Dueño De Mi Silencio

Lo que Adriel sabía de vos

ALEXANDER

Ella quedó debajo de mí, con la respiración temblorosa y las manos apoyadas en mi pecho como si intentara memorizar cada pedazo de mí antes de que algo se rompiera.

Lo sabía. Sentía que había una verdad presionando contra mis labios. Una verdad que yo había evitado porque porque tenía miedo. Sí. Yo, Alexander Cain, tenía miedo.

Y cuando Amelia me miró con esos ojos grandes, llenos de amor y de un pánico suave que no decía en voz alta, supe que no podía mentirle. No a ella. No ahora que la oscuridad ya estaba demasiado cerca.

—Alexander — susurró — Decímelo.

Tragué saliva. Mis manos temblaron cuando las apoyé a ambos lados de su rostro. Respiré hondo. Y se lo dije.

—Adriel sabe quién sos.

Ella frunció el ceño, confundida.

—¿Qué? ¿Cómo que quién soy? Alexander, yo

Negué con la cabeza antes de que siguiera.

—No hablo de tu nombre, Amelia. Ni de tu pasado. Hablo de tu origen.

Ella abrió la boca, pero no salió sonido alguno. Yo continué, porque si me detenía un segundo, iba a romperme.

—No fue casualidad que Adriel te encontrara.
Ni que te eligiera como blanco. Tampoco que te siguiera desde el principio.

Mi voz se quebró apenas.

—No fue coincidencia que yo te encontrara tampoco.

Amelia se incorporó un poco, pero yo la sostuve suave por los hombros. Necesitaba que me escuchara. Que no huyera. Que no se destruyera.

—Alexander ¿qué estás diciendo?

Sus ojos brillaban. No de miedo. Peor. De incredulidad. Respiré hondo, apretando mis dientes como si eso pudiera contener el dolor.

—Tu familia no murió por accidente, Amelia.

Ella se quedó congelada. Literalmente. Sus pupilas se dilataron.

—No —susurró, negando con la cabeza— No. Eso ya me lo dijeron. Fue un accidente. Un incendio… yo…

—No fue un incendio —la interrumpí con voz baja, cruda—.Fue un ataque.

Ella se llevó una mano a la boca. Yo continué, porque la mentira ya no podía protegerla.

—Tu padre trabajaba para la misma organización de la que Adriel y yo escapamos. Él sabía secretos. Sabía cosas que no debía. Y cuando intentó sacarte a vos del país, ellos lo detuvieron.

Amelia apretó los ojos, las lágrimas le cayeron de golpe, sin contención.

—Alexander ¿por qué no me dijiste?

Me quebré. No pude mantener la máscara.
No con ella.

—Porque te amé desde el primer día —confesé— Y tenía miedo de que pensaras que me acerqué por obligación, por destino, por culpa, cuando lo único que sentí fue amor.

Ella me miró con un temblor nuevo, uno que no había visto nunca.

—¿Mi familia murió por culpa de Adriel?

—No directamente —respondí— Pero la orden vino de arriba. De la misma gente que ahora quiere sacarte del medio. Porque saben quién sos. Porque saben lo que tu padre intentó hacer. Porque creen que vos también…

No pude terminar. Amelia tomó aire con un temblor desgarrador.

—¿Creen qué? —susurró, con la voz rota.

—Creen que heredaste lo que él sabía —respondí finalmente— Creen que vos sos la última llave. Y Adriel quiere usarte para destruirme a mí.

Ella cubrió su rostro.

—Dios Alexander yo ¿qué soy en todo esto?

Y ahí, ahí fue donde dije la verdad más peligrosa.

—Sos el único punto débil que tengo.

Amelia bajó las manos lentamente. Sus ojos estaban llenos de lágrimas. De dolor. De una profundidad que me atravesó como un cuchillo.

—¿Por eso no querías decírmelo? —susurró—
¿Porque pensaste que iba a irme?

—Porque pensé que iba a romperte — respondí, acunando su rostro— Y si te rompía yo no iba a sobrevivir.

Ella respiró hondo. Sus manos se elevaron hacia mi rostro. Me acarició las mejillas como si estuviera tocando algo frágil dentro de mí.

—Alexander —su voz salió suave, temblada, rota— Si yo soy tu punto débil vos sos mi destino.

Esa frase me destruyó. Literalmente. Mi cuerpo se inclinó hacia ella como si necesitara respirar de su boca. La tomé por la cintura. Ella me rodeó el cuello. Nos besamos como si fuera lo único real sobre la tierra. Su piel bajo mis manos. Mi respiración mezclada con la suya. Su corazón golpeando el mío. Era amor. Oscuro, profundo, fatal…

Y en el centro de ese beso, en el centro de ese latido compartido. Ella se separó apenas, rozándome los labios con los suyos.

—¿Alexander…? —susurró.

—¿Dime, amor?

—¿Ellos todavía me están buscando?

Me quedé quieto. Demasiado quieto. Porque había una verdad que todavía no dije. Y que Adriel había dejado caer antes de romperse entre mis manos. Amelia lo vio en mi mirada.
Lo entendió antes de que yo lo dijera.

—Alexander ¿qué te dijo Adriel?

Respiré hondo. Y entonces solté la bomba que iba a cambiarlo todo.

—Amelia dijo que dentro de cuarenta y ocho horas, van a venir por vos.

Ella dejó de respirar. Literalmente. Mi corazón se frenó cuando la vi ponerse pálida, casi translúcida.

—¿Qué? —susurró— Alexander ¿quiénes vienen?

Mis dedos se deslizaron por su cabello. Mi voz salió baja. Letal.

—La organización que mató a tu familia..Los mismos que destruyeron mi vida. Los mismos que crearon a Adriel y que quieren recuperarlo.

Amelia tembló entera. Yo la tomé de la cintura, acercándola a mí con una fuerza que no era humana.

—Y si te tocan Amelia, te juro por lo que me queda de alma — Apreté los dientes. Mi voz se volvió un susurro mortal —yo voy a incendiar el mundo.




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