Dueña de su corazón

Capítulo 16

Puerto Escondido, actualidad.

Jason vio que su jefe caía en la inconsciencia, pero no se preocupó. El hombre respiraba con normalidad y su pulso era estable. Tomó el teléfono satelital y comprobó que la señora Alice seguía en línea.

—Señora, soy Jason. —Esperó unos segundos a que el llanto de ella cesara un poco y luego continuó—: El señor está bien. Se ha desmayado por el cansancio y porque es muy probable que no haya comido nada en más de veinticuatro horas.

Del otro lado de la línea, la señora Crow hizo todo lo posible por recuperar la calma y después preguntó por Jake.

El guardaespaldas miró a su compañero. Él sí estaba mal. Tal parecía que el dolor de las costillas se mantuvo sedado a causa de la adrenalina y ahora, al saberse a salvo, resurgió con ganas. Los paramédicos estaban atendiéndolo, al igual que a su jefe. Esperaba que su compañero no tuviera nada roto o su recuperación sería muy lenta y dolorosa. Terminó la llamada con su jefa prometiéndole que apenas pisaran tierra volvería a comunicarse. Luego habló con Jonas para que se ocupara de las últimas órdenes de su patrón y coordinara el traslado de la gente que seguía atrapada en el cerro, con quienes, según le dijo, pasó las horas más angustiantes de su vida. Por lo pronto, dio órdenes para que uno de los helicópteros les llevara víveres en lo que acondicionaban un lugar al cual trasladarlos; el señor Crow fue muy enfático al respecto.

***

En Nueva York, el ambiente en la casa Crow se tornó festivo. La nube gris que flotaba sobre ellos fue desplazada por la certeza de que Adam estaba a salvo. Ya era media tarde. Alice, después de comer con fruición, ayudaba a James con sus deberes escolares. Se sentía liviana y llena de energía. Jason acababa de confirmarle que esa misma noche volaría con Adam y Jake hacia Nueva York. Su estado de salud era bueno y no había nada que les impidiera realizar el viaje, sin embargo, Alice se aseguró de que un contingente médico los acompañara.

«Mañana a esta hora estarás en casa, amor mío», con una mano jugueteaba con el anillo de casada que llevaba en la otra.

Miró el jardín a través de las ventanas acristaladas del cuarto de estudio de James y recordó otro jardín, igual de hermoso pero lleno de flores blancas. Aquél en el que unió su vida a la de A.C., rodeados de sus seres queridos.

«Y uno que otro colado».

***

Nueva York, casi cuatro años atrás.

—Los declaro marido y mujer. —Alice elevó el rostro para ver a su ahora esposo, apenas escuchando las siguientes palabras del juez—: Puede besar a… su esposa —concluyó el hombre en voz baja cuando vio que el flamante marido se adelantaba a su consentimiento.

El aplauso de los invitados no se hizo esperar, celebrando con la pareja el feliz momento. Los padres y hermanos de Adam —August, el mellizo, y Aidan, un chico de trece años—, eran parte de estos. Alice los conoció un par de meses después del primer acercamiento de Elizabeth cuando Adam se sinceró con ella y le contó todo sobre su pasado familiar. La pelea con su padre por su decisión de ser actor como su madre y el distanciamiento con su hermano mellizo.

Al desprenderse de su primer beso de casados —ajenos a la atención de los demás—, se miraron encandilados, sintiéndose completos al fin. Y luego, mientras recorrían el pasillo entre los dos bloques de sillas, tomados del brazo como los señores Crow, las flores llovieron sobre ellos; cientos de pétalos que fueron arrojados al cielo en un espectáculo multicolor.

Durante el banquete todo el mundo se divirtió; en especial James, que bailó una y otra vez con Alice.

Ese día le dijo mamá por primera vez.

—Felicidades, mamá —había dicho el niño con una sonrisa emocionada, sus bracitos rodeaban la cintura de Alice.

Ella al escucharlo se había quedado estática, casi sin respirar, hasta que Adam le apretó la mano, instándola a que no dejara al pequeño en vilo. Entonces lo había abrazado y besado por todo el rostro, agradeciéndole el mejor regalo que recibió ese día.

Luego de eso volvieron a bailar y Adam se quedó a un lado de la pista, sonriendo, contagiado de la felicidad de su pequeña familia. Eso hasta que vio como Marck Coleman aprovechaba el cambio de canción para bailar con su mujer. Por instinto dio un paso para meterse a la pista y arrancarla de los brazos del doctorcete, no obstante, James llegó corriendo y se abalanzó sobre él, abrazándolo por las piernas.

—¡Papá, vamos a la mesa de dulces! —James elevó el rostro mirándolo con los ojos brillantes de emoción.

Y solo eso bastó para que Adam hiciera a un lado sus intenciones homicidas y las reemplazara por sus instintos paternales. Con todo, no olvidó el asunto; ese medicucho tendría noticias suyas muy pronto.

Y sí que las tuvo. Aunque no tan pronto como él deseaba. Después de la luna de miel se metió de lleno en la preparación de su siguiente película; tanto que casi desechó el asunto. Sin embargo, al doctor Coleman se le ocurrió que regalarle a James un manga de Dragon Ball era una buena idea. Y no contento con eso se atrevió a estrujar, otra vez, a su esposa. Abrazo que causó su primera gran discusión, la que por fortuna no pasó a mayores.

Fue por eso que cuando al día siguiente a su arrebato, ese que provocó el llanto desolado de su esposa, James le dijo que tenía un colmillo que le dolía, decidió que una visita al odontólogo del hospital era lo más conveniente; que Alice estuviera de guardia fue un regalo para sus territoriales intenciones.



#2129 en Novela contemporánea
#10097 en Otros
#1561 en Humor

En el texto hay: amor drama humor, actor celos

Editado: 27.12.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.