Dueña de su corazón

Introducción

Nueva York, 19 de septiembre de 2017.

 

Alice Green bebió un último sorbo de su botella de agua y luego se recostó en el sillón de la sala de descanso del hospital en que trabajaba, decidida a aprovechar los minutos que le quedaban en una siesta reparadora. La televisión estaba encendida, pero no le molestaba, en realidad la ayudaba a dormirse más rápido. Sin embargo, ese día sería distinto.

Estaba ya en el umbral entre la consciencia y la inconsciencia cuando la voz apremiante de un famoso presentador de noticias se filtró en su percepción, regresándola de golpe a la realidad.

—Un fuerte sismo acaba de sacudir a la Ciudad de México. Según información preliminar, el sismo alcanzó una magnitud de 8.5 en la escala de Richter. En redes ya circulan videos del momento en que distintos edificios se desplomaron a causa de la fuerza de...

Mientras el hombre daba los pormenores de lo ocurrido hacía apenas unos minutos, la respiración de la mujer se volvía cada vez más superficial. Un bajo caliente le subía desde los pies provocándole un sudor frío que le humedeció las manos.

Tenía los ojos fijos en la pequeña pantalla empotrada en la pared, absorbiendo las imágenes que proyectaban en el canal, sin embargo, en su mente existía un solo pensamiento:

Su esposo… ¡Su esposo estaba en México!

—¡Alice! —La exclamación de Melanie, asistente de la joven doctora, resonó en la sala—. Cielo santo, estás muy pálida —murmuró desde el umbral.

Preocupada se adentró en la habitación y fue directo a uno de los gabinetes para tomar una botella de alcohol. Se acercó a su jefa y colocó la botella destapada bajo la nariz de esta.

—Es… estoy bien. —Atinó a decir la todavía atontada doctora cuando sintió el penetrante olor del antiséptico.

—¿Qué ha pasado? ¿Es el bebé? —Melanie le palpó el abultado vientre, preocupada—. Te has puesto muy pálida de repente, vamos con la doctora González para que te revise, no quiero que tu paranoico marido tenga quejas de mis cuidados.

La alusión a su esposo hizo que la consciencia de Alice regresara de golpe. Con la agilidad que, a pesar de sus poco más de seis meses de embarazo, siempre le había caracterizado, se levantó del cómodo sillón en el que descansaba y se dirigió hacia la puerta.

—¡Mujer, espera! —la llamó Melanie, siguiéndola fuera de la sala de descanso—. ¿A dónde vas con tanta prisa? —cuestionó casi pisándole los talones.

—Voy a… —En ese momento, Alice cayó en cuenta de que no tenía forma de comunicarse con su marido.

Esa mañana él olvidó el móvil en uno de los baños del hotel y, cuando regresó a buscarlo, este ya había cambiado de dueño. Tuvo que hablarle del teléfono de su habitación para avisarle del extravío e informarle que ya había mandado a que le compraran uno, y le aseguró que en cuanto se lo entregaran la llamaría nuevamente.

«A estas alturas ya debe tener el nuevo aparato», pensó.

Decidió regresar al área de reposo y llamarlo desde la intimidad que ofrecía el sitio a esas horas.

Melanie la observó en su ir y venir, inquieta. Alice estaba actuando muy raro. Preocupada por ella, decidió permanecer fuera de la sala y realizar una llamada.

—Doctora González, buenas tardes —saludó a la obstetra de su jefa que, al escucharla, respondió al saludo con cortesía—, disculpe que la moleste, pero estoy preocupada por la doctora Alice. Se puso pálida de repente y no responde a ninguna de mis preguntas. Está como ida. —Esperó a que la doctora González contestara y continuó—: Ahora está en la sala de descanso del hospital, su esposo me encargó mucho que estuviera al pendiente de ella… —Se interrumpió al oír que la obstetra retomaba la palabra. Aliviada, colgó cuando la doctora le dijo que en unos minutos iba para allá—. Las ventajas de que tu obstetra trabaje en el mismo hospital que tú —murmuró para sí misma.

Caminó hacia la puerta de la estancia, pero no se fue. Se quedó en el umbral en espera de la llegada de obstetra y pendiente de su jefa.

Alice deslizó el dedo por la pantalla de su celular por enésima vez en los últimos cinco minutos; el resultado fue el mismo. Esa voz, tan odiada por los usuarios de telefonía móvil, acababa de repetirle que el número marcado no estaba disponible.

«¿Dónde estás? ¿Por qué no me respondes?», se preguntó en silencio. Se llevó una mano al pecho, ahí donde su dolorido corazón golpeaba ansioso. Sin querer tocó la punta de la trenza que le colgaba sobre el hombro izquierdo. A su esposo le gustaba que llevara el cabello suelto, pero cuando trabajaba ella prefería traerlo recogido.

—Son como una puesta de sol —le dijo una vez, sus manos grandes de dedos largos acariciaban sus rizos del color del fuego.

Los ojos se le aguaron. Desesperada regresó su atención al móvil y siguió intentando comunicarse con su esposo. Y, con cada intento fallido, su angustia crecía un poco más.

La doctora González encontró a Melanie de pie en la puerta, la chica tenía los brazos cruzados sobre el pecho y su mirada estaba concentrada en la pelirroja dentro de la sala.

—Hola, Melanie —saludó parándose junto a ella.



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Editado: 27.12.2021

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