LUKE
Mi mente está en completo caos, y eso me irrita. De todas las cosas que odio, la impulsividad es la que más me molesta.
Ella me besó, pero luego quiso hablar de ese beso y la ignoré sin decir nada. Después, estuve a punto de besarla yo (¿en serio casi lo hice?), y ella me devolvió la jugada, apartándose de mí. Ahora, ninguno de los dos menciona nada—ni el beso, ni el casi beso. — Y la palabra beso resuena en mi cabeza como una canción repetida en una radio sin pausa.
Maldita sea la decisión que tomé al subirme a esa furgoneta.
La vida debería tener un manual que incluya un capítulo dedicado a enseñarnos cómo dejar de lado lo que nos afecta. Sería mucho más fácil si pudiéramos escapar de esos pensamientos... o, al menos, de aquellos que desencadenan un torbellino de emociones nuevas.
Sin embargo, la realidad es muy distinta. Lamentablemente, parece que está diseñada para complicarnos la existencia.
Así que, aunque no puedo evitar ciertos pensamientos, sí puedo distraerme con otros. No hay nada mejor que un tour de Harley Davidson, disfrutando del espectáculo más grandioso de motos del mundo, y cerrar la noche siendo un falso testigo en una boda entre Batman y Marilyn Monroe.
Regreso a mi cuerpo, como cuando uso el GPS del móvil y pulso el botón que me lleva hasta la flechita del mapa y cambia la perspectiva de la pantalla. Pues, reflexionando, Monroe era rubia, igual que cierta persona, y Batman un engreído malhumorado, muy parecido a otro. Esta es mi nueva perspectiva: tengo la boca seca, el corazón me aporrea las costillas, la cabeza se me distrae fácil volviendo a la gasolinera. La diferencia entre mi manera de verla en Pensilvania a ahora es como la diferencia entre la lluvia y la sequía, y... Mierda, no, no, no, no, no. Zoey no puede estar provocándome todo esto.
Ahora, cuatro horas después, salgo de la ducha y maldigo no haber hecho más planes que me mantuvieran distraído. En la habitación, sin embargo, un teléfono no para de sonar, y no es el mío.
Samuel se ha dejado el suyo antes de salir a recorrer la ciudad por su cuenta.
—¿Hola? —contesto.
—¡Sam!
Es Sophie.
—No. No está.
—¡Luke! —se alegra de mi voz—. ¿Dónde está Sam?
—Salió hace un rato. ¿Qué sucede?
Un escalofrío me recorre. Hace tiempo que salió y no tengo noticias suyas. Pensé que se encontraría con Zoey y Sophie, pero ahora que pregunta por él...
—¿Qué pasa, Sophie? —pregunto.
—No es nada con Sam, no te preocupes. Pero Zoey está pasada de copas y necesito ayuda para llevarla a la habitación.
—¿Dónde están?
—Tomamos un taxi y ya estamos en la puerta del hotel.
—Bajo en dos minutos.
Y así lo hago. Busco mis zapatillas y la tarjeta de la habitación antes de dirigirme al elevador. Cuando llego, la escena que se presenta ante mis ojos es caótica y rara. Sophie, con una falda hula-hula y flores en la cabeza, sostiene a Zoey, que la rodea con los brazos mientras ríe y dice que Peter Pan pronto llegará para darle un beso.
Llamo su atención y ambas levantan la mirada. Para mi sorpresa, Zoey se desprende de los abrazos de Sophie y se lanza sobre mí, casi derribándome de no ser porque Sophie la sostiene.
—¡Peter Pan! ¿Eres tú? —se acerca tanto a mi cara que puedo oler el alcohol en su aliento.
—Fiesta temática —explica Sophie, como si eso aclarara mis dudas—. Y con tragos gratis hasta las tres. Me siento culpable porque me dijo que no iba a beber nada y yo la incité.
—Sophie Morel no te reconozco. Espero que esos tragos hayan sido lo único gratis para ingerir esta noche —murmuro, viendo que Zoey está más perdida que un gato en una tienda de perros—. Ve a buscar algo para la resaca y a Sam. Yo la llevaré a su habitación.
—¿No has sabido nada de él?
—Salió a un show de autos.
Ella asiente; sé que el teatro está a la vuelta de la esquina y que no debería tener problemas para encontrarlo. Con un poco de esfuerzo, despega a Zoey de su cuello y la coloca en mis brazos, como si fuera una muñeca de trapo.
—Te advierto que está totalmente borracha, así que no esperes que diga cosas con sentido —me dice antes de despedirse.
Desde que la conozco, Zoey Williams nunca ha dicho nada que tenga sentido.
Le aseguro que no se preocupe y tomamos caminos separados. Ella se dirige a la puerta de salida, mientras yo me encamino hacia el ascensor, deslizando mi mano por la espalda de Zoey, que huele a una mezcla sospechosa de mojitos y cerveza.
—Pon de tu parte —le exijo al entrar al elevador.
Entramos al elevador y, por suerte, una familia con un niño pequeño nos acompaña.
—¿Quieres un poco de mi polvo de hadas? —pregunta Zoey al niño, con una sonrisa traviesa.
Sus palabras, aunque un tanto enredadas, son lo suficientemente directas como para que la madre nos lance una mirada que podría fulminarnos y dejarnos bajo tierra.
—¿Quién me mandó a bajar por una borracha? —murmuro para mí.
—Eres un Peter Pan muy grosero —me reprende. Me descubro sonriendo y me doy cuenta de que su faceta borracha me parece tierno y divertida. No estoy pillado: estoy enfermo.
—Te dije que nunca me gustaron los personajes buenos. —siseo.
—Pero estás demasiado bueno para ser el pirata —recibo como respuesta una nalgada. Me estoy volviendo tan loco que ni siquiera puedo disfrutar de las tonterías que le salen por la boca.
Afortunadamente, llegamos al tercer piso, salimos, Zoey avanza con los ojos casi cerrados, y nos tambaleamos a cada paso porque no puedo mantenerla quieta. Al llegar a la puerta, hago malabares para sostenerla mientras busco la tarjeta en mis bolsillos. Logro encender la luz y, de algún modo, ella se deja caer sobre la cama, de lado y boca abajo. Una sensación nerviosa crece en mi interior y, antes de que se escape y pueda causar daños irreparables, espeto:
—Esa es mi cama, levántate.
—No quiero.