Dos veces hasta pronto

Tercera vez.

Z O E Y

—Y de mi familia, de mis hermanos y, claro, de Stanley también. —aclara, carraspeando. —Perder no es la palabra, mas bien diría..alejar, no quiero alejarme de nadie...otra vez.

La parte racional me susurra que la borrachera está distorsionando mi oído y que, probablemente, mi cerebro está interpretando lo que quiere escuchar en lugar de lo que en verdad se dice. Intento cambiar de perspectiva y responder con sensatez.

—Evidentemente de toda la gente que te importa —clarifico. Por supuesto que no podría desear quedarse en Pensilvania solo por mí.

—Así es —afirma. Se rasca la nuca con fuerza.

—Exactamente.

El silencio incómodo se sienta como un espectador a observarnos. Dentro de unas cuatro paredes tan pequeñas, y me doy cuenta de que hemos entrado en un callejón sin salida. Un punto cualquiera en la pared me resulta muy interesante, hasta que él habla de nuevo.

—¿Entonces, ya se te pasó la borrachera? Quiero mi cama de regreso.

—Todo un caballero —respondo, levantándome lentamente para desplazarme al otro lado de la cama.

El movimiento me provoca un ligero mareo, pero pronto desaparece al hundir la cabeza en el edredón. El aroma es diferente. Este huele a detergente y limón, en contraste con el otro, que estaba impregnado de un olor más familiar: testosterona, lavanda y pino, el inconfundible aroma de Luke.

Mira qué eres tonta, ¿qué haces olfateando un edredón como una loca?

Debo obligarme a despejar esos pensamientos de mi mente. Así que decido volver a preguntar:

—Oye, seguro que no he hecho nada embarazoso, ¿verdad?

Al escuchar mi voz de nuevo, también lo distraigo de lo que estaba haciendo. Se vuelve desde el placar, debajo del televisor, donde organizaba sus cosas, y me mira con una ceja alzada.

La verdad es que los recuerdos de mi lengua indiscreta me acechan. Sé muy bien que con un par de tragos de más suelo hacer cosas tontas que luego traen consecuencias de las cuales me arrepiento. Tengo experiencia estropeándolo todo cuando un torrente de confusiones y un vaso de vodka se cruzan en frente y hacen colisión.

—Solo intentaste montarme en un ascensor con una familia presente.

Se me abren los ojos de golpe y me levanto apoyándome en el codo para mirarle la cara, espantada. Pero en la suya hay una sonrisa tonta y estúpida.

—Qué imbécil eres —reprocho y vuelvo a hundirme para tumbarse en mi pecho—. Dime la verdad.

—No has hecho nada.

Esa es una noticia muy buena, una que al menos me dejará dormir en la noche. Si es que el hecho de tener que compartir una habitación me deja pegar el ojo. Sin embargo, cuando pienso que se meterá al baño y me dejará sola en la habitación, gira sobre sus talones y retoma la conversación:

—Salvo que sí mencionaste algo que ahora no puedo quitarme de la cabeza.

Oh, no.

—¿Cómo es eso de que te falta escribir un capítulo de sexo? —añade.

Mis mejillas se enrojecen como si hubiera bebido un litro de vodka de un solo trago. Sin embargo, no puedo fingir demencia ni escapar de la conversación, principalmente porque él ha descubierto a la perfección mi faceta de mentirosa.

Levanto la vista y dejo escapar un suspiro pesado.

—Mi historia está trancada porque soy incapaz de escribir uno que resulte bueno.

—¿Y realmente es necesario? —pregunta, levantando una ceja.

—La intensidad de los sentimientos reprimidos entre Nate y Hope necesita un clímax. —explico, intentando proyectar más confianza de la que realmente siento.

—Así que un poco de sexo lo solucionará todo.

Siento que tengo que darle una explicación mucho más detallada. La realidad es que solo me rendería con motivos y explicaciones que tan solo una persona que conoce a los personajes y a la trama a la perfección podría entender. Por supuesto que el sexo no es la solución a todos los problemas, pero cuando los sentimientos reprimidos son la X de la ecuación, claro que una escena donde todos esos sentimientos sean desbordados y ahogados en la boca del otro es la manera perfecta de despejar la fórmula.

—Más o menos —soy incapaz de expresarlo todo. Pero por supuesto mi respuesta no le convence—Estoy escribiendo sobre una química y experiencias que no he tenido nunca y se nota. Tengo momentos de claridad a veces, y es como si el sol por fin se asomase entre la tormenta y me siento una buena escritora. Pero luego llego una parte que debería estar cargada de intensidad y fuego y es como si no supiese armar oraciones y lo borro todo. Me quedo mirando la pantalla y me doy cuenta de que la escena es fatal porque no encuentro una base para empezar a desarrollarla.

Ladea la cabeza y dejar caer la toalla que se cargó al hombro sobre la cama. Me está prestando atención, a los problemas torpes que mi boca floja ha decidió soltar por culpa del alcohol.

—¿Puedo leer el capítulo después? —me distrae de mi ensoñación.

Me saca brevemente del hilo mental en el que mi cabeza estaba sumergida, imaginando cómo ahí mismo se empezaba a desvestir para ir a ducharse.

—¡Ni en tus sueños! —chillo, casi de manera más infantil de lo que esperaba.

—¿Por qué no? —insiste, frunciendo el ceño.

—Es vergonzoso para mí que lo leas.

—¿Te da vergüenza que sepas escribir «pene», «vagina» y «sexo»? —arruga el entrecejo, con una ceja alzada.

Me da vergüenza que descubras que esas palabras son las menos escandalosas en una escena de sexo.

—Que la palabra vagina aparezca cuatro veces es lo de menos.

—Ahora tengo aún más curiosidad —responde. Comprendo que deja para más tarde sus intenciones de ducharse porque va directo a su cama y se sienta, observándome.

Puedo pensar en miles de excusas que me puedan librar sin dar explicaciones, pero pronto las desecho. No quiero ser una víctima de la verborrea producida por la vergüenza.

—Voy a ser una escritora pésima —declaro, soy demasiado exigente con todo, pocas veces estoy conforme —No sé cómo voy a soportar que alguien que me conoce lea lo que escribiré en clase.




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