flashback
—¿Qué pasó? ¿Te has quedado solo? —preguntó Tayson con una sonrisa burlona el primer día de clase, cuando todos empezaron su primer año de secundaria.
—Dado que el débil de Sam está enfermo y la mocosa de Zoey no volverá a la escuela, Luke Dyer es el único de la clase que almuerza solo —respondió el mejor amigo de Phillips, empujándolo suavemente.
—Cierra el pico, Tayson —le espetó Luke. En el verano había crecido bastante, había madurado de una manera que sus demás compañeros jamás comprenderían.
Pero no era el único que había crecido; Tayson también lo había hecho, aunque solo en altura.
—¿O qué vas a hacer? ¿Decirle a tus amigos imaginarios que intercedan? —retó Tayson, con una sonrisa despectiva.
Ahora Luke era más maduro, pero no idiota. Provocar a la pandilla de Tayson, sin tener refuerzos, solo le provocaría un ojo violeta y mucha hinchazón.
—¿Quién quiere ser amigo de un perdedor? —siguieron diciendo.
—Pasa todas las tardes en el hospital. ¿Quién nos garantiza que no le pegará alguna enfermedad rara? —continuaba Tayson, alimentando el rechazo.
—Se juntaba con Sam y el enfermo. Luego Zoey desapareció. ¡Luke contagia la peste! —gritó uno más.
—¡Luke contagia la peste! —repitieron en coro, con voces temerosas y llenas de desprecio.
—Si se acerca a él, se le caerá el pelo y vomitará hasta morir. ¡Nadie se le acerque! —añadieron, con un tono de alarma y rechazo.
La lealtad, pensó alguien, es un sentimiento demasiado animal. No se aprende, surge sin más, como una raíz profunda e imposible de arrancar. Y Luke era tan leal a Sam que no le importó vivir el siguiente año como un lobo solitario.
Z O E Y
—Y por eso nunca se debe dejar a dos chicos con una tarea tan importante como comprobar el nivel de gasolina de la furgoneta —dice Sophie, enfadada.
Es la primera vez que la veo tan molesta, pero no es difícil entender el motivo. Nos despertamos a medianoche en un sitio desconocido con la noticia de que estamos varados porque nos falta gasolina. Cuando, claramente, antes de irnos a dormir, les advirtió que teníamos que hacer una parada.
—Lo siento —se disculpa Sam con ella.
Con los brazos cruzados, Sophie asiente, mientras dirige su mirada hacia Luke.
—¿Y tú qué?
—Perdón —replica también.
—¿Y ahora qué hacemos? —pregunto, también temerosa de recibir una reprimenda.
—La gasolinera está a un kilómetro de distancia —le respondió Luke—. Podemos ir a buscar nafta y luego regresar con ella.
—¿Y dejar la furgoneta sola en medio de este horror? —replica la futura enfermera. Mira a Sam, que de los cuatro es quien no puede ir y venir por más que quisiera—: te quedas a vigilarla.
—¿Yo solo?
Su boca se inclina en una sonrisa astuta. Luego comparte una especie de mirada cómplice con Luke y este termina por decir:
— Vale, ustedes dos se quedan. Estoy seguro de que con dos va a ser suficiente. A menos que también quieras quedarte, Zoey.
¿Me está preguntando amablemente si quiero quedarme? No me cabe duda de que hemos pasado algún portal a un mundo paralelo durante la noche. Me duele la espalda y los ojos me pesan por el sueño. Pero me sentiría aún más culpable si solo una persona tiene que encargarse de caminar por esta solitaria carretera. Así que cierro los ojos y trato de relajar la espalda.
—Yo también voy.
Él asiente. Perdemos un par de minutos buscando las chaquetas de abrigo y los teléfonos antes de salir de la furgoneta y comenzar a caminar, a medida que avanzamos, solo puedo ver negro; prácticamente no hay nada más que la oscuridad de la noche, un par de árboles y algunas vallas que nos rodean. Caminamos en silencio, iluminándonos con la linterna de su celular.
—¿Sabes? —comento después de un rato, mientras nuestros pasos resuenan por el asfalto —. En este instante, teniendo en cuenta la hora, cómo nos estamos moviendo y el frío que hace, me odio por haber aceptado.
—No debe faltar mucho — anima—, y si te arrepientes ahora, espera a que en una hora ya no tenga batería y estemos a oscuras. Eso será un verdadero regalo.
—Supongo que no quería ser la tercera en discordia en su drama amoroso de carretera si me quedaba.
—¿También lo has notado? —se sorprende.
—Deberíamos ir pensando en reservar habitaciones separadas en algún hostal. —le advierto.
—Quiero borrar esa imagen mental.
—Viajan con la persona que les gusta al lado, ¿no es eso lo que haría cualquiera?
—Si estuviera en su lugar, sí lo haría. Pero no es el caso.
Me observa de reojo, incomodo. Yo me encojo de hombros.
—Lo mismo digo yo.
Llegamos a una gasolinera pequeña, un auténtico refugio en medio de la nada. Tras un breve intercambio, decidimos separarnos: él se dirige a la bomba de combustible y yo voy al baño.
La puerta de metal se cierra tras de mí con un golpe resonante. Me encuentro en un cubículo que apenas es más grande que un coche, con un lavabo viejo y dos puertas que dan acceso a los baños. Asomo la cabeza al primero, que parece averiado, y al segundo, que tiene un candado rojo. Mientras espero a que se desocupe uno de ellos, aprovecho para lavarme la cara y arreglarme el pelo. Al salir, no le veo por ninguna parte. La manguera de combustible no parece estar en uso. Decido entrar al minimercado con la esperanza de encontrarlo en la fila de cajas.
Al cruzar la puerta, mi estómago protesta al ver las estanterías llenas de galletas y frituras. Sin pensarlo, me acerco y empiezo a coger bocadillos para el viaje y provisiones para el desayuno. En la sección de golosinas, lo encuentro con un par de paquetes.
—¿Galletas de chocolate o vainilla? —me pregunta.
—Vainilla. Odio el chocolate.
— Me amargas la vida. ¿Lo sabías?
Sonrío de lado.