Dueña de su corazón

Capítulo 15

Puerto Escondido, minutos después del tsunami.

Correr cuesta arriba no era nada sencillo, pero hacerlo mientras empujabas una silla de ruedas, con un hombre de casi dos metros sentado en ella, era casi la muerte. Sin embargo, la fuerza del mar, que de un momento a otro asolaría la ciudad, era un excelente aliciente para no rendirse; de eso dependía su supervivencia y el guardaespaldas lo sabía.

—¡Puedo caminar, Jake! —gritó Adam por encima del ruido de las ruedas de la silla.

—Ya casi estamos allí, señor. —Jake habría preferido ignorarlo, ahorrarse el aliento para seguir corriendo, pero sabía que, si no lo tranquilizaba, seguiría incordiando.

Adam bufó. Se sentía un inútil en esa silla, una carga para el guardaespaldas.

«¡Maldita la hora en que me lastimé el pie!», maldijo para sí.

Agradecía que el hospital no estuviera cerca de la playa, de lo contrario, no tendrían ninguna oportunidad de sobrevivir.

A lo lejos podía ver el «Cerro de la vieja», el punto más elevado que tenían cerca. Solo rogaba que pudieran llegar a tiempo, antes de que el agua inundara las calles y los arrastrara con su fuerza.

El caos a su alrededor era sobrecogedor. La gente corría en todas direcciones, sirenas de patrullas y ambulancias sonaban por todas partes, camiones del ejército mexicano evacuaban a toda la gente que podían —Jake intentó subirlos a uno de los carros del ejército, pero este ya estaba repleto de mujeres, niños y ancianos—, los automovilistas pasaban a toda velocidad sin medir ni importarles si arrollaban a alguien en el camino. La situación le hizo pensar en miles de hormigas corriendo hacia el hormiguero para escapar de las gruesas gotas de lluvia. Y al igual que las hormiguitas, sus posibilidades de sobrevivir eran mínimas. Porque… ¿qué podía hacer una hormiga frente a un torrencial aguacero? Lo mismo que los humanos hacían ahora… correr, correr sin parar porque la vida iba en ello.

Y mientras corrían, el rumor de millones de litros de agua se escuchó a su espalda, opacando los gritos aterrorizados de la gente que, al ver como el mar comenzaba a inundar las calles cercanas a la costa, entró en pánico.

No obstante, Jake no se detuvo como lo hicieron los demás. No se paró a ver cómo el agua arrasaba con las palapas asentadas en la playa ni cómo corría furiosa por las calles de Puerto Escondido. No esperó a ver cómo los alcanzaba y se los tragaba. No, Jake no hizo eso. Él siguió corriendo con más determinación. Aun cuando sus pulmones ardían y las piernas apenas las sentía, continuó cuesta arriba. Casi parecía que una fuerza invisible lo impulsaba, dándole el empuje y la energía para continuar. Y cuando creyó que no podría más, uno de los tantos camiones del ejército se detuvo junto a ellos, un par de soldados se bajaron y los ayudaron a subir al hacinado vehículo.

Ya arriba del camión, Jake, como la esposa de Lot, se permitió mirar atrás. Y aunque no se convirtió en columna de sal, poco faltó para que se quedara petrificado. La escena era terrible. El agua corría sin tregua, llevándose a su paso lo que encontraba en el camino. Por fortuna para ellos, la playa más cercana estaba rodeada por un acantilado, este les sirvió de barrera natural y les dio el tiempo que necesitaban para huir.

El camión siguió su camino y aunque Jake quería preguntar hacia dónde se dirigían, su español no le daba para formular una pregunta coherente. Decidieron esperar y ver. Pocos minutos después llegaron a un cerro y por instinto, Jake supo que se trataba del que Jason le habló en el último mensaje que le envió. El camión se detuvo en las faldas de la colina y los soldados apremiaron a todos para que se bajaran. En cuanto el vehículo estuvo libre de civiles, dio la vuelta y regresó a la ciudad en busca de más personas para rescatar. Jake les agradeció en silencio el enorme sacrificio que hacían al regresar allí para salvar más vidas.

—Vamos, Jake. ¿O es que quieres morir ahogado? —lo llamó Adam mientras caminaba a la pata coja por el sendero que sus compañeros de viaje emprendieron hacia la cima.

Jake lo siguió y, sirviéndole de muleta, comenzaron a subir por el agreste camino. La oscuridad de la noche les dificultaba el ascenso y más de una vez tropezaron con alguna piedra o tronco.

—Un poco más, ya casi estamos arriba —murmuró el guardaespaldas, dándose ánimos a ambos.

Adam apretó los dientes por el esfuerzo.

—Después de esto… te daré un año de vacaciones —le dijo casi sin aliento, ya iban a mitad de camino.

—Espero que lo recuerde cuando ya esté en brazos de su esposa —bromeó el escolta.

—Eso, amigo mío, no te lo garantizo.

Jake sonrió, sabiendo que su jefe olvidaba hasta su nombre cuando de la señora Alice se trataba.

Continuaron el ascenso en silencio, reservándose las energías. Para cuando llegaron arriba, el agua ya rodeaba el cerro. La gente vigilaba con creciente temor el nivel del agua. Cada hora, alguien bajaba y revisaba la vara que enterraron en las faldas de la colina, en esta marcaban una línea cada vez que el agua cubría la anterior, así se daban cuenta si el nivel subía o no. Por fortuna para ellos, luego de tres horas de vigilia, el agua dejó de subir.

Pasaron la noche tumbados con las piernas estiradas y la espalda pegada al tronco de un árbol. Estaban doloridos, cansados, sedientos y con hambre. Sin embargo, de todas sus necesidades solo pudieron saciar una; pocos minutos después de que el vigía regresara e informara que el agua había dejado de subir, se quedaron dormidos.



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Editado: 27.12.2021

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