Dos veces hasta pronto

Merchandasing

L U K E

—No siento el corazón seguro es taquicardia —escucho a Zoey hiperventilar tamborileando sobre el volante del coche.

Quisiera poner los ojos en blanco otra vez, pero he hecho eso tantas veces desde que salimos de Tahoe que ya empiezo a preocuparme por quedarme con los ojos en esa posición de por vida.

Empiezo a pensar que un peluche de ardilla habría sido un regalo mucho mejor.

—En el más allá no vas a tener la oportunidad de ver a tu cantante —le respondo.

Ella se queda en silencio por unos momentos; no aparta la vista de la carretera ni un instante, pero finalmente asiente.

—Eso es cierto. Y después de haber escrito todas esas escenas en mi historia, dudo que no termine en el infierno.

—A las almas en pena les encantará leer el capítulo de la piscina; me pregunto si les interesará saber qué tipo de inspiración tuviste para escribirlo.

—¡Me dijiste que no ibas a leerlo! —chilla tan fuerte que mis tímpanos se quejan un poco.

—Yo jamás prometí eso. —aclaro, desde el asiento del copiloto puedo ver completamente como la cara se le pone roja mientras conduce —Me llamó mucho la atención que la protagonista tuviera una cita que terminó fatal y que, casualmente, se encontrara con el otro protagonista semidesnudo en la piscina, disfrutando del calor del sauna, lo que lo hacía ver «aún más sexy».

Recalco esas últimas palabras, porque es precisamente un adjetivo que se recalca mucho en la descripción del susodicho.

—Oh, dios. —traga saliva con tanta fuerza que puedo oírlo.

Si soy sincero, terminé la copia que dejó sobre mis narices ayer por la tarde casi de un tirón. Aún me faltan el final y el epílogo, y sé que habrá una segunda parte por lo último que he leído.

—Además, me da mucha curiosidad saber que antes del final hacen un viaje en furgoneta. —añado.

Si hasta ese momento su cara era rojo tomate, ahora es de un rojo tan vivo como la lava de un volcán en erupción.

—Le prohibiré a Sophie ir contando por ahí todos los spoilers. —refunfuña.

Se me escapa una risa y Zoey gruñe de una manera tan ruidosa que siento como si hubiéramos pasado por un portal y cambiado de cuerpo. Ahora soy yo el grano en el trasero de la camioneta y ella es el ogro malhumorado que solo habla con gruñidos.

Es un escenario bastante fortuito para los dos.

—No, en serio, ha sido alucinante. Quiero leer más. —me sincero.

—Mala suerte, se acabó la inspiración. —me corta el royo.

Muerdo la piel interna de mis labios con eso último.

—Y menuda inspiración.

Pega un volantazo y me da un tortazo en el hombro.

—Eh, las manos en el volante —reprocho.

—Cuando bajemos, te voy a matar. —Vuelve a poner una de sus manos sobre el volante y la otra sobre la caja de cambios. Intuitivamente, cubro esta última, casi sin darme tiempo a pensarlo.

El contacto físico no nos pilla por sorpresa esta vez. La posibilidad de acercarnos sin que ninguno de los dos sienta esa descarga de sorpresa es algo nuevo para los dos. Me estoy acostumbrando a que sus manos se deslicen por mis hombros, mi nuca y mis brazos cuando nadie ve. Sé que ella también lo siente cuando mis manos tocan su espalda, su cintura o su cabello, y no hay ojos curiosos alrededor.

¿Quién lo habría dicho? Y pensar que hace menos de una década, la única fricción entre nosotros era empujarnos o hacernos zancadillas para ver quien conseguía los peores raspones.

—¡Oh, miren, miren! ¡Hemos llegado! —La voz de Sophie desde la parte trasera hace que mi mano deje de rozar la de Zoey. Hasta ahora, ella y Sam habían estado muy ocupados besándose en el sofá cama disfrutándolo mucho más que los paisajes.

Por la ventana, la vista nos da la bienvenida. El mar azul, la arena, las gaviotas, la noria gigante cerca del muelle... Santa Mónica es una de las ciudades más turísticas del distrito y eso se nota por la cantidad de gente que vemos pasear por las playas y las avenidas.

—El mar se ve precioso con ese azul. — anuncia la enferma, mientras Zoey va intercalando autos para encontrar sitio.

—Tenemos tiempo de un recorrido antes de ir al muelle —les advierto a todos —El concierto empieza a las seis.

—Es demasiado mágico para ser realidad. —Zoey deja escapar un suspiro largo y ansioso cuando estaciona en paralelo— No me lo merezco.

—Te recuerdo que aún me debes mi regalo de cumpleaños—le recuerdo, antes de que empiece a pensar que todo esto es demasiado para ella —Me apetecen unas donas con extra glaseado y visitar una tiende de camisetas.

Estamos aparcados en una zona de estacionamiento para furgonetas, justo enfrente de una cafetería playera. Desde aquí, las olas se ven de un azul celeste y son más movidas de lo que había visto antes. Hemos pasado del frío desolador de Aspen al calor abrasador de Santa Mónica, así que, antes de ir a desayunar, todos nos cambiamos de ropa. Sam y yo somos los primeros en estar listos, algo que ni siquiera nos sorprende. Quince minutos después, Sophie sale de la furgoneta y, cuando han pasado treinta minutos desde que aparcamos, aparece Zoey.

Ahora que la miro, que la miro detenidamente, me doy cuenta de que se me cae la baba como un tonto. Supongo que todo el odio que sentía en Pensilvania no me permitió darme cuenta de lo guapa que ha estado durante todo el viaje. Sin embargo, hoy hay algo distinto en ella, un aura que no le había notado hasta ahora. No sé si es la camiseta corta que le deja entrever el ombligo, los shorts ajustados o el pelo atado en una coleta alta, pero hoy desprende un atractivo especial. Normalmente suele ser bastante sutil, pero hoy su apariencia me resulta tan hipnótica que me doy cuenta de que fallo estrepitosamente al disimular.

Qué jodido estás.

Espera a que Sophie y Sam se adelanten en el camino hacia el desayuno para decirme que se ha dado cuenta de mi fatal disimulación:




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.