flashback
La operación de Sam iba a durar al menos unas siete horas, cuando Luke regresó a casa con su padre, no tardó el volver a salir y cruzar la calle hasta la casa Williams. Sin embargo, no encontró las respuestas que buscaba.
—¿Como que no está?
El sr. Williams lo miró apenado.
—Pensé que mi hija ya se los había contado. Ciertamente, me sorprendió que no vinieran a despedirse.
Luke meditó sus palabras antes de que salieran de su boca, no sabía muy bien que era lo que estaba sucediendo ni tampoco que preguntar para entenderlo.
—Samuel está en el hospital.
—¿En serio? —se quedó paralizado —Eso es terrible. La llamaré y quizá venga de visita en el invierno.
—¿Visitas?
La expresión de Luke fue cambiando. Cada vez estaba más pálido.
—Oh, Luke. Mi hija se marchó con su madre esta misma mañana hacia Minnesota. Di por hecho que ya se había despedido de todos, su mamá y yo nos separamos hace un mes.
L U K E
No se aprecia lo agradable que es descansar en un lecho confortable hasta que has pasado varias semanas durmiendo en un antiguo sofá cama de una casa rodante, donde un movimiento descuidado puede hacerte chocar inusitadamente con el techo y provocarte otro moretón.
Sin embargo, cuando descubro en el folleto de la habitación la existencia de una piscina climatizada con chorros masajeadores de la misma potencia que los de un jacuzzi, no puedo evitar dejar de lado la cama queen size y salir silbando hasta el pasillo. Este hotel es increíble, nada puede arruinar la experiencia. O eso es lo que pienso hasta que Zoey Williams me lleva puesto en el camino.
Levanta la vista al salir del ascensor para descubrir a quién ha golpeado. Y, cuando descubre que soy yo, toda su fachada de culpa desaparece como humo.
—¿No ibas a ver las auroras con Sam y Sophie?
—¿Y no estabas tú intercambiando salivas con un gamberro? —cuestiono. Me apoyo en el marco de la puerta, ajustando la toalla sobre mis hombros.
Suelta una exhalación larga que fácilmente podría hacer deslizar el paño hasta el piso.
—Si hubiera habido un intercambio de salivas, ahora estaría en cuarentena. Pero mira, estoy aquí, así que eso ya dice mucho.
Mi cara copia su gesto. La cita ha ido fatal, no necesito más detalles que perturben mi buen sueño, así que no insisto. Eso no parece molestarle, porque prefiere fijarse en mi torso descubierto y no apartar la mirada del toallón que a duras penas lo cubre.
—¿Vas a nadar?
—Creí que esta era la ropa de esquí. —respondo. Blanquea los ojos por mi excelente uso de la ironía—Sam y Sophie se fueron temprano para llegar a la cima del monte de las Auroras. —le explico —Yo me quedé dormido, y el frío... bueno, no es lo mío.
—El Minnesota el verano llega solo a los 23 grados. Creo que la última vez que sentí una sensación termina de más de treinta, fue porque me dio fiebre.
—A mí no me importa si el cambio de temperatura me deja en la cama hasta que lleguemos a Nevada, pero yo voy a disfrutar de esa piscina climatizada porque merezco tratar todos los moretones que esa maldita esquiada dejó en mi trasero como si fueran heridas de guerra.
—De verdad no te gusta el frío —afirma, asombrada.
—En mi lista de cosas detestables, está solo y apenas, por encima de los carteros que golpean con el periódico las ventanas —respondo, sin pestañear.
—¿Y dónde estoy yo?
—Vas a estar justo debajo de los carteros si arruinas mi tarde con esos masajeadores —le advierto, con pocas ganas.
Espero que entienda que no la estoy desafiando, que no lo estoy animando a venir. Pero la mirada que me da a continuación me deja claro que debí pensar mejor las palabras antes de dejarlas salir:
—Oh, definitivamente puedo ser mucho más molesta que todos ellos.
—Así que...—¿Le tronaba la reversa? —pregunto, después de que termine de contarme todo su relato.
—Cállate.
—¿Le metía goles al equipo contrario? —intuyo que esa es otro de las razones por lo cual la cita salió tan mal.
—Basta.
—¿Le gustaba la lactosa entera?
—¡LUKE DYER!
El grito me deja sordo por un instante, pero no me impide regodearme de toda su desgracia. Llevamos en las piscinas termales al menos unos veinte minutos, y en todo este tiempo, parece que la atracción más importante sigue siendo las auroras, porque nadie asoma su cabeza por aquí. Eso es bueno porque, como estaba en mis planes, hago un uso exclusivo de los chorros masajeadores. Pero también es malo, porque solo es cuestión de tiempo para que alguno de los dos saque el tema del manuscrito y volvamos a discutir.
—No me hace gracia. —me reclama. Y, por ahora, su cita fallida pesa más que el recuerdo de que me llamara bueno para nada y yo a ella una cobarde.
Me inclino hacia atrás y me acomodo sobre el sillón de masajes. Después de los chorros de agua, son definitivamente, lo mejor de la tarde.
—Me da igual lo que le guste, —insiste. Está sentada justo al lado —pero me siento un poco tonta por no haberlo visto antes.
—¿Visto qué?
—Que esos pómulos marcados seguramente no eran naturales.
Ni siquiera tiene que simular que le hace un poco de gracia toda esta situación, simplemente niega con la cabeza hacia mí, sus ojos se arrugan en los bordes cuando sonríe y no estoy seguro de haber notado eso antes.
Sin embargo, darme cuenta no me gusta nada. Porque eso significa haberla estado observando más de lo normal, y entre nosotros nunca ha sido así. Así que se me ocurre el comentario más desagradable y, en cuanto lo suelto, deja de sonreír.
—¿Qué porcentaje de esa piscina crees que ya es agua de orín? Te lo pregunto porque vi a muchos padres con niños en el hotel.
—No me hagas pensar en eso. —Su ceño se frunce igual que su boca.
—¿Por qué?