Z O E Y
A la mañana siguiente, los rayos del sol se cuelan tímidamente entre las nubes. La carretera está vacía, Sophie y yo estamos sentadas en la parte trasera del coche mirando el paisaje que se despliega frente a nosotras: un desfile monótono de árboles marchitos y espacios abiertos que parecen interminables. En el asiento del conductor, Sam y Luke intercambian palabras vagas que soy incapaz de descifrar. Me pregunto si se trata de un último intento de reconciliación después de que todo se haya arruinado... por mi culpa.
—¿Realmente crees que se marchará? —Sophie rompe el silencio en la parte trasera. Me doy cuenta de que ha dejado de prestar atención al paisaje para enfocarse en lo mismo que yo; ellos dos y su conversación indescifrable.
—Quiero pensar que no...—soy sincera, al menos lo intento —No sería así si no hubiera abierto la boca; he provocado un completo desastre.
La sinceridad de mi boca duele, decirlo en voz alta no hace que la culpa sea menos. Desearía volver al tiempo atrás y ser capaz de cambiar mis acciones, me llenaría la boca con las frituras más picantes de todas para que esas palabras no salieran de mis labios. Y por supuesto, borraría también lo otro.
—No eres culpable de las decisiones que Sam ha tomado. —Sophie busca consolarme, pero me distraigo con la fantasía tonta de my yo presente viajando al pasado —Es fatal que haya sucedido así, pero no te sientas la responsable. Tengo la esperanza de que cuando pongan un pie fuera de la camioneta, se den cuenta de lo imposible que es abandonar al otro en estas circunstancias.
Una vez más, el silencio se convierte en el quinto pasajero. Mis ojos se desvían hacia las maletas que descansan a varios metros de distancia, pesadas como la culpa que llevo. No solo arruiné su amistad, sino que también besé a Luke y arruiné todo nuestro proceso, sin embargo, lo más triste es que eso ya no es el mayor de mis problemas.
—Puede que sea más fácil para ellos, si haces un último intento para convencerlos—Sophie vuelve a dirigirse a mí y esta vez su voz suena más firme, —Sam necesita a su mejor amigo en esto, y si no ha logrado convencer a la necedad de Luke, es hora de enviar al solado con mayor experiencia.
Me doy cuenta que con eso últimos sus ojos apuntan ligeramente a mí.
—¿Y piensas que esa soy yo? —musito, si no fuera porque todo se siente tan fuera de lugar, soltaría una risa —Soy el solado mejor preparado para sacarlo de sus casillas, no para que las recupere.
—Eso es lo que piensas porque no has intentado probar algo diferente. —insiste, y no tengo energías para poner en tela de juicio su fe. —A Luke le cuesta salir de su zona de confort, pero a ti también. Si se concentraran menos en las diferencias y más en descubrir los parecidos, hace mucho tiempo que Sam ya no sería el intermediario entre ustedes y habría podido disfrutar de su amistad sin dolores de cabeza.
Pocas veces he recibido reprimendas, pero una que venga de Sophie me deja con la boca cerrada y un montón de preguntas sin respuesta en la cabeza. Para mi suerte, no necesito ser capaz de formular una, porque la furgoneta se detiene a media conversación y los dos que ocupan los asientos delanteros abren las puertas y salen de estas.
—¿Por qué hemos parado? —Pregunta la enfermera, pero para cuando lo hacen, soy solo yo la que alcanzo a oírla. Compartimos una mirada y copiamos sus movimientos hasta salir de la camioneta.
Ya afuera, observo como delante nosotros se yergue un dique tan grande como un estadio de fútbol. Luke se guarda las llaves en el bolsillo delantero y no se acerca a la puerta trasera para sacar las maletas. Eso me llama la atención, pero no tanto como la imponente represa de agua que se despliega, con la altura de un edificio de varios pisos que recorta el paisaje desértico.
—Esta es la última parada antes de llegar a Nevada —le responde Luke, demostrándonos que en realidad tiene un oído bastante bueno—No pensaba perdérmela, aunque me baje en la siguiente.
Siento el aire fresco que contrarresta con el sentimiento que aprieta mi estómago en un nudo. Admiro el panorama. Las vistas son grandiosas, sí, pero estamos solos. El eco del agua cayendo en cascada nos obliga a subir los tonos de voz para poder escucharnos simultáneamente.
—No estás obligado a bajar. —alcanzo a oír de parte de Sophie.
A diferencia de Luke, esta ha quedado cuatro metros por detrás de la barandilla. Así que el ojiazul tiene que darle la espalda completa a la represa para fijarse en la futura enfermera.
—Por supuesto que sí. —le insiste, molesto—No pertenezco aquí, fue un engaño el haberme traído.
Lo fue. Y en eso no tuve mucho que ver, pero lo sabía y en su momento no pensé lo mal que podría caerle viniendo de su mejor amigo.
—Engaño o no, has visto muchos paisajes y disfrutado en cada punto de parada. —exhibo, lejos de darle un consuelo. Cuando mis ojos se encuentran con los suyos por primera vez desde que salimos del hostal, siento una sacudida en el pecho que se convierte en una punzada al devolvérmela hostilmente— Incluso hemos parado en esta represa por ti, así que ¿qué parte del engaño estás justificando?
—Doscientos metros de altura y un montón de kilómetros cúbicos de agua no justifican nada. No lo confundas, necesitábamos parar de todas formas para reacomodar el espacio. —espeta, y deja de prestarme atención para fijarla en Sam.
—Es un puente muy alto. —Observa este desde el límite de la barandilla hacia abajo.
—Lo es. —le confirma, acercándose a la barandilla, pero manteniendo las distancias.
—Me pregunto que se sentirá colocarse en la orilla.
—Solo una persona muy tonta se haría esa pregunta.
Pero no le da tiempo de decir algo más. Algo cambia en Sam, como si la adrenalina por fin hubiera llegado a su torrente sanguíneo. Sus ojos se fijan en la barandilla y, en un movimiento decidido, la atraviesa.