James pasó la noche en recuperación.
Adam quiso verlo enseguida, pero el doctor no lo permitió. Solo Alice, aprovechándose de su condición de miembro del personal, verificó por sí misma el estado del niño.
Según le explicó Alice, una enfermera lo monitorearía cada quince minutos durante las primeras tres horas, después de eso, si no se presentaba ninguna complicación, las espaciarían a cada hora hasta que solo fuera necesario hacerlo cada seis u ocho horas. Sin embargo, Adam hizo los arreglos —y por arreglar entiéndase que pagó—, para que asignaran una enfermera que no se despegara de la cama de James. Si de él dependía, solo tendrían que esperar a que el cuerpo del niño aceptara el órgano y comenzara a trabajar con él. A ese respecto, el pronóstico del cirujano era reservado hasta no ver la interacción del organismo del pequeño con el nuevo habitante; situación que tenía a los futuros padres en un sinvivir.
Pasados dos días por fin pasaron al niño a una habitación en la que ya podría ser visitado. La peor parte de la espera se la llevó A.C., quien no pudo verlo hasta ese momento. El actor estaba mal dormido y si no mal comía era porque Marta insistía en llevarles sus tres comidas al hospital.
La nueva habitación tenía un sofá cama y Adam haría uso de él esa noche. Alice no había descansado ni dormido en varios días; trabajaba sus turnos con normalidad y al término de estos se quedaba al pendiente de James. Hecho que tenía preocupado a Adam. Por eso se propuso que esa tarde su doctora se iría a descansar o él mismo la amarraría a la cama y no la desataría hasta el día siguiente. No fue necesario que él siquiera lo intentara porque Marta se ofreció enseguida a realizar la tarea por él.
La anciana estaba empeñada en evitar que se quedaran a solas en cualquier espacio cerrado. A Adam a veces le parecía vivir en la época georgiana, teniendo que ver a su novia con la compañía de una chaperona —bastante espabilada, además—. Sin embargo, estaba tan preocupado por James que no había tomado en cuenta ninguno de los sabotajes de la mujer.
Entró a la estancia cuidándose de hacer el menor ruido posible. James dormía sobre la cama; según le dijo Alice, el niño había estado entrando y saliendo de la inconsciencia. Primero por los efectos de la anestesia y después por los medicamentos para el dolor que le habían aplicado. Caminó hasta él y se inclinó para posar un suave beso sobre su frente.
Jaló la silla que estaba cerca de la cabecera y la acomodó por el medio, quería verlo de frente para así vigilar su sueño. Después de un rato este se tornó intranquilo. Adam dejó la silla y se acercó para acariciarle el rostro y cabellos con una mano mientras con la otra le tomaba los pequeños dedos de la mano izquierda. Pasados unos segundos la faz de James reflejaba que los mimos, que su futuro padre le prodigaba, surtían efecto. Adam se enderezó, pero no se sentó.
Continuaba de pie junto a la cama, contemplando el semblante pálido del niño, atento a cualquier malestar de este, cuando Alice se paró a su lado.
—Volveré en un par de horas —dijo ella, minutos después.
—Mañana. Hoy no te permitiré la entrada.
Alice volteó a mirarlo sorprendida. Él no se inmutó, continuó observando la respiración acompasada de James.
—¿Vas a negarme el derecho a estar con mi hijo? —increpó con las manos en la cintura, sin embargo, mantuvo un tono de voz bajo para no importunar el descanso del niño.
—Nuestro hijo —corrigió Adam dándole una mirada de reojo—. Y sí, daré instrucciones para que no te dejen pasar hasta mañana en la tarde. —Volvió su atención a la cama frente a él y luego concluyó—: Te irás con Marta a descansar y como ella me diga que no lo hiciste, la puerta de esta habitación estará cerrada para ti hasta que esas ojeras bajo tus ojos desaparezcan.
A.C. no la miró en ningún momento y Alice se dio cuenta de que hablaba en serio. Quiso discutir, hacer valer sus derechos de futura madre de James, pero sabía que él tenía razón. Debía darse un respiro o pronto estaría ocupando otra cama del hospital y en esas condiciones no sería de ninguna utilidad.
—De acuerdo. —Claudicó tras un pesado suspiro, quitó las manos de su cintura y rodeó la de A.C. con ellas.
Adam correspondió al abrazo sin decir nada. No quería tentar a su suerte diciendo algo que la molestara; bien sabía que tenía un carácter de cuidado. No se le olvidaba su rechazo público a través de un twitt ni los meses en los que no le dedicaba ni siquiera una mirada.
Una hora más tarde, Alice partía del hospital en compañía de Marta González, quien se aseguraría de que la joven se botara en una cama y cerrara los ojos hasta la mañana siguiente.
El quinto día después de la operación, James tuvo una complicación. El futuro padre esperaba en el pasillo, caminando de un lado a otro frente a la puerta de la habitación del niño, olvidándose de cuidar su identidad bajo la capucha de la sudadera. Un par de mujeres pasaron junto a él y lo reconocieron en el acto. Una de ellas ya preparaba el móvil para pedirle una foto cuando la puerta de la habitación se abrió y él se dirigió enseguida al médico que salía.
—¿Cómo está? ¿Puedo entrar a verlo? —inquirió nervioso, sin ocultar la preocupación que lo embargaba.
—La enfermera le avisará cuando pueda entrar —respondió el doctor, un hombre cercano a los cuarenta de cabello rubio y ojos del color del cielo—. Este tipo de complicaciones son comunes.