Dueño De Mi Silencio

El monstruo que nació del amor

ALEXANDER

Los cuatro hombres avanzaron hasta rodearme. No levantaron armas. No necesitaban hacerlo. Era claro que creían que Adriel me había quebrado. Que estaba debilitado. Destruido. Listo para entregarme.

Idiotas. El amor no me debilita. Me vuelve algo peor. Nunca entendieron eso. Nunca entendieron lo que soy. El primero habló:

—Alexander, venís con nosotros. No queremos problemas.

—¿Problemas? —incliné la cabeza, despacio, como un depredador analizando a su presa—
Los problemas empiezan ahora.

El hombre intentó responder, pero no tuvo tiempo. Lo agarré por la muñeca, torcí el brazo y lo empujé contra el auto con la fuerza de un tormenta. Cayó al suelo con un gemido sordo. Los otros tres se tensaron.

—Error —dije— El primero en acercarse nunca vive.

El segundo intentó tomarme del cuello.
Me reí.

—¿Eso es todo lo que tienen?

Lo levanté del suelo de un solo movimiento, su mano tembló, su garganta se cerró bajo mis dedos. Lo estampé contra el capot hasta que su respiración se volvió un jadeo débil. Amelia golpeó la ventana desde adentro del auto.

—¡Alexander, basta! ¡Te van a lastimar! —gritó, con la voz quebrada por el miedo.

Ese miedo me recorrió el pecho. Me ardió.
Me hizo avanzar más rápido. No por ellos.
Por ella. Siempre por ella.

—No salgas del auto, Amelia —ordené sin mirarla— No lo hagas. No te muevas.

El tercero vino por detrás. Error fatal. Giré la cadera, lo tomé de la nuca y lo obligué a arrodillarse. Su cuerpo entero tembló. Sentí su miedo. Su pulso acelerado. Su desesperación. Me incliné a su oído:

—Decile a Adriel que no mando mensajes.
Mando cuerpos.

Solté. Cayó hacia adelante, inconsciente. Quedaba uno. El que parecía el líder. El que no retrocedió. El que mantuvo la mirada firme. El único que entendió que yo no era humano cuando se trataba de Amelia.

—Alexander — dijo él, sin mover un músculo— No deberías hacer esto.

—¿Y por qué no? —pregunté, caminando hacia él— ¿Porque Adriel me lo prohíbe?
¿O porque sabés que voy a ir por él después?

El hombre apretó los dientes.

—No podés contra Adriel.

—No lo necesito —respondí, sonriendo con esa calma que asustaba más que mi furia—
Solo necesito una razón.

Señalé el auto detrás de mí.

—Y la tengo.

El hombre entendió que iba a morir mucho antes de que yo lo tocara. Lo vi en su mirada. No hubo pelea. No hubo gritos. Lo tomé del cuello con una sola mano y lo levanté del suelo. Su rostro se volvió rojo. Sus piernas patearon el aire.

—Podrías haber vivido si no tocabas lo mío —dije, con una frialdad absoluta — Pero cometiste el error de venir a buscarme cuando yo estaba protegiendo a Amelia.

Sus ojos se agrandaron.

—A… A… me… lia… —balbuceó.

—Exacto —susurré.

Un golpe seco. Cayó sin vida. El silencio volvió al bosque. Y entonces escuché el sonido más devastador del mundo:

—Alexan… der…

La voz de Amelia. Temblorosa. Débil.
Llorando. Me giré. Ella estaba fuera del auto.

Caminaba hacia mí con las piernas temblando, las manos cubiertas de lágrimas, la respiración rota. Mis ojos se agrandaron.

—Amelia, ¡te dije que no salieras! —grité, corriendo hacia ella.

—¡No podía quedarme ahí! —sollozó, golpeándome el pecho con ambas manos—
¡No podía verte así, Alexander! ¡No podía verte perderte!

Tomé sus muñecas con suavidad, conteniéndola, acercándola a mi cuerpo.

—No me perdí —dije, con voz baja, grave—
Te protegí. Protegí lo único que tengo. Lo único que soy incapaz de perder.

Ella lloró más fuerte.

—¡Pero estás sangrando!

No lo había notado. Habían logrado cortarme el cuello con un cuchillo que ni sentí.

—No importa —murmuré, tomando su rostro con ambas manos.
—Sí importa, Alexander. —su voz salió rota, vulnerable— Cada vez que te lastiman yo siento que me arrancan el alma.

Me quedé quieto. Muy quieto. Esa frase,
esa frase me atravesó como una bala.

—Amelia —susurré, inclinando mi frente sobre la suya— No llores por mí.

—Lloro porque te amo, idiota —susurró ella, con la voz temblada.

Mi corazón explotó. La besé. Un beso lento al principio. Profundo después. Desesperado al final.

Ella me agarró de la nuca, aferrándose como si el mundo se estuviera derrumbando. Y yo la abracé con toda la fuerza que tenía, como si estuviera hecha de vida. Su boca sabía a lágrimas y valentía. La mía sabía a sangre y devoción.

—No voy a dejar que te lo lleven —susurró Amelia, apoyando su frente en la mía—
Nunca más.

—No necesito que me defiendas —respondí—
Necesito que me sostengas.

Ella acarició mi mejilla. Suave. Curativa.
Amorosa.

—Te sostengo —dijo— Te sostengo incluso cuando vos mismo te soltaste..Yo te sostengo, Alexander.

Mi respiración se quebró. Era la primera vez en años que alguien me salvaba. Pero no hubo tiempo de más. Porque entonces…

El teléfono en el suelo vibró de nuevo. Un nuevo mensaje.

Hermano, si querías guerra la tenés.

Y debajo:

Vengo por ella.

El cuerpo de Alexander se tensó. Sus ojos se volvieron dos abismos negros.

—Amelia… subí al auto —dije, sin apartar la mirada del teléfono— Ahora.

Ella entendió el tono. Entendió el peligro. Pero no se movió.

—Alexander… ¿qué va a pasar?

Le levanté el rostro con dos dedos.

Le di un beso corto..Firme. Oscuro.
Protectivo. Un beso que decía no voy a permitir que Adriel te toque.

—Va a pasar —dije— que Adriel acaba de cometer su último error.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.