ZOEY
El lugar se llama VooDoo Lounge, y las doce letras del nombre centellean en un verde neón, como si intentaran hipnotizar a cualquiera que se atreva a cruzar la puerta. Al entrar, el halo de luz no se queda atrás; una mezcla del mismo tono verdoso brilla en el interior, combinándose con focos fluorescentes que iluminan a las personas que parecen haberse escapado de un carnaval.
Nada más cruzar la puerta el calor me da de lleno en el rostro. Jadeo, en busca de algo de aire, y me abro paso entre la multitud como puedo junto a Sophie, estaba acostumbrada a lidiar con aglomeraciones en el instituto, pero el ambiente aquí me resulta abrumador.
Toda la atmosfera, en realidad, hace que se me revuelva el estómago. No tengo ni la menor idea de si mi reacción es normal, ilógica o simplemente ridícula, pero me entra un sofoco profundo cuando ya estamos completamente dentro.
—¿A que está genial? — exclama Sophie en mi dirección.
—No sé si sea mi tipo de fiesta.
Observo como la gente se amontona en una esquina en particular y empujan.
—¡No seas aguafiestas! —me sacude divertida —Ven, vamos a ver que están dando por allá.
Hasta ahí nos dirigimos, una canción hispana empieza a sonar con tanta fuerza por los altavoces que me duelen los oídos cuando nos ponemos en la fila. En esta perdemos al menos unos siete minutos hasta llegar primeras, y al llegar lo que tenemos en frente es un perchero gigante, de al menos unos cinco metros de largo, con un montón de trajes y disfraces de distintas temáticas y tamaños.
—Es una fiesta temática —Se alegra Sophie, esquiva un par de codazos de otras personas mientras se dispone a hurgar el colgador.
Saca unas alas verdes llena de brillantina y una varita mágica.
—Esta combina con tu vestido —me lo extiende. Y se interesa por otro después — ¡Mira esto, yo siempre quise probarme una de estas faldas hawaianas!
Termino de ponerme el traje. Las alas, además de venir con una varita, vienen con un vestido verde manzana que a pesar de ser ajustado, es elástico y se estira lo suficiente para colocármelo sobre el mío.
—Me veo ridícula.
—Te ves adorable. Y sexy —advierte —. Eres una hadita sexy. ¡Y no se visitan Las Vegas todos los días así que vamos a disfrutarlo!
Y resulta ser convincente cuando se lo propone. Porque, aunque guste o no, tiene razón. No voy a volver a Las Vegas en un futuro cercano, tampoco voy a volver a ver esta gente.
La fiesta está en pleno apogeo para el momento en que nos deslizamos entre las personas de coloridos y diversos disfraces hacia el interior de la sala. Un Hulk platica animadamente con un duende, calaveras bailan con brujitas, diablas y una que otra monja; veo animadoras sonriéndole a los piratas de la entrada y a un sacerdote que reparte tragos con alcohol a un par de Gladiadores romanos. Mario Bross toma lo que parece ser un shot con caperucita roja y buzz lightyear posa para una selfie con un minion.
Llegar a la barra resulta ser una tarea fogosa. Cuando levanto la vista, no me sorprende que Scoby Doo sea el que sirve los tragos.
—¿Que van a pedir, chicas? —pregunta el gran danés —Los tragos son gratis hasta las tres.
—Un Martini sin hielo para mí —Pide Sophie.
—¿Y para ti, bonita? —se dirige a mí.
—Yo no bebo.
—¿Puedo ofrécete un jugo al menos? Prometo que no tiene alcohol.
Sophie espera a que llegue mi vaso para hacer un brindis conmigo. Se que hace poco tiempo que nos conocemos, pero veo en ella una amiga auténtica. De esas que todos necesitamos en la vida, que anima, que celebra y que te llena de nostalgia también. O al menos es eso lo que me sucede cuando la tengo cerca. Porque en Minnesota yo también tenía a mi grupo de amigos, aunque la amistad con ellos era diferente, eran caóticos, divertidos y nos fugábamos de clase para irnos de escapadilla. Con ellos dejaba a la Zoey cobarde atrás, con ellos dejaba expuesta mi faceta valiente y mi alma de rebelde, aunque al igual que hoy, puede que solo se tratara de una Zoey disfrazada que buscaba encajar.
Me pesa un poco pensar en cómo terminaron las cosas.
Nos acercamos a la pista por iniciativa propia. Decido que por un par de horas más, la Zoey valiente del instituto puede volver a la faz de la tierra. Saltamos al ritmo de la música, disfrutamos de nuestras bebidas y nos tomamos algunas fotos para guardar el recuerdo.
—¿Por qué no bebes, Zoey? —pregunta al cabo de un rato, acercándose a mi oreja por el ruido de la música.
—No controlo mis acciones cuando bebo.
—¿Y quién lo hace? —ríe, extendiéndome su vaso—. No se visitan Las Vegas todos los días, y mira por allá. Ese chico guapo no deja de mirarte.
—¿Y quién te dice que te está mirando a ti?
—Quien sabe —responde—. Pero yo ya tengo a alguien que me mueve el piso, y créeme que ni Batman sin camiseta supera eso —concluye con una sonrisita traviesa.
Entiendo muy bien cuando es necesario leer entre líneas. Hay algo nuevo por aquí. Esta no es la Sophie de siempre, no es la Sophie tímida y nerviosa que recogimos en Pittsburgh.
—¿Ha pasado algo nuevo con Sam? —me intereso.
—¿A qué te refieres?
—Están distintos. Muchísimo.
—Supongo que escucharle decir que se estaba enamorando de mí en el puente con Luke me dejó un poco perturbada. ¡Pero no es momento para charlas serias!
—¿Temes salir herida si el...?
Me quedo incapaz de pronunciar la palabra que sigue. Todo lo relacionado con su decisión pesa en mi garganta todavía.
—A veces, no es culpa de quien enamora, sino de quien se enamora sabiendo las consecuencias. Desde el principio supe de las decisiones de Sam, y también estoy consciente de a lo que me expongo al subirme a esa minivan. Pero ¿sabes qué? Ya no tengo miedo a amar. Odio las historias de amor que quedan a medias porque uno de los dos no se atreve a dar el paso. ¡Más te vale que eso no pase con Nate y Hope!