. Cuando llega el turno de Zoey, escucho con atención. No porque realmente me interese, sino porque se supone que ella es la experta, la que sabe qué es lo mejor que deberíamos pedir para esquiar. No tengo ganas de comer nieve ni de acabar con el trasero como un cubo de hielo por tantas caídas.

—Buenas —saluda al chico del mostrador.

Él alza la vista y durante un nanosegundo, el chico de pelo oscuro y ella se quedan mirándose como si un hilo invisible los hubiera atado.

Él le sonríe.

Y ella le devuelve la sonrisa.

Oh, dios. ¿En serio?

Como cualquier persona incomoda en mi lugar, carraspeo, rompiendo su atmósfera romántica. Le pido a Zoey que se apure y no pasa más de un minuto antes de que el chico le extienda las botas especiales, los palos de esquí y las gafas protectoras. Se despide de él y se une a los otros para ponerse su equipo.

Ahora es mi turno de alquilar el equipo. Y, como era de esperar, él no me sonríe ni se toma un segundo para perderse en mi mirada.

—¿Que necesitas? —me pregunta.

—Lo mismo que le has dado a ella.

—¿Es tu hermana?

—No.

Y que Dios me libre de serlo en cualquier mal karma de otra vida.

—¿Novia?

Ladeo la cabeza.

—¿Y sabes si está soltera? —insiste.

—¿Siempre interfieres en las actividades de los huéspedes?

Me siento en un espacio libre al lado de Sam mientras me pongo mis botas, Zoey, Sophie y su hermana sueltan risitas delante de mí susurrándose algo como si fueran niñas pequeñas.

—¿Verdad que es guapo? —le pregunta Sophie a Hayacinth.

—¿Quién? ¿Cameron? —inquiere Hayacinth, y golpea con el hombro de Zoey—. Sophie tenía un crush con él cuando venía de más pequeña.

—Trabaja aquí desde hace como tres años. Pero ya no me gusta —se defiende esta—. Aunque, sí, está muy bueno. Creo que se ha fijado en ti, Zoey.




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