Z O E Y
La mano me duele a horrores.
Dejo caer el bolígrafo y abro y cierro las manos para aliviar la zona dolorida. Si mis dedos hablaran, dirían: «Por favor, ya basta. Es tu cumpleaños, no te exijas tanto», pero, cuando la inspiración llama a la puerta, no puedes dejarla escapar. Tengo esas mariposas en el estómago que me dicen que el resultado merecerá la pena. —Pese necesite más tiempo para corregir detalles y el desenlace se acerque más a lo que pretendo— el primer capítulo va quedando como quiero y, cuando leo el último párrafo, me quedo contenta. Muy contenta.
—Ya estamos aquí, Zoey. —me distrae Sophie.
Sus manos se posan sobre mis hombros poco después de aparcar la furgoneta. Por la ventanilla izquierda, observo cómo Sam y Luke comienzan a sacar las sillas y la mesa desarmable por la puerta delantera.
—Bajo en un momento para ayudar —le digo, y ordeno las páginas, que guardo en mi mochila. No estoy escondiendo mi escritura de nuevo, pero esta vez quiero que sea una sorpresa.
—No te olvides del traje de baño. —me recuerda.
Me guiña un ojo y me percato de que ya lleva puesto el suyo: una pieza de color lila con aberturas a los costados que combina con unos shorts holgados.
Estamos a un par de horas del 20 de agosto, pero el mediodía de hoy es perfecto para celebrarlo en el lago Tahoe. Ayer por la tarde hicimos todas las compras y trazamos la nueva ruta, y esta mañana, al despertar en una zona de descanso para furgonetas, Sophie nos sorprendió con magdalenas recién horneadas y una decoración adorable en cortinas y ventanas.
Voy al baño para ponerme el traje de baño amarillo, y cuando salgo, me encuentro con Luke hablando por teléfono. Lleva shorts negros de baño y una camiseta blanca. Me muero de ganas porque sea ya la hora de meternos en el lago y poder verlo despojarse de esa camiseta porque creo que estoy desarrollando una obsesión con esa parte de su anatomía desde que compartimos espacio en la piscina y en la habitación de Las Vegas. Sin embargo, cuando escucho que se cierra la puerta del baño y me ve parada ahí, cuelga rápidamente la llamada.
—¿Qué tal? —se hace el desentendido.
—¿Ha llamado tu familia? —adivino.
—Sí, sí, claro.
Espero que haya sonado convincente, pero, por supuesto, no lo consigue. Carraspea, y eso me pone los pelos de punta. Odio que la gente me oculte cosas, y ahora que el asunto entre nosotros es diferente, odio aún más la idea de que él esté haciendo eso. No puedo parecer una loca y cuestionarlo en este momento, así que lo ignoro, paso a su lado y busco mi calzado antes de bajar de la furgoneta.
—Al final, el amarillo te sienta bien —dice a mis espaldas.
—¿Has visto mis zapatillas?
Qué responda ligeramente cortante le hacen saltar las alarmas sin mucho esfuerzo.
—Deberían estar en el compartimiento.
Acorta la distancia para ayudarme. Cuando lo hace, y los dos estamos inclinados revolviendo zapatos, su mano se posa suavemente en mi espalda. Soy demasiado consciente de su mano acariciando mi cervical. Hemos dormido en la misma cama y sin embargo no me ha afectado tanto como esto. No es normal, no puedo ponerme colorada por culpa suya. ¡No cuando se supone estás siendo cortante!
—Mira, ahí están. —señala mi calzado deportivo.
Gira medio cuerpo después de tomarlas hasta que estamos cara a cara de nuevo y yo pierdo la compostura cuando sus ojos se posan en mi boca, sin disimulo.
—Gracias.
—No creas que he olvidado tu regalo. —repara después.
—¿A eso se debía la llamada?
—Quería ocultártelo, pero me sabe fatal. —admite, y una bocanada de aire llena de alivio se desprende de mi garganta.
Tengo la necesidad de controlar el ataque al corazón que está a punto de darme. De verdad, estar cerca de él me está afectando de una forma muy extraña. Jamás he sido una persona celosa, pero solo imaginar que se estaba mensajeando con otra persona en secreto, una en particular...Amor propio, ¿a cuánto estás de darme una colleja?
—Estoy segura que lo hubiera terminado descubriendo. —advierto y recupera la sonrisa —Se me dan bien los misterios a resolver.
—¿De veras?
Asiento, ignorando que estoy a punto de sufrir un ataque de nervios porque su ceja se alza y ahora sonríe de lado, cosa que me resulta muy sexy.
—Pues te vas a quedar con las ganas, porque este no lo vas a adivinar. —afirma.
—¿No me vas a dar ni siquiera una pista?
La respuesta es instantánea, como si no necesitara pensárselo dos veces.
—¿Y qué puedo obtener a cambio?
Estoy con el cuerpo caliente como una olla a presión. Jamás creí que eso me pasaría a mí, precisamente con el archienemigo de la infancia que ahora mismo, si no tuviéramos todas las cortinas de la furgo, me aventaría a besarlo y lo encerraría en el baño. Pero me contengo con todas mis fuerzas porque apenas estamos comenzando esta nueva faceta, no quiero estropear las cosas ahora que hemos dejado los problemas atrás, un paso en falso y todo se iría por la borda. No puedo dejar que eso pase otra vez.
—Una ventaja.
—¿Una ventaja?
—Para una carrera hacia el lago. —no espero una reacción —Tres...dos...
Y, sin más, salgo disparada de un salto, mientras él se queda recalculando.
Soy un peligro si me quedo un segundo más arriba de esa camioneta y eso él aún no tiene que saberlo. Un instante de duda me asalta: tal vez no ha entendido mis palabras y piensa que estoy actuando como una loca. Pero, para mi alivio, detrás de mí escucho sus pisadas resonar en el suelo de tierra, apenas a tres pasos de distancia.
Delante de nosotros una enorme masa azul atisba la vista, un lago gigantesco rodeado por árboles, pinos y montañas verdes, las cuales algunas están cubiertas por el blanco de la nieve.
Estiro mis piernas todo lo que puedo hasta llegar a la madera del muelle, resulta mucho más lago de lo que esperaba, y cuando me percato, ya tengo a Luke pisándome los talones. La adrenalina corre por mis venas porque es una final a vida o muerte, vencer o perder. Y ninguno de los dos sabe perder. Como en los viejos tiempos.