Dos veces hasta pronto

E P Í L O G O

—Es muy distinto a lo que esperaba, pero así es todavía más hermoso.

Zoey tiene toda la razón. Me aprieta la mano y gira hacia mí con una sonrisa. Lleva puesta una chaqueta polar con capucha y unos lentes de protección contra la nieve.

Me he preguntado muchas veces cómo me sentiría cuando llegase este día y en ninguna de esas, las vistas me impresionaban tanto. Frente a nuestros ojos, las vistas desde el mirador dan a los cinco lagos principales: Kawaguchi, Yamanakako, Saiko, Motosu y Shojis. Desde la campana, contemplamos la silueta del Monte Fuji, con su cima cubierta de nieve y sus pendientes perfectamente simétricas. Y a lo lejos, se utilizamos lo binoculares alquilados, se distinguen las luces de Fujiyoshida, la ciudad donde nos estamos hospedando, y la región del Valle del Fuji, creando un paisaje de una belleza cautivadora.

La ventisca me provoca escalofríos al colarse entre mi cuello y mi cabello, que ahora me llega hasta los hombros. Para protegerme, llevo la mano hasta esa zona y la cubro, pero al hacerlo, parte de la manga de mi chaqueta deja al descubierto mi brazo. Los ojos de Zoey se fijan directamente en el tatuaje que aún está cubierto por una capa protectora transparente.

—Es envidiable que tu japonés haya sido lo suficientemente claro como para que el tatuador entendiera las instrucciones.

—Y eso que solo llevé las clases el semestre pasado.

—Aun no puedo creer que estés estudiando en Leigh. —replica, pero tiene una mueca similar a una sonrisa pegada a la cara —Estoy saliendo con un cerebrito.

Hace un año, no tenía claro qué quería hacer con mi vida. Había varias opciones a mi alcance, pero ninguna parecía la correcta, porque todas implicaban alejarme de Pensilvania y de Sam. Luego, ocurrió el viaje por carretera y allí descubrí que Programación era la única carrera que realmente lograba moverme el piso. Además, había una vacante en la Universidad de Duquesne, y como Zoey estudiaría allí, esa decisión parecía casi definitiva. Sin embargo, cuatro semanas antes de que comenzaran las clases, recibí una carta de admisión nueva: también me habían aceptado en Leigh, la universidad que había alcanzado llegar al ranking de las mejores diez nacionales en su programa de Ingeniería informática y desarrollo de videojuegos. No estaba del todo seguro si esa era la mejor elección, pero Zoey prometió que rompería conmigo si no aceptaba la propuesta.

Al fin y al cabo, eran solo dos horas de diferencia, parece mucho, pero habiendo estando tantos años separados, 430 kilómetros no es nada que no podamos superar si le ponemos el empeño suficiente.

—Cuento con tus clases de japonés para el itinerario completo; nos falta recorrer Tokio, ver las flores de cerezo y subir al Teléfono del Viento. Además, aun necesito que un guía me explique por qué diablos hay una oficina de correos en la cima del Monte Fuji. —Hace una pausa y aparta los ojos de la pantalla donde tiene todos los detalles anotados.

En Leigh, es obligatorio elegir un idioma para cursar durante todo el año. Bastaba con saber que visitaríamos el Monte Fuji en invierno para decidirme por el japonés. Durante los primeros tres meses, me arrepentí profundamente; nunca había sentido tanta presión, y mi mente bombeaba estrés y confusión en lugar de sangre. Pero ahora, con las vistas del Monte Fuji delante de nuestras narices, no hay manera que dicho arrepentimiento siga dentro de mis entrañas.

De reojo observo que su sonrisa poco a poco va decayendo.

—Se siente raro que no esté Sophie con nosotros.

—La próxima vez la invitaremos. —le aseguro, porque ciertamente también la extraño.

El dinero que encontramos en la casa del árbol fue suficiente para más que solo dos pasajes a Japón. Si Sophie no está con nosotros, es porque usó su parte del dinero, que habíamos dividido entre los tres, para viajar con su hermana al mejor parque nacional de esquí en Nuremberg. Estamos felices por ella, también está cumpliendo un viaje con el que soñó toda su vida y si todo sale bien, para el primer aniversario de la muerte de Sam, los tres nos reencontraremos en el Gran Cañón.

Con ese pensamiento en la cabeza, me invade el deseo de compartir con él cada una de estas cosas: la nieve, los paisajes, la comida japonesa. Han pasado nueve meses desde que Sam dio su último esfuerzo y cerró los ojos para siempre, desde que el mundo giró en 180° aunque probablemente ese mundo no se haya percatado de su ausencia. Pero así es. Cuando una persona muere otra nace. Cada partida deja un vacío, pero también abre espacio para una nueva llegada. es un engranaje que rueda, se quiebra y se ajusta otra vez. Aunque parezca que no haya cambio alguno, de cerca se ven las grietas que se abren y las huellas de amor que quedan en las vidas de quienes quedan.

Volver a terapia me ayudó a reestructurar las cosas. Que Leigh dispusiera de un centro de asistencia psicológica gratuita fue una ayuda enorme. Me permitió ver el privilegio que tuve de estar allí, de compartir sus últimos y mejores meses. Estuve presente en su funeral y pude observar a todos los enfermeros, doctores e incluso pacientes que se acercaron a dar el pésame. Sam era una persona querida por todos los que convivieron con él, y verlos allí para una última despedida, lejos de doler, resultó reconfortante. El recuerdo de alguien no muere: es eterno. Es un tatuaje en nuestras almas, un regalo que ni siquiera la muerte puede llevarse.

Ser tan querido lo cambia todo. Es posible que haya perdido a mi mejor amigo y lo extrañe todos los días, pero sigo sintiendo su presencia en cada cosa pequeña me trae recuerdos. En un paisaje, una sensación de adrenalina, un partido de beisbol y sobre todo, en el viento.

—Oye, ¿ya te llamó Ellis? —cambio de tema.

La expresión risueña en su rostro se transforma en una de ansiedad, y hace una mueca al escuchar el nombre de su editora.

—¡Dios, mío! Olvidé que en la cima no habría conexión wi-fi y Ellis se volverá loca si no contesta sus correos.




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