Dos veces hasta pronto

Negacionistas

L U K E

La frase más popular que conozco es esa que dice que todo sucede por un motivo. Cuando se la dices a alguien que está atravesando una situación difícil, suele sentirse un poco más tranquilo. Todo se deja en manos del destino; no hay nada que hacer, porque si el destino ya está escrito, las cosas sucederán exactamente como deben. Sin embargo, los negacionistas piensan lo contrario: creen que las cosas ocurren sin razón alguna y que, si aceptas los golpes de la vida sin actuar, eres responsable de tu propia desgracia. Para ellos, no existe un destino inamovible ni cartas ya jugadas; lo que sucede puede trascender cualquier intento de entenderlo o de cambiarlo.

Yo soy uno de esos negacionistas, un firme creyente en que podemos desafiar al destino y joderle sus planes. Sam, por su parte, prefiere confiar en que el universo decidirá por él. Esa disyuntiva, que lleva años intercediendo en nuestra amistad. Yo creo que, si realmente te esfuerzas y luchas por lo que quieres, puedes cambiar las circunstancias. Pero hoy, esa idea se siente vacía. Si existiera alguna forma mística de intercambiar cuerpos lo haría sin dudarlo, lo haría si de esa forma, Sam no estuviera siendo trasladado en una camilla a un quirófano donde el dueño del bisturí es el universo.

Por otra parte, Filmore decide abandonar este mundo en el peor momento de todos. Intento arrancar el motor un centenar de veces, pero no hay solución. Entonces, debemos recurrir a una alternativa que me pone los pelos de punta: Sophie toma su teléfono y llama a Cassie Payne. Nos explica que, durante el concierto, mientras ella y Sam nos buscaban, se encontraron con ella y que fue en esos instantes precisos cuando Sam empezó a sentirse débil. Cassie y Sophie lo llevaron hasta la carpa de salud más cercana, intentaron localizarnos, pero jamás respondimos a sus llamadas; de ahí provienen los mensajes de un número desconocido que llegaron al teléfono de Zoey. Cuando Samuel dejó de reaccionar, no les quedó más remedio que llamar a una ambulancia y dejar que se lo llevaran.

No puedo evitar sentirme un imbécil por no haber estado allí cuando eso sucedió.

Ahora, voy en el asiento trasero de un coche junto a Zoey, mientras Sophie le da instrucciones a Cassie para llegar al hospital. Siento dos nudos: uno en el pecho y otro en la boca del estómago. Ni el fuerte agarre de Zoey en mi mano cuando bajamos del coche logra deshacer esa tensión.

El eco de nuestras pisadas resuena en el extenso pasillo blanco. El hospital de Santa Mónica nos recibe con un fuerte olor a desinfectante. Con la mano de Zoey todavía entrelazada con la mía, enderezo los hombros y nos dirigimos a la UCI. Como la que mejor conoce la situación, Sophie va al frente y no espera a que alguien se le adelante para arrinconar a la recepcionista en busca de respuestas.

—Han traído a mi novio —le dice, después de presentarse.

La mujer, no muy mayor, asiente y comienza a buscar algo en su portátil.

—¿Alguien es familiar directo?

Nos mira a todos, soy yo quien responde:

—Ya hemos llamado a su madre, pero por ahora solo nos tiene a nosotros.

Ella mira la pantalla y hace clic con el ratón.

—Fue ingresado hace veinte minutos en una de las salas de cuidados intensivos. Llegó con insuficiencia cardíaca y tanque de oxígeno. Ahora lo está tratando el equipo médico. Hasta que un familiar directo llegue, nadie puede ingresar. Aún están aguardando el historial clínico.

Me arde la garganta mientras avanzamos hacia la sala de espera, porque no queda otra opción que esperar. Odio no poder controlar cómo reacciona mi cuerpo, pero, sobre todo, odio no haber previsto que un lugar lleno de gente, casi al borde de lo asfixiante, era una idea terrible para alguien enfermo. Me siento culpable, demasiado, y sé que, a mi lado, al ver el estado de nervios de Sophie, Zoey siente exactamente lo mismo. Eso solo lo empeora.

—He llamado a su madre en cuanto lo subieron a la camilla. Me dijo que vendría en el primer vuelo, pero ya no me contesta —solloza Sophie, cuando llegó por nosotros a la furgoneta. Aún tenía la cabeza fría, pero en cuanto Cassie nos dejó frente al hospital y se marchó, la cachetada de la realidad le golpeó con fuerza.

—Eso significa que probablemente lo haya conseguido —intento tranquilizarme de una manera poco efectiva—, pero son al menos unas seis horas. No va a llegar hasta la mañana.

—¿Qué fue lo que sucedió? ¿Por qué empezó a sentirse mal de repente? —le pregunta Zoey.

De los tres, es la única que no ha ocupado una de las sillas metálicas todavía. Camina de un lado a otro, aunque el espacio sea reducido. Sophie alza la vista, se limpia los ojos llorosos y sigue lamentándose:

—Todavía no lo entiendo; esta mañana estaba saludable.

—Debió de haber dejado de lado sus medicamentos. Dijo que lo haría.

—No lo ha hecho —dice Sophie, abriendo la boca ligeramente—. Estoy bastante segura de que ha respetado cada una de sus medicinas.

En ese momento, mi torpe intento por no hacerla sentir culpable fracasa, y mi comentario sale de manera brusca y agresiva, incapaz de neutralizar la tensión:

—¿Y entonces, por qué estamos en un hospital? Bastante segura no es lo mismo que tener la certeza de que lo estaba haciendo. Eres enfermera, ¿no se supone que es tu obligación tener esa garantía?

Su mirada va de Zoey a mí, y el rojo de sus ojos se intensifica aún más. Empieza a llorar. Soy un idiota, carajo.

—Mierda, lo siento. No tienes la culpa —me disculpo de inmediato.

No sirve de nada repartir la responsabilidad entre los tres y recriminarnos. Sophie es la persona más dulce y comprometida con todas sus acciones que conozco; sé que en ningún momento descuidó a Sam. Probablemente, si no hubiera estado a su lado la mayor parte del tiempo, él podría haberse descompensado estando solo en el concierto, y eso habría sido mucho peor.

—No, tienes razón. era mi responsabilidad y me dejé nublar por los sentimientos encontrados. Lo siento mucho, Luke.




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