Dos veces hasta pronto

El zoológico entero

L U K E

—¡Zoey! ¡Zoey! ¡Zoey! ¡No te lo vas a creer! —dice.

El grito repentino de Sophie hace que me enderece del sofá-cama. Al salir de mi ensueño, me doy cuenta de que soy el único que se ha quedado dormido. Me duele la cabeza, sobre todo después de las últimas cuarenta y ocho horas. Pero, por lo visto, eso parece ser redundante para ella.

Es más interesante provocar que Zoey nos mate a todos distrayéndola de la carretera.

—Espero que la furgoneta se esté incendiando —murmuro, molesto.

—¡Esto es mucho mejor! —exclama, sacudiendo su teléfono frente a la cara de su mejor amiga.

Da un pequeño volantazo al intentar mirar y, como consecuencia, me tambaleo en el sofá.

—¡Sophie! —Nos quejamos ambos.

Mientras la furgoneta se tambalea, intento encontrar el equilibrio y termino sentado de nuevo.

—Espera, ¿eso que me has enseñado es un sorteo? — El enojo de Zoey pierde importancia cuando asimila la información.

Sophie pega saltitos, contenta.

—¡Un sorteo de Taylor! —exclama, y, mientras hace esto, mueve sus dedos sobre la radio para colocar la estación de radio que escuchaba en su teléfono. Las notas comienzan a llenar la furgoneta.

"Did you hear my covert narcissism,

I disguise as altruism?

Like some kind of congressman,tale as old as time."

Por qué yo.

—Si tuviera que despertarme con esa canción cada mañana, juro que acabaría pegándome un tiro —les aseguro, lo que le hace que Sophie me mire mal, pero dudo que mis quejas logren pinchar la burbuja.

Por otro lado, Samuel sale del baño mojado y envuelto en una toalla. Nos mira sin comprender.

—¿Por qué se escuchan tantos gritos? No me digan que otra ardilla...

—¡No me hagas recordar el asunto de la ardilla! — Sophie se queja. Pero, de inmediato, la emoción le gana: —Que más da, ¡Taylor Swift va a estar en Santa Mónica, Sam!

—¿Lo dices en serio? —abre los ojos igual de grandes que ella.

Sophie asiente, con el rostro radiante y efusivo. Luego le explica:

—¡Es un evento de caridad para recaudar fondos para las familias que han perdido sus casas en el incendio!

Se hace un silencio, hago una mueca y por el rabilo del ojo veo que Zoey hace lo mismo.

—Y seguro que todos ellos comparten tu entusiasmo—Las palabras salen de mis labios sin que me dé tiempo a pensarlas primero. Separa los labios, ofendida.

—Santa Mónica no está tan lejos de Las Vegas —me hace ver —. Tal vez podamos escucharla cantar en vivo. Es una pena que las entradas se agotaran tan rápido. Ganar un sorteo es imposible.

—Con pisar la misma acera que Taylor, me conformo —concede Zoey, me doy cuenta entonces que nuestros planes comienzan a torcerse.

—¿Y te imaginas que esté disfrutando de un café allí? ¡Qué fantasía! —confirmo que se han torcido por completo cuando esas palabras salen de la boca de Samuel y se deja caer en el asiento del copiloto con un suspiro.

—Ustedes dos —les digo a él y a Zoey, frotándome los ojos para despejarlos. Todavía tengo sueño— Si no ponen la vista frente al volante, van a causar que no lleguemos ni a una gasolinera.

Pero mi advertencia consigue resultados a medias. Por una parte, la camioneta deja de zarandearse por la carretera, pero por otra, no calma sus ganas de parlotear sobre el concierto.

—¡Estamos tan cerca! —exclama Sophie con expresión de perrito que pide un hueso. Intenta convencerme, especialmente a mí, porque soy el único que no acepta la idea de cancelar las reservas y pasar más horas en el coche por un recital que apenas podrán oír.

—Creo que a alguien le vendría bien otro buen susto para cambiar de opinión —la apoya Sam mientras gira un poco el cuello para verme.

Le muestro el dedo medio, él me lo devuelve.

Sé que está haciendo un esfuerzo sobrehumano para tratar de volver a la normalidad. Pero es difícil. La expresión «borrón y cuenta nueva» no existe, siempre quedan secuelas, y nadie en su sano juicio, perdona tan fácilmente las mentiras. Sobre todo, aquellas que se dicen para ocultar planes que cambian la vida de una persona para siempre.

—En mi opinión, alguien necesita clases de buceo para el próximo puente —contesto. Para sorpresa de nadie, me cargo cualquier oportunidad de hacer las paces.

Dirijo mi vista al asiento del conductor.

—Han pasado horas desde la última vez que conduje, cámbiame de sitio en la próxima parada, Zoey. —le digo al rato.

Llegamos a una gasolinera quince minutos después y aprovecho para ducharme en la furgoneta mientras los demás bajan a estirar las piernas. Cuando salgo, la futura escritora ya me ha dejado libre el asiento del conductor y se ha sentado al lado.

El ambiente en la furgoneta se vuelve tenso cuando nos ponemos de nuevo en marcha. Tengo una conversación pendiente con Sam y otra aún más complicada con Zoey, que parece convencida de que Sam está enfadado con ella. Y que hasta el momento no ha sacado ese otro tema que no solo es el elefante, sino el zoológico entero de la habitación.

¿Es comprensible sacar el tema ahora? Por supuesto que no, hay cosas más importantes y asunto a resolver que se llevan la corona, pero ¿es necesario? Claro que sí. No todos los días uno se entera de que su archienemiga de la infancia tenía sentimientos encontrados y que esa fue una de las razones por las que decidió marcharse. Durante años, mi yo de niño se comió la cabeza creyendo que había sido culpa mía, que mis malos tratos y mi mal humor habían conseguido que ella priorizara marcharse y, de esa forma, romperle el corazón a Sam. Mi yo de antes también pensó que era él quien tenía sentimientos encontrados, pero ahora resulta que quizá, yo era el de los sentimientos reprimidos, porque hace más de cuarenta y ocho horas que no puedo sacarme el recuerdo de su boca pegada a la mía y eso solo significa una cosa:

—¿Tengo algo en la cara? —pregunta, de repente. No de repente, sino cuando se da cuenta que, por el rabillo del ojo, la estoy observando.




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