L U K E
Cuando abro la puerta, lo único que consigo escuchar son el eco de mis pasos y la respiración acelerada que se me escapa. Avanzo lentamente hacia la sala de estar, todo parece estar en silencio, en mute, mi casa jamás ha sido silenciosa y lo confirmo cuando los ojos llorosos de mi madre son lo primero que veo al cruzar el recibidor. Su rostro parece haber perdido toda clase de vida y en cuanto me ve ahí parado, los ojos se le desbordan de lágrimas.
—Oh, cariño... —susurra, con la voz quebrada.
Se levanta para rodearme con sus brazos, a mí solo se me forma un nudo en la garganta y soy incapaz de emitir palabra. Cuando me abraza, siento su corazón latir con tanta fuerza desbocada que me da la sensación que saldrá.
La realidad se vuelve insoportable: no puede ser verdad. Samuel no puede estar muerto, la operación salió bien. Tuvo que haber salido bien. Todas las pruebas—los análisis, los hemogramas, los grupos de Rh y las evaluaciones computarizadas—dieron a entender lo mismo: resultados positivos. Le aseguraron que saldría sano de allí, lo vieron ingresar vestido de una promesa que no pudieron cumplir, con una sonrisa en la cara llena de expectativas, ¿Lo habrán escuchado hablar de todos sus planes mientras le colocaban la anestesia? ¿Le habrán oído hablar de todo lo que hizo el último mes mientras el fármaco se le esparcía por las venas?
— ¿Qué..que fue lo que pasó? —Mi ruego casi silencioso se dispersa en el viciado aire que nos rodea.
El corazón me choca contra las costillas cuando veo su labio inferior empieza a temblar.
—La operación falló a las pocas horas de que lo ingresaron— Cierra los ojos en un intento de controlarse —. Lo intentaron reanimar durante diecinueve minutos, pero su corazón no soportó.
De repente, siento que no puedo mantenerme en pie. Son cuatro palabras. Cuatro palabras que cambian todo: su corazón no soportó. La visión se me nubla, las lágrimas inundan mis ojos y un dolor profundo recorre cada parte de mi ser, como si alguien me hubiera arrancado la medula espinal de un solo tirón.
¿Esto? Es la sensación más dolorosa del mundo.
Mis oídos se llenan de ruido blanco mientras mi madre se lamenta en voz alta. Solo hay predicciones malas que se pasan por mi cabeza: nunca volveré a verlo reír por una broma tonta, ni a escucharlo quejarse por lo mal que juegan los Philadelphia Phillies. Tampoco voy a reprocharle lo mal que lee los mapas, ni a oírlo decir que soy demasiado terco, un pesimista y que escondo mi mejor lado porque apenas permito que la gente entre en mi vida. Pero que él sabe quién soy debajo de tantas capas, que algún día aprenderé a salir de esa cueva, y que mi vida cambiará para siempre.
Y ahora, en eso ultimo tiene razón.
Porque ahora mi vida, ya no será la misma que era.
Escucho la voz de mi padre de forma distorsionada, ha salido de la cocina cos dos vasos de agua y se esfuerza para que mi madre deje de llorar. Me dice algo al oído, palabras de consuelo, pero no oigo nada, no veo nada, no siento nada excepto este dolor asfixiante que me estruja los pulmones al pensar que todo ha terminado, que ahora sí, que Sam se ha ido, que ya no queda nada.
Es solo cuando una frase infructuosa sale de su boca que mis oídos se disparan:
— Hace apenas unas horas, Evelyn nos llamó, y ni siquiera pudo hablar. Está destrozada.
—¡Por supuesto, papá! ¡Si su hijo acaba de morir! —exclamo, con rabia.
La mirada de mi padre se llena de perplejidad y culpa, como si no pudiera aceptar lo que acaba de escuchar. Sus labios se mueven, pero de ellos esta vez no sale nada. Mi madre, por su parte, ha calmado su llanto, estruja el vaso contra su pecho y aprieta mi hombro sin fuerza.
—Tu hermano tomó un vuelo directo desde Nueva York. Quiere estar contigo. Pensamos que te haría bien estar acompañado antes del funeral.
—Yo no quiero ver a nadie. —me rehúso a hacer de mi dolor un espectáculo—¡Mi mejor amigo acaba de morir! ¿No entienden lo que eso significa? ¿Cómo es posible que ya estén hablando de funerales? Ni siquiera... ni siquiera ha salido del hospital...
Llamar a Sam «mejor amigo» parece poco, considerando todo lo que ha llegado a significar para mí. Ha sido un punto de inflexión, una intersección en medio de una larga carretera que recorre kilómetros de asfalto. El tipo de amistad que puede dividir tu existencia en dos. Y ahora estamos hablando de funerales, de visitas que vendrán a dar el pésame, de consejos para estar bien. ¡Apenas ha muerto hace nada!
—Luke —la voz de mi padre hace eco en mis oídos, mientras todo a mi alrededor se comprime en un estrecho vacío. —. La operación de Samuel empezó hace cinco horas. Fue el primero en ingresar, y dieron la noticia de su muerte hace casi cuatro.
Un escalofrío recorre mi cuerpo, la realidad me aplasta y me deja sin aliento.
—¿Cuatro?
Me dejo caer en el sofá, las piernas se me rinden, apoyo las manos en las rodillas y trato de tomar aire, pero es imposible. El labio inferior me tiembla, y la angustia se vuelve una bola gigantesca en mi pecho, crece y crece está a punto de reventar.
—Intentamos localizarte, pero no queríamos ir a la casa de Zoey y arruinarte los planes —añade, con tono suave. —Puede que también hayamos demorado tanto porque no encontrábamos las palabras adecuadas. Samuel era parte de esta familia, lo que pasó parece casi imposible de creer. No sabemos cómo sobrellevarlo, pero estamos contigo, aquí. No estás solo.
Mi padre se inclina sobre sus rodillas hasta que su cabeza queda a mi altura. Tiene los ojos apagados, pero brillan como si estuviese reteniendo las lágrimas. De pronto parece más cansado, más viejo, más débil. Puedo notar lo destrozado que está. Era quien nos llevaba a Sam y a mí a todos lados, lo conoce desde que éramos niños y pasó más de la mitad de los veranos en esta en casa. Es como otro hijo. Lo fue, y ahora lo ha perdido. Todos lo hemos perdido. Las lágrimas arden tanto que las figuras de mis padres se vuelven borrosas ante mis ojos. No hay nada que puedan hacer por mí.