Dueña de su corazón

Capítulo 5

Puerto Escondido, actualidad.

Desesperación, ansiedad, dolor, impotencia. Como actor había interpretado muchas veces esos sentimientos, sin embargo, la ficción no se equiparaba a la realidad. A su realidad.

Tirado en una de las camas de un abarrotado hospital, solo, incomunicado y sin poder moverse, no veía la hora de salir de ahí, de volar a Nueva York junto a su esposa. Pensar en ella lo llevaba más allá de la desesperación. La angustia que, estaba seguro, padecía Alice a causa de su desaparición, lo llenaba de una horrible sensación de inutilidad.

Mientras la gente corría y las paredes del hotel se cimbraban, él solo podía pensar en Alice, embarazada y hermosa esperándolo en casa, abriéndole los brazos con una sonrisa de bienvenida. En su mente solo había cabida para ella y su familia. De no ser por Jake, que entró corriendo y lo sacó de su abstracción, probablemente habría muerto aplastado por la gran lámpara que colgaba del techo de su suite y que se movía vertiginosamente sobre su cabeza.

Miró a la izquierda, a la cama contigua donde Jake dormía. El guardaespaldas se lastimó el abdomen cuando, al salir de las escaleras, fueron arrollados por la gente que corría despavorida hacia la salida. El duro custodio resultó solo con algunas contusiones, en cambio él no gozó de tanta fortuna. Alguien lo había empujado, haciéndole perder el equilibrio y terminó en el suelo, su cuerpo a merced de los otros huéspedes que pasaban junto a él sin detenerse a verificar si necesitaba ayuda. Justo antes de que Jake lo ayudara a levantarse, alguien le pisó el tobillo, provocándole un esguince; en el mismo pie de hacía cinco años cuando fue a dar al hospital por un accidente de tráfico menor.  Además, a causa de un golpe que recibió en la sien perdió el conocimiento unos segundos; razón por la que continuaba en el hospital, en observación, a pesar de que ya se sentía perfectamente.

Si no hubiese sido por Jake, que se metió a la trifulca y lo levantó, quizá habría muerto aplastado y con múltiples fracturas. Jake le salvó la vida, no una, sino dos veces. La gratitud que sentía hacia él no podría pagársela con nada, pero aun así decidió que lo compensaría generosamente.

El custodio se quejó en sueños y apenas reprimió el impulso de despertarlo para pedirle que intentara comunicarse con Jason —el guardaespaldas de Alice—; de cualquier manera, no serviría de nada. Según escuchó, el servicio de telefonía móvil no se había restablecido todavía. No, no valía la pena despertarlo. Lo dejaría descansar, se lo merecía.

Solo esperaba que cuando despertara pudiera conseguir un teléfono, o lo que fuera, que le permitiera dar señales de vida a su esposa. Él lo había intentado horas atrás con una de las enfermeras, pero la mujer, de muy malos modos, le dijo que no. O al menos eso entendió, porque ni ella hablaba inglés ni él español. Tal vez la mujer ni siquiera comprendió lo que quería, pero a juzgar por su enérgico gesto negativo, poco le importaba lo que él quisiera.

¿Es que acá nadie sabía quién era?

Si estuviera en NY ya habría conseguido que alguna enfermera le prestara incluso el teléfono del hospital.

¡Qué diferente estaba resultando esta convalecencia!

La última vez que estuvo internado no quiso irse a pesar de que le dieron el alta al día siguiente. Compartió la habitación con tres mocosos y durmió en una pequeña e incómoda cama por tres semanas para estar cerca de la que ahora era su esposa e intentar conquistarla. Un fiasco, la verdad; pero ese era otro tema.

Hoy, en cambio, sin su dulce Milk para atenderlo no veía la hora de dejar esa maldita camilla.

«¡Y no llevo ni un día!», pensó dándole un golpe al delgado colchón con el puño. Un siseo de dolor escapó de sus labios cuando su tobillo se resintió debido a su pequeño exabrupto y deseó más que nunca tener a su amada junto a él.

Alice era tan estricta como la enfermera que cada tanto se daba una vuelta por el cuarto que compartía con otros diez pacientes. Los heridos a causa del sismo aumentaban con el paso de las horas, mucho se temía que llegaría el momento en que el personal médico no se daría abasto y lo más probable era que él tendría que dejar la camilla para alguien que en realidad la necesitara.

Se llevó la mano al cabello y sus dedos chocaron con el apósito que cubría el pequeño corte en su frente, cortesía de la punta de algún zapato. Una mueca deformó su expresión al sentir el pinchazo que le provocó el accidental roce. Bajó la mano hasta su abdomen y decidió que mejor se quedaba quieto, no quería tentar a la suerte.

Su mente divagó otra vez a su estancia en el hospital de NY, específicamente a la ocasión en que su dulce Milk, le revisó el vendaje de las costillas.

Ya tenía más de una semana compartiendo habitación con los tres diablillos, como les llamaba a espaldas de Alice, la enfermera pecosa. Estancia que extendió voluntariamente a causa de ella.

Inició como un juego.

Primero le llamó la atención su falta de favoritismo hacia él; en claro contraste a todo el personal femenino del hospital, y algún masculino, que se deshacía en atenciones hacia él. Ella no. Ella lo trataba exactamente igual que a los niños. Bueno, no igual. Para él no había semillas del ermitaño ni performance de Dragon Ball.

«A mí no me daba beso de despedida», pensó frunciendo el ceño al recordar lo frustrado que se sentía en aquella época.



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En el texto hay: amor drama humor, actor celos

Editado: 27.12.2021

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