Dos veces hasta pronto

Con el corazón

Z O E Y

No lo ha hecho por ti.

¿Desde hace cuánto lo planeaba? ¿Desde cuándo tenía intenciones de venir hasta Santa Mónica y usar el concierto como excusa para guiarnos hasta ella?

Me he quedado como una tonta, creyendo que el último tramo fue inesperadamente diseñado solo por mí. Igual me lo imaginé todo. Igual yo soy la única que se siente como si acabaran de arrancarle las entrañas. Tenía su propia intención escondida muy en el fondo, deseaba verla a ella y reencontrarse de nuevo para perdonarla y hacer las cosas distintas esta vez. Allí estaba: el interés propio en su máxima expresión.

Un nudo se forma en mi garganta, y me resisto a dejar que salga, no quiero montar un espectáculo. Me escabullo entre la multitud que baja las escaleras, dirigiéndose a los puestos de comida, tratando de escapar de la mirada triunfante con la que ella me ha observado. Recordarlo me da náuseas. ¿Han hablado en las últimas semanas? ¿Intercambiaron números? Mientras mis mariposas en el estómago comenzaban a aletear con fuerza por su cercanía, ¿las suyas revoloteaban al ver que tenía un nuevo mensaje de ella? No solo siento náuseas, siento que voy a vomitar.

Dejo que mis pies se deslicen sin rumbo, alejándome del caos. Mi primera opción es buscar a Sam y Sophie, pero sé que eso es justo lo que él espera que haga, y no quiero que aparezca con Cassie siguiéndolo. Las llaves de la furgoneta tintinean en mi bolsillo; no tengo muchas opciones, ese es mi plan B.

Qué ilusa eres, pensar que Santa Mónica era solo por ti...

Eso de querer a alguien un día y odiarlo al siguiente es una sensación que encoge el estómago y que no quiero que se vuelva a repetir. Cuando llego a la furgoneta, el tanque de gasolina está un cuarto por encima de la mitad, es suficiente para un viaje al Gran Cañón y regresar, pero eso no impide que introduzca la llave e intente poner el motor en marcha en busca de la gasolinera más alejada de Santa Mónica.

Sin embargo, cuando espero escuchar el rugido del motor, el silencio inminente dentro de las paredes metálicas es mi única compañía.

No arranca.

Intento una segunda vez.

¡Maldita sea!

¿Hasta aquí has llegado, Duquesa? ¿Justo ahora?

Mi teléfono marca que han pasado siete minutos mientras sigo intentando, sin éxito, arrancar la furgoneta. Tengo dos llamadas perdidas y cinco mensajes de Luke. La respiración se me acelera; no deseo hablar con él ahora mismo. Suena una llamada más y la tiro a un lado. Luego otra, y otra más, pero dejo que salte el buzón de voz.

Y justo cuando creo que no puede empeorar, Duquesa decide no encender en absoluto. Empiezo a pensar que sería mejor recoger mis cosas y perderme por ahí, para alejarme de todo. Pero en ese instante, la puerta de la furgoneta se abre y todos mis planes se desvanecen en un instante.

—Sabía que estarías aquí —dice, poniendo un pie dentro del coche.

Luke está casi sin aire, como si hubiera corrido una carrera, y eso me aprieta el estómago, pero intento no mostrarlo. No es momento de debilidades.

—¿El ratón ya te ha dejado de comer la lengua? —escupo con dureza.

Me levanto del asiento del conductor, con las manos apretadas en puños, y paso a su lado en busca de mi cartera.

—Lamento no haber podido aclarar esto antes, pero mi cerebro hizo cortocircuito al ver a Cassie allí parada. Le expliqué todo. No estoy aquí por ella, Zoey. Si hemos llegado a Santa Mónica, es por ti; siempre todo ha sido por ti.

Mi mirada se tropieza con la suya cuando me doy la vuelta.

—Es difícil hacerlo cuando le prometiste a tu exnovia que te encontrarías con ella en la ciudad siguiente, y, casualmente, allí nos dirigimos por iniciativa tuya.

—No puedes culparme por el hecho de que el concierto se celebre aquí.

—¡Porque lo has usado solo de excusa! —exclamo, casi gritando—. ¿Qué fue eso de que contactos te ayudaron a conseguir las entradas? Sabías que ibas a encontrarte con Cassie, pero mientras tanto, por si las cosas no terminaban bien, decidiste probar suerte conmigo.

—¿Por qué siempre tienes que pensar lo peor de mí? —me reclama—. La verdad es que conseguí las entradas gracias a un chico que conocí en St. Louis, a quien ayudé cuando estuvo a punto de ser atropellado. Dijo que tenía contactos, y aunque suena raro, es lo que pasó. Se ofreció a conseguir las entradas cuando le dije que quería comprarlas, y las consiguió. Tengo sus mensajes; puedo enseñártelos si eso te ayuda a creerme.

—No quiero esos mensajes.

De repente, siento un peso terrible en el pecho, como si alguien hubiera puesto un ancla sobre mí y mi garganta se estuviera cerrando.

—Es más fácil seguir creyendo que te miento, que sigo siendo el imbécil y el malo que has pensado que soy desde que nos cruzamos. —Se le mueve la nuez y atisbo un matiz de dolor en su expresión que nunca antes no había visto.

—No me hagas ver como la mala cuando el que tenía planes secretos con su ex eras tú.

Mi propia voz me resulta odiosa, pero estoy enfadada. Enfadada y celosa; puede que también me sienta traicionada por no habérmelo dicho antes. Odio la sensación de ser un plan B que, afortunadamente, salió bien, pero que ahora, al ver que el plan A también ha dado frutos, puede ser desechado como un pañuelo viejo.

Pero a este punto, solo me mira con cautela, como si hubiera perdido la cabeza.

—¿Y qué parte no has entendido? —cuestiona tratando de destensar la mandíbula. — No existía ningún plan. Porque, incluso en St. Louis, con tu forma irritante de ser, tus insistencias, tu voz odiosa y tu necedad por visitar esa ciudad que menos quería, eras tú la que no salía de mi cabeza. Y ni siquiera volver a ver a Cassie cambió eso.

Me preparo para una discusión y algo sorprendente sucede: siento que los trocitos de mi corazón, tan frágiles, se van recomponiendo, uno a uno, con sus palabras. Tiene una mirada sincera y puede que el hecho de que se muestre tan desesperado por hacer que le crea, lo hace aún más veraz.




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