Dos veces hasta pronto

De acá a la China

L U K E

Llevamos bastante tiempo esperando, suficiente para que mi mente comience a sobrepasar todos sus límites. A mi lado, la hiperventilación de Sophie se contagia como si fuera una gripe; se muerde las uñas, repiquetea los dedos, camina de un lado a otro, y Zoey aprieta mi mano en ocasiones. La tensión en el aire es palpable cuando un médico se acerca y entrega un informe a Evelyn. Es nuestra única esperanza para poder entrar a la habitación donde han trasladado a Sam fuera de la UCI.

No tengo claro qué tan buenas serán las noticias, ni qué nos encontraremos al otro lado de esa puerta. Lo que sí sé es que mi amigo está allí dentro y necesito asegurarme, como en todas las otras ocasiones, de que está bien. Soy el último en la fila del pasillo. Evelyn avanza rápidamente, con pasos urgentes de madre; Sophie se queda atrás, con el corazón en la garganta. Por último, casi arrastrando mi mano, seguimos Zoey y yo. La noticia asombrosa que me dio hace apenas unas horas todavía resuena en mi cabeza, pero mi mente no me deja permitir que toda esa felicidad aflore. La guardaré para cuando todo vuelva a ser como antes de Santa Mónica.

Me detengo en seco justo frente a la puerta 303. Los ojos de Zoey cruzan una mirada nerviosa conmigo por un instante; aprieta mi mano con fuerza y entramos juntos. No sé exactamente qué imagen nos encontraremos al otro lado, pero sí sé que, sea lo que sea...

—Madre mía, llevan una cara de haberse acostado de acá a la China.

Sam O'conel, alias mi mejor amigo, está recostado en la cama, con una onda intravenosa en la nariz y una sonrisa de oreja a oreja.

—Me caías mejor cuando estabas enchufado —reclamo.

Le arranco una carcajada ronca. Como lo primero que sale de mi boca no es negar su sospecha, el simple hecho hace que su sonrisa se ensanche aún más.

—¿Eso es todo lo que le vas a decir a la persona que por segunda vez se ha librado de la muerte?

—Qué susto nos has dado —Sophie se acerca a abrazarle y le da un beso en los labios.

A nadie le sorprende el gesto, ni siquiera a su madre. Bueno, al único que quizás le sorprende es a Samuel, cuyo semblante cambia por completo al ver a su novia sollozando.

—Todo está bien, de verdad. Si no fuera por ti, que actuaste rápido, no sé qué habría sido de mí.

—El miedo que pasamos fue de infarto. Estaba muy preocupada, todos lo estábamos —no lo suelta ni un segundo, como si de esa forma comprobara que lo que tiene delante de los ojos es una realidad—. Pensé que te perdía.

—Tus hermanas deben estar buscando mis tarjetas de crédito para comprarse un boleto. Estaban muy angustiadas —se acerca su madre y lo abraza—. Sabes lo mucho que te amo, ¿verdad? Casi muero en ese avión. No debí dejarte ir tan lejos en tu estado.

—Mamá —la regaña—. Por supuesto que sé lo mucho que me amas y lo preocupada que estabas, pero no te arrepientes de haberme dejado tomar la mejor decisión que haya dictaminado hasta ahora. Yo no me arrepiento de nada; todo lo que vi y viví fue maravilloso.

—¡Menudo susto, pequeño bastardo! —le golpea el brazo.

—¡Mamá!

—¿Qué ha dicho el médico sobre tu estado? —pregunta Zoey, que es la última en encontrar un diminuto espacio para ir a abrazarlo. —¿Cuánto tiempo pasarás internado?

—Tú eres de las que dice que las cosas pasan por algo, ¿verdad?

—¿A qué viene eso? —arruga la nariz.

Ante la ceja alzada y la confusión de su amiga, los ojos de Sam pasan a su madre y la mira impactado:

—Mamá, ¿les has traído todo el trayecto hasta el hospital así de desactualizados?

Todas las miradas van a su madre.

—¡Es que sabía que la noticia se la desearías dar tú! —exclama Evelyn.

Sophie se aparta de Sam para mirarlo a la cara.

—¿Qué está pasando?

—Hay un donante en Pensilvania. —le explica su novio, en realidad a los tres— Van a teletransportar las células madre en esta mañana, pero harán lo mismo conmigo. El examen de tipificación dio casi exacto, así que eso significa que la compatibilidad inmunitaria es fuerte y el riesgo de rechazo muy bajo. Me voy a operar en unas horas.

—Sam...—Me quedo cortado mientras las palabras se me atascan en la garganta.

—Soy un maldito suertudo, ¿no creen?

—¡Oh, Dios! —chilla Sophie.

—¡Es maravilloso, Sam! —Zoey salta de su lado.

Más chillidos, más grititos, más respiración profunda.

—Incluso nos prepararán un helicóptero para llegar al hospital de Pittsburgh en solo un par de horas. Mi madre viajará conmigo, pero hay lugar para uno más. —admite con entusiasmo—. Y yo los quiero mucho a ustedes dos, pero creo que me apetece la cita romántica en las alturas con mi novia.

—¿Cuándo he aceptado yo esa barbaridad de subirme a mil pies de altura? —inquiere la nombrada.

—Pero no has negado todo lo otro.

la cara de Sophie se pone roja, tan roja que parece un tomate.

—Y dudo que a ustedes dos les moleste pasar un rato juntos a la espera de un avión. — Con un gesto de la cabeza, Sam señala el espacio que nos separa a Zoey y a mi —Tengo cáncer, pero no ceguera; vi claramente cómo estaban entrelazadas sus manos.

Otra vez se dispara mi pulso y late con rapidez debajo de mi piel.

—¿Estás seguro? —pregunta Zoey, tratando de disimular— El tanque de oxígeno te afecta un poco, muy probablemente hayas visto mal.

—Oh, no. Has visto muy bien. —defiende la enfermera del grupo a su novio —No tendrías dudas si hubieras visto lo mismo que yo cuando subí a la furgoneta para buscarlos.

—¡Sophie! —grita la rubia, sorprendida.

—¿De qué estás hablando? —inquiere Sam.

Su cara es pura confusión.

—Hay mucho que debes saber.

**

La hora de visitas termina a media mañana, así que intentamos aprovechar el tiempo al máximo. Sin embargo, desearía que este apuro no incluyera la curiosidad expectante de Sam sobre mi vida sexual ni la intriga absoluta y fascinante de Sophie por descubrir qué demonios ha pasado entre Zoey y yo, y cómo es posible que hayamos tenido el atrevimiento de ocultarlo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.